Lunes 14 de Abril de 2025
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Hay algo profundamente entrañable en los mercados municipales de Madrid, y el de San Enrique, en pleno barrio de Tetuán, no es la excepción. Entre sus pasillos se respira la vida cotidiana del barrio: vecinos de toda la vida, puestos de fruta con productos de temporada, carnes de confianza, pescados que llegan casi directos del puerto y ese bullicio amable que solo se da donde se compra con nombre propio, mirando a los ojos al tendero. En este ecosistema de cercanía y sabor ha nacido Dizzy Chicken, un pequeño puesto que, como su entorno, apuesta por lo auténtico, por lo bien hecho y por el contacto directo con el comensal. Es cocina de mercado en el sentido más literal y emocional del término.
Al frente del proyecto están Ana y Ernesto, cocineros, emprendedores y también anfitriones. Desde que abrieron Dizzy Chicken en diciembre, han convertido su puesto en un rincón con alma, donde cada plato lleva su firma y también su presencia. Son ellos quienes cocinan, quienes sirven, quienes preguntan qué te ha parecido. Una implicación que se traduce en el resultado: platos llenos de mimo, con recetas pensadas desde el cariño y una técnica que, sin alardes, deja claro que aquí hay oficio y sensibilidad. "Nuestro secreto es el amor", repiten con una sonrisa mientras emplatan. Y lo cierto es que se nota: tanto en el pollo, protagonista absoluto del menú, como en cada uno de los acompañamientos, hay un respeto por el producto y un gusto por el detalle que convierten cada bocado en una pequeña celebración del sabor bien entendido.
Como su propio nombre indica, el protagonista absoluto de este establecimiento es el pollo, en todas sus formas, dimensiones y jugosidades posibles. Desde piezas asadas a baja temperatura hasta preparaciones crujientes o bañadas en salsas especiadas, cada versión del ave encuentra aquí su momento de gloria. Pero lo que distingue realmente a este puesto es la fusión con las raíces venezolanas de sus creadores, que se cuelan con naturalidad en la carta, aportando una identidad mestiza poco vista en la capital y con un resultado francamente sobresaliente. Es una suma insólita pero coherente: cocina de mercado con alma latina.
Como en prácticamente cualquier restaurante venezolano que se precie, la experiencia comienza con unos tequeños de queso que en Dizzy Chicken alcanzan la categoría de entrada perfecta. Fritos al momento, con masa firme y dorada y un interior fundente, llegan acompañados de una salsa de mermelada casera que no busca ocultar su dulzor, sino equilibrar con elegancia la salinidad del queso. Una combinación que, lejos de resultar predecible, despierta el apetito.
Uno de los platos estrella —y con razón— es el pollo asado y marinado, una aparente sencillez que esconde una de las mayores virtudes culinarias: el dominio del tiempo y el fuego. Porque lograr un pollo jugoso por dentro y perfectamente dorado por fuera, sin que la piel se reseque ni la carne pierda su alma, no es un reto menor. En Dizzy Chicken lo consiguen con nota alta. El secreto está en el marinado, donde confluyen notas cítricas y hierbas frescas, que aportan un perfume mediterráneo y tropical a partes iguales, además de una cocción precisa que respeta la textura del ave y potencia su sabor natural. La propuesta puede disfrutarse en distintos formatos —entero, medio o en menú con guarniciones—, pero en todos los casos llega acompañado de un irresistible mojo casero de aceite ahumado con ajo, romero y perejil. Este aderezo no solo suma intensidad y profundidad al plato, actúa como contrapunto graso y aromático al frescor de la marinada, redondeando cada bocado con un equilibrio magistral. El resultado es un plato de apariencia humilde pero ejecución impecable, que convierte al clásico pollo asado en una experiencia digna de aplauso.
Un buen pollo no se entiende sin sus fieles acompañantes y aquí han sabido darles el protagonismo que merecen. Las opciones son variadas y van desde las imprescindibles patatas fritas, doradas hasta alcanzar ese punto exacto de crujiente casero, hasta unas sabrosas patatas gajo asadas, marinadas y servidas con salsas que no son meros complementos, sino parte esencial del viaje gustativo: una brava con carácter y una suave emulsión de ajos. Sin embargo, el acompañamiento que realmente merece una mención aparte es la hallaquita, una joya de la cocina venezolana que rara vez se ve en Madrid. Esta especie de tamal, hecho a base de masa de maíz cocida y envuelta en hoja de mazorca, se presenta aquí en versión individual, como un guiño íntimo y sabroso a las raíces de Ana y Ernesto. Su textura pastosa y sabor ligeramente ahumado hacen de ella una compañera perfecta para el pollo asado, aportando contraste y profundidad.
Otra opción imprescindible en el repertorio—y que merece un capítulo aparte— son sus alitas de pollo. Las Alitas Partidas, como las han bautizado, son un ejemplo más de cómo un plato de apariencia sencilla puede convertirse en una pequeña obra de precisión culinaria. Porque cualquiera puede freír unas alitas, pero no cualquiera logra ese equilibrio entre el crujiente del rebozado, la melosidad interior y el punto justo de la marinada. Aquí, las alitas llegan en formatos de seis o doce unidades, o bien en menú con patatas fritas o gajo, y se pueden bañar al gusto en una salsa BBQ dulce de corte clásico, o en una valiente versión brava picante al estilo Búfalo. El rebozado es crunchy, con textura, aireado, sabroso, y no roba protagonismo a la carne, sino que la arropa. Cada bocado estalla con un juego de contrastes bien medido: lo dulce, lo picante, lo crocante, lo jugoso... Un plato que invita a ponerse guantes para no mancharse las manos y también a cerrar los ojos con satisfacción.
El pollo también encuentra en Dizzy Chicken su expresión más urbana y desenfadada a través de una pequeña pero efectiva selección de hamburguesas. No hace falta un repertorio extenso cuando lo que se ofrece está tan bien ejecutado. Cada una de las tres opciones parte de una misma base impecable: pechuga de pollo crujiente, jugosa y perfectamente empanada, servida en panes brioche para dar esponjosidad y dulzor, realzando el conjunto. La Reina Avocado es quizá la más fresca y herbácea, con una mayonesa de cilantro y lima que aporta un guiño latino, aguacate majado que suma cremosidad, y unos quesos fritos que elevan el conjunto con un punto goloso. Como nos explicó el propio Ernesto es un homenaje a la primera Miss Mundo venezolana que de forma cariñosa le llamaban reina, palabra, además, muy usada en Hispanoamérica. La Onion 3.0 apuesta por la intensidad del triple tratamiento de la cebolla —caramelizada, encurtida y frita— que dialoga con el cheddar fundido y una mayonesa Dijon que redondea el perfil umami del bocado. Por su parte, la Pickle Crujiente es la más canalla: coleslaw (ensalada de col) para el frescor, pepinillos que estallan en acidez y una salsa tártara que abraza todos los sabores sin eclipsarlos. Son hamburguesas que respetan el producto pero no renuncian a la creatividad. Sin aspavientos ni construcciones imposibles, demuestran que con buenas ideas, equilibrio y técnica se puede ofrecer mucho con poco.
Dizzy Chicken es mucho más que un puesto de comida en un mercado: es una declaración de principios. Una cocina honesta, con raíces y con cariño, donde cada plato refleja el compromiso de Ana y Ernesto por ofrecer algo auténtico, sabroso y cercano. En un barrio que conserva el alma popular de Madrid, este rincón se convierte en refugio para autóctonos y foráneos que buscan sabor sin artificios y cocina con alma. Ya sea con un pollo asado que roza la perfección, unas alitas memorables o una hallaquita que conecta con la tradición, Dizzy Chicken demuestra que la excelencia no entiende de metros cuadrados, sino de pasión por hacer bien las cosas.
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