Úrsula Marcos
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Con la llegada del invierno, comienza una de las tareas más importantes en el ciclo de la vid: la poda. Este momento, que sucede tras el final del otoño, marca una etapa clave en el manejo del viñedo, ya que el reposo vegetativo de la planta facilita intervenir para regular su crecimiento y asegurar una producción de calidad en la próxima vendimia. La poda de invierno, también conocida como poda de formación o de fructificación, se convierte en una herramienta imprescindible en esta época del año.
La vid entra en reposo tras perder sus hojas en otoño, lo que detiene el flujo activo de savia y permite al viticultor trabajar sobre los sarmientos. El objetivo de esta poda es doble: eliminar el material vegetal sobrante del ciclo anterior y seleccionar aquellos sarmientos que serán los portadores de los futuros racimos. Esta labor no solo define la cantidad de uva que se producirá, sino también su calidad. Al regular la carga productiva, se asegura que la planta no se sobrecargue, permitiendo que los nutrientes se concentren en menos frutos, pero de mejor desarrollo.
Si no se realiza la poda en invierno, la planta puede crecer de manera desordenada. Este exceso de crecimiento genera problemas de ventilación y de exposición al sol, favoreciendo condiciones que aumentan el riesgo de enfermedades como la botritis o el mildiu. Además, la producción de uva se vuelve menos uniforme, con racimos pequeños o frutos de baja calidad. En el largo plazo, una vid que no es podada de forma regular puede perder productividad y complicar las tareas de manejo en el viñedo.
Uno de los conceptos asociados a la poda es el vigor de la planta. Este término describe la capacidad de crecimiento de la vid, reflejada en la longitud de los sarmientos, la densidad del follaje y la fuerza con la que la planta responde al entorno. El vigor está influido por el tipo de suelo, la variedad de la vid y las prácticas culturales, entre ellas, la poda. Una vid con un vigor descontrolado tiende a producir demasiada vegetación, lo que perjudica la maduración de los frutos. Por ello, la poda de invierno ayuda a equilibrar el vigor, manteniendo un desarrollo adecuado tanto en el crecimiento como en la producción.
A pesar de su importancia, la poda de invierno no es la única intervención que se realiza en el viñedo. En primavera y verano, cuando la planta ya está en plena actividad, se lleva a cabo la llamada poda en verde. Esta técnica complementaria tiene un enfoque diferente, pues no actúa sobre la estructura básica de la planta, sino sobre el crecimiento en tiempo real. La poda en verde incluye la eliminación de hojas, brotes secundarios y, en ocasiones, racimos en formación. Su objetivo principal es mejorar la exposición al sol, optimizar la ventilación del follaje y ajustar la carga de frutos en función del desarrollo observado durante el ciclo.
La diferencia entre la poda de invierno y la poda en verde radica en el momento y el propósito de cada una. Mientras que la poda de invierno es estructural y define el futuro de la planta, la poda en verde es una herramienta correctiva que permite afinar el manejo del viñedo según las condiciones del año. Ambas son esenciales para mantener el equilibrio en el cultivo de la vid y garantizar una producción de uvas de calidad.
Con el invierno a la vuelta de la esquina, el viñedo se prepara para una etapa decisiva. Los viticultores afrontan este trabajo con precisión y conocimiento, conscientes de que cada corte tiene un impacto directo en la cosecha que se recogerá en los próximos meses. La poda no es solo un acto técnico, sino una práctica que refleja la conexión entre el hombre y la naturaleza, buscando siempre el equilibrio entre productividad y sostenibilidad.
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