Úrsula Marcos
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Elegir, guardar y servir vino en casa puede parecer complicado, pero con algunos consejos prácticos cualquier persona puede disfrutar de una buena botella sin necesidad de ser experta ni gastar mucho dinero. El proceso comienza en la tienda, sigue en el almacenamiento y termina en la mesa, donde pequeños detalles marcan la diferencia.
A la hora de comprar vino, es útil fijarse en la información que aparece en la etiqueta. El nombre del productor, la región de origen, la variedad de uva y el año de cosecha son datos clave. En los vinos del llamado 'Nuevo Mundo' (Estados Unidos, Argentina, Chile, Australia o Sudáfrica), suele aparecer claramente la variedad de uva. En los vinos del 'Viejo Mundo', los europeos, muchas veces se indica solo la región o denominación de origen, por lo que conviene saber qué uvas predominan en cada zona. El año indica cuándo se recogieron las uvas; para la mayoría de los vinos blancos y rosados conviene elegir añadas recientes, mientras que algunos tintos pueden mejorar tras unos años en botella.
No es necesario gastar mucho para encontrar vinos de calidad. La mayoría de países ofrecen opciones muy interesantes a precios ajustados. También merece la pena probar variedades menos conocidas, que suelen tener precios más bajos porque hay menos demanda y una gran calidad debido a que se pone mucho esmero en su elaboración. Si un productor le ha gustado antes, es probable que otros vinos suyos también sean fiables. Las etiquetas traseras a menudo incluyen descripciones útiles y sugerencias de maridaje.
El vino adecuado depende del momento y del uso previsto. Para cenas con amigos o comidas familiares, lo mejor es optar por vinos versátiles: un tinto suave suele funcionar bien con muchos platos; un blanco seco acompaña desde ensaladas hasta pescados. Si se trata de un regalo, un espumoso o un tinto conocido suele ser una apuesta segura. Para ocasiones informales o para tomar una copa sin comida, los vinos ligeros y afrutados resultan agradables y fáciles de beber.
Una vez en casa, el almacenamiento correcto ayuda a mantener el vino en buen estado hasta el momento de abrirlo. La temperatura es el factor más importante: lo ideal es guardar las botellas entre 12 y 18 grados centígrados, evitando cambios bruscos y alejadas de fuentes de calor como radiadores u hornos. La humedad moderada (entre 50% y 80%) evita que los corchos se sequen y entre aire en la botella. La luz directa puede dañar el vino, así que conviene buscar un lugar oscuro o al menos protegido del sol.
Las botellas cerradas con corcho deben guardarse tumbadas para que el corcho no se reseque; si tienen tapón de rosca o plástico esto no es tan importante, pero tampoco perjudica. Los movimientos constantes no son recomendables porque pueden alterar los sedimentos en vinos viejos. En la mayoría de hogares basta con encontrar un armario interior fresco o una parte baja del trastero; si se vive en una zona muy cálida o se acumulan muchas botellas, puede ser útil invertir en una vinoteca eléctrica pequeña.
El frigorífico doméstico sirve para enfriar botellas antes de servirlas o para conservar restos durante unos días tras abrirlas, pero no es adecuado para almacenar vino durante meses porque el frío excesivo y la falta de humedad pueden estropear el corcho y los aromas.
Servir el vino a la temperatura correcta mejora mucho su sabor. Los espumosos deben estar bien fríos (entre 3 y 7 grados), igual que los blancos ligeros y rosados (7-10 grados). Los blancos con más cuerpo pueden servirse algo menos fríos (10-13 grados). Los tintos jóvenes y ligeros están mejor frescos (12-16 grados), mientras que los tintos potentes conviene servirlos a temperatura ambiente fresca (16-18 grados). En casas modernas esa temperatura suele ser más baja que la del salón habitual; por eso muchos expertos recomiendan meter los tintos media hora en la nevera antes de abrirlos si hace calor.
Decantar el vino consiste en verterlo en otro recipiente para airearlo y separar posibles sedimentos. Es especialmente útil para tintos jóvenes con mucho cuerpo (como Cabernet Sauvignon o Syrah), ya que suaviza los taninos y realza los aromas. Basta con dejarlo reposar entre media hora y una hora antes de servirlo. Los vinos viejos deben decantarse con cuidado solo si tienen posos; demasiado aire puede hacerles perder fragancia rápidamente.
En cuanto a las copas, lo ideal es usar vasos transparentes con tallo: uno grande para tintos (permite girar el vino y liberar aromas) y otro más pequeño para blancos (mantiene mejor el frío). Las copas tipo flauta son habituales para espumosos porque conservan las burbujas, aunque cada vez más sumilleres prefieren copas blancas normales para apreciar mejor los aromas.
Al servir el vino hay que llenar solo un tercio o la mitad de la copa para poder girarlo sin derramarlo y disfrutar del aroma. Se recomienda sujetar siempre por el tallo para no calentar el contenido con la mano. Si se sirve a varias personas, primero se ofrece una pequeña cantidad al anfitrión para comprobar que está correcto; después se reparte entre los invitados.
Si quedan restos tras una comida, se puede volver a tapar la botella (con su corcho original o un tapón especial) y guardarla en la nevera; así aguantará bien uno o dos días más sin perder calidad apreciable.
En definitiva, elegir bien el vino empieza por leer las etiquetas e informarse sobre regiones menos conocidas; guardarlo correctamente depende sobre todo de evitar calor y luz; servirlo a su temperatura óptima permite disfrutarlo al máximo. Con estos pasos sencillos cualquier aficionado puede sacar partido a cada botella sin complicaciones ni grandes gastos.
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