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El oídio de la vid apareció en Francia en 1845 provocando una inmensa caída de la producción francesa del 75% en 4 años, que pasó de 45 millones de hectolitros en 1850 a 11 millones en 1854. Esta enfermedad se debe a un hongo "Uncinula necator", que se desarrolla en cualquier parte herbácea de la vid.
Los primeros síntomas se producen en los brotes jóvenes herbáceos que presentan en primavera un crecimiento reducido, con entrenudos cortos y un revestimiento de polvo blanquecino que les confiere uno de los aspectos característicos de la enfermedad, visible solamente en las variedades sensibles del viñedo mediterráneo (cariñena en particular); después del agostamiento los sarmientos tienen manchas parduzcas y sus extremidades permanecen blanquecinas. Por este motivo al oídio se suele llamar popularmente "blanquilla" o "cenicilla".
En las hojas se observa en principio un ligero rizado en el borde y después la aparición de manchas difusas de polvo blanquecino o grisáceo. Las manchas blanquecinas del oídio son visibles sobre todo en la cara superior del limbo mientras que con el mildiu están localizadas exclusivamente en la cara inferior.
En los racimos, la contaminación puede ocurrir antes de la floración y provocar una desecación parcial o total de las inflorescencias. Después del cuajado, los granos contaminados se recubren de un fino polvo blanquecino y posteriormente de necrosis negras. El crecimiento de las partes afectadas se para, mientras que las uvas continúan engordando; revientan y dejan aparecer las pepitas. Estas lesiones son muy favorables a la penetración de la podredumbre gris.
El oídio de la vid presenta la particularidad de existir bajo dos estados genéticamente diferentes que no poseen las mismas formas de conservación y de reproducción. Existe una forma de reproducción asexuada del hongo que penetra a partir de los meses de mayo y junio; y existe otra forma de reproducción sexuada del hongo que penetra durante el invierno.
Alternativamente, también existe una forma «drapeaux» (colores) que se da solo en viñedos meridionales en donde provoca ataques precoces; y también una forma «cleistotecas» que es dominante en los viñedos septentrionales y se manifiesta más tardíamente en primavera.
En cualquier caso, es en primavera cuando el hongo se extienden sobre los órganos sanos situados cerca y los ataques sobre las hojas se observan durante toda la temporada mientras que la enfermedad en las bayas se observa a partir del cuajado. Los daños se hacen espectaculares más tarde, lo más frecuente después de la cerrazón del racimo que son infectados en un período corto. Por eso la presencia de oídio en las hojas en el cuajado representa la mayoría de las veces un alto riesgo para los racimos.
Como ya hemos visto, el oídio ataca a todos los órganos herbáceos de la vid: los pámpanos jóvenes en primavera, que detienen su crecimiento y cuyas hojas se crispan; las inflorescencias en el momento de la floración, lo que provoca un mal cuajado; y las bayas durante su crecimiento.
Esta rápida expansión hace que una parcela de viña que sufra un fuerte ataque de oídio pueda perder una gran parte de su cosecha.
El clima húmedo suele desencadenar el desarrollo del oídio, que suele comenzar a una temperatura de 5°C en atmósfera húmeda. Sin embargo, la contaminación se hace intensa entre 20 y 25°C. En general, en tiempo cálido y con atmósfera húmeda, el oídio se desarrolla muy rápidamente. Las lluvias de verano, cálidas y cortas son favorables; asimismo, las noches frescas de junio que producen rocíos y nieblas matinales son también favorables. Contrariamente al mildiu, el oídio no tienen necesidad de lluvia para proliferar, la simple humedad de la atmósfera es suficiente a falta de lluvia. Los períodos nublados son favorables, así como todo lo que provoque un estado higrométrico elevados, a saber: viñedos valles fértiles bajos, vegetación tupida, vigor, mala aireación de los racimos.
Por otro lado, a temperaturas muy elevadas, superiores a 35°C suele inhibirse. La insolación, al secar el aire, es perjudicial para el parásito.
No existen sistemas manuales de prevención eficaces, solamente hay que reducir el vigor de las cepas y eliminar los focos quemando en invierno las maderas de poda de las partes afectadas y evitando las contaminaciones de las hojas al principio de la vegetación.
La lucha química es el único medio de combatir el oídio. Es preventiva esencialmente con el fin de proteger órganos sanos antes de toda contaminación. Se modula en función de la sensibilidad de las variedades y de la situación geográfica. Y es curativa para frenar la enfermedad si ya está desarrollada. En cualquier caso, los tratamientos precoces constituyen la llave de la protección eficaz contra el oídio.
Los fungicidas a base de azufre (empleados durante más de un siglo), los fungicidas orgánicos de contacto, los fungicidas penetrantes a base de IBE, los fungicidas penetrantes a base de estrobilurinas y los fungicidas a base de quinoxifen, son los medios más ampliamente usados en la lucha contra esta enfermedad.
Estos fungicidas tienen una acción específica anti-oídio, únicamente preventiva (inhibición de la germinación de las esporas), una muy buena resistencia al lavado y una larga persistencia de acción (14 días). Los fungicidas deben utilizarse respetando las dosis por hectárea homologadas, en particular para los nuevos fungicidas de síntesis, ya que, aplicados en exceso y debido a su resistencia al lavado, podrían pasar al vino.
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