Viernes 22 de Agosto de 2025
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La Unión Europea produce cerca del 45% de la superficie mundial de viñedos, lo que la sitúa como líder en el sector vitivinícola. Esta posición sostiene millones de empleos y es clave para la sostenibilidad social y ambiental de muchas regiones europeas. Sin embargo, el cambio climático y la propagación de plagas y enfermedades están afectando tanto la cantidad como la calidad de la producción de uva.
Durante décadas, los viticultores han utilizado pesticidas químicos para proteger las vides. Aunque estos productos han sido eficaces a corto plazo, su uso excesivo ha provocado problemas ambientales, riesgos para la salud humana y una disminución de insectos beneficiosos. Por ello, crece el interés por métodos sostenibles e integrados que reduzcan el uso de productos químicos sin sacrificar la productividad ni la calidad de la uva.
Los avances en genómica y tecnologías de secuenciación ofrecen nuevas soluciones a estos problemas. Gracias a la investigación genética, los científicos están desarrollando variedades de uva más resistentes, mejorando el control específico de plagas y fomentando la conservación de la biodiversidad. Estas innovaciones son necesarias para afrontar los problemas derivados del cambio climático, las nuevas presiones de plagas y las expectativas cambiantes de los consumidores.
Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), entre un 20% y un 40% del rendimiento agrícola mundial se pierde cada año debido a plagas. Las enfermedades vegetales suponen unos 220.000 millones de dólares anuales en pérdidas económicas, mientras que los insectos invasores causan daños por valor de unos 70.000 millones. Se prevé que estas pérdidas aumenten con el calentamiento global: por cada grado que suba la temperatura media mundial, las pérdidas por insectos podrían incrementarse entre un 10% y un 25%.
El control tradicional mediante pesticidas ha generado preocupación por sus efectos sobre el medio ambiente y la salud. Un estudio reciente realizado en ocho países europeos muestra que la exposición a pesticidas reduce notablemente el crecimiento y éxito reproductivo de las colonias de abejorros, con caídas del 47% en la producción de reinas y del 52% en el rendimiento total en zonas con alto riesgo. Además, se han documentado efectos graves sobre la salud humana, especialmente entre trabajadores agrícolas y poblaciones cercanas, como cánceres, enfermedades neurodegenerativas, trastornos reproductivos y problemas respiratorios.
Ante esta situación, la Estrategia "De la Granja a la Mesa" de la Unión Europea exige reducir a la mitad el uso de pesticidas para 2030. Para lograrlo, es necesario cambiar hacia estrategias precisas que minimicen el impacto ambiental. La genómica permite comprender mejor cómo resisten o sucumben las plantas ante enfermedades y plagas. Así se pueden identificar rasgos genéticos resistentes, mejorar los programas de cría y desarrollar variedades más adaptables.
Las tecnologías de secuenciación están transformando la agricultura al facilitar el desarrollo rápido de cultivos resistentes a enfermedades y al clima adverso, apoyar el seguimiento y gestión de patógenos, ayudar a conservar la biodiversidad y reducir el uso de productos químicos. El acceso a estas tecnologías es cada vez más sencillo y asequible gracias a plataformas como DNBSEQ™, que permiten a equipos pequeños realizar investigaciones genéticas sin grandes inversiones.
En Nueva Zelanda, Lincoln University colabora con el Bragato Research Institute para desarrollar variedades que requieran menos tratamientos químicos. Utilizan tecnologías como DNBSEQ™ para identificar genes asociados a resistencia frente al oídio o mildiu. Hace tres años incorporaron esta tecnología en su Departamento de Vino, Alimentos y Biociencias Moleculares para estudiar nuevas variedades con mejor sabor, mayor rendimiento y resistencia frente a plagas comunes.
El profesor Chris Winefield explica que ahora pueden analizar hasta 200 muestras en dos semanas y esperan llegar pronto a 50.000 muestras anuales gracias al apoyo tecnológico recibido. Antes dependían de proveedores internacionales para procesar muestras, lo que resultaba lento y caro. La llegada del sistema DNBSEQ-G400 ha permitido democratizar el acceso a estas herramientas incluso para equipos pequeños.
El caso neozelandés no es único. En Tailandia, el Centro Nacional Ómico utiliza DNBSEQ™ para preservar manglares mediante el estudio genético de su biodiversidad, fundamental para proteger costas y economías locales. En Australia, programas alimentarios recurren cada vez más a estas tecnologías para mejorar cultivos frente a sequías o enfermedades; colaboraciones con universidades locales han permitido crear nuevas plataformas avanzadas para mejorar frutas autóctonas.
Estas herramientas permiten que sectores agrícolas pequeños e independientes puedan innovar, mejorar su sostenibilidad y conservar su entorno natural. Así se reduce la brecha entre grandes explotaciones comerciales e iniciativas locales.
El modelo neozelandés sirve como ejemplo internacional para avanzar hacia una agricultura más sostenible. Aprovechar los avances genómicos ayuda a reducir insumos químicos, mejorar la resiliencia ante cambios ambientales e impulsar prácticas responsables en todo el mundo vitivinícola.
A medida que aumentan las presiones ambientales y regulatorias sobre los métodos tradicionales basados en pesticidas, recurrir a soluciones basadas en genética se convierte en una vía prioritaria para mantener tanto la productividad agrícola como los estándares medioambientales exigidos por organismos internacionales.
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