El vino de Os Ancares

El vino de Os Ancares

Lunes 20 de Octubre de 2008

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La vendimia llegó con veinte días de retraso para los últimos viticultores que quedan en la ribera del Navia, donde hace cuatro décadas la uva vivió tiempos de esplendor. Entonces sus laderas soleadas estaban pobladas de viñas que hoy yacen sepultadas por la maleza, víctimas del abandono del rural. El vino era un bien preciado y los vecinos relatan que las casas pudientes de la montaña compraban tierras en la ribera para plantar cepas: «Dicíase que o que tiña unha viña, tiña unha mina», recuerdan.

¿Quién imagina Navia, forestal y agroganadera, una potencia vinícola?. En una de las empinadas laderas que encierran la Puebla, se aprecian los restos de un viñedo comido por el monte. Un tejado que asoma entre la maleza delata la presencia de la caseta que servía de vigilancia. De entre las zarzas sale una cepa que trepa por un carballo. Sus hojas de parra se mezclan con las del roble y hermosos racimos de uva negra reivindican los tiempos dorados. Hoy sólo algunos vecinos de los pueblos ribereños de Coea, A Ribeira, Barcia y Grandela se dedican al cultivo de la vid y con la uva que ellos mismos cosechan elaboran el único vino genuinamente naviego, en una comarca donde continúa la tradición de hacerlo en las casas, pero con uva de fuera. Igual que los irreductibles galos de Astérix, estos nostálgicos vinateros mantienen vivo el último reducto del vino en Os Ancares.

En Grandela, Jorge Díaz recogió el sábado 400 kilos de uvas, con las que calcula que producirá unos trescientos litros de vino. «Este ano a colleita é algo peor en cantidade, pero a calidade da uva é boa»: Mientras Jorge explica que sus cepas son jóvenes, muestra la empinada caída hasta el río comida por la maleza, y afirma que en otro tiempo estuvo repleta de vides. «Eu volvín a isto por recordar os tempos de antes cando de neno ía facer xornais á vendimia. Para min é unha alegría»: Jorge, que es albañil, plantó sus vides hace nueve años e introdujo mencía, alicante y godello. También cultiva uva del país, a partir de una cepa vieja que cuenta que tenía más de un siglo cuando hace treinta años la recuperó con el propósito de «conservar a raza". Mezcla toda la uva y elabora un vino tinto que dice que no es ácido y que tiene un toque afrutado merced al godello. «O ano pasado estaba exquisito», afirma un vecino.

Como las vides de Jorge, las que tiene en Barcia Raúl Suárez, un jubilado de 83 años, también son nuevas. Raúl relata que emigró a Bilbao en el año 75 porque su padre no quiso darle el mayorazgo, y que retornó prejubilado de los altos hornos a principios de los noventa. Sus otros siete hermanos tuvieron que emigrar también y en las tierras en que su familia tenía los viñedos hoy nos muestra los pinos y el monte. Raúl recuperó para su viña cepas de uva blanca y negra del país porque, dice, «eran as que tiñamos na casa» y vendimió este año setecientos kilos de uva. Del vino que producirá darán buena cuenta él y su numerosa familia y cree que cuando deje las vides se las comerá también el monte porque ninguno de sus quince sobrinos muestra interés por continuar cosechándolas. Raúl refiere con nostalgia que antes en la Puebla casi todas las casas tenían cantina y que el vino que se vendía en ellas mayoritariamente era de uva de la zona. «Só nunha feira había algún almacén que gastaba un bocoi, que leva oitocentos litros». De aquellos tiempos de abundancia vitícola recuerda que llegaban a Barcia a comprar vino cantineros de la montaña y que los vecinos de Abrente vendieron todas sus viñas a «ricachóns de fóra» y que luego tuvieron que plantar una nueva para ellos.

A la vieja usanza.

Raúl continúa haciendo el vino como antaño: «A única diferenza é que antes pisabamos as uvas descalzos, pero polo demais faise igual». Las cepas de Raúl están muy juntas y las cava a mano; pisa las uvas en tinas de madera con botas de goma; y fermenta el zumo en cubas también de madera; posteriormente trasiega el vino a las barricas. «O que non me queda é ningún cacho», se lamenta, y explica que eran recipientes de madera para beber el vino. Cuando un vecino recuerda que decían que los vasos del vino no debían lavarse, Raúl replica con sorna: «Era por non ir pola agua á fonte, que ben mellor sabe nun vaso limpo».
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