Viernes 07 de Noviembre de 2025
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El pasado lunes, 3 de noviembre, se celebró en la región vinícola de Sonoma, en el norte de California, una conferencia organizada por la Old Vine Conference bajo el patrocinio de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV). El encuentro reunió a profesionales del sector para analizar la situación de los viñedos históricos, considerados por muchos como el corazón de la viticultura de calidad. Los asistentes abordaron tres problemas principales: el desconocimiento del consumidor, las dificultades en el etiquetado y presentación, y las presiones económicas derivadas del exceso actual de vino en California.
La sobreoferta de uva y vino a granel ha generado una presión intensa sobre los propietarios de viñedos. Muchos se plantean arrancar cepas antiguas o vender sus tierras. Algunos ponentes advirtieron que podrían perderse numerosos viñedos centenarios en California, lo que supondría no solo la desaparición de un patrimonio agrícola, sino también la pérdida de conocimientos sobre cómo estas plantas se han adaptado al clima cambiante del estado. Además, esto afectaría a familias que han mantenido estos viñedos durante generaciones.
Stuart Spencer, director ejecutivo de la Lodi Winegrape Commission, señaló que mientras existen viñedos centenarios sin compradores, grandes empresas importan millones de litros de vino barato desde otros países. Spencer propuso analizar el sector como un ecosistema económico internacional y buscar un equilibrio entre oferta y demanda que permita a los agricultores tener mayor peso en las decisiones.
Morgan Twain-Peterson, de Bedrock Wine Co., identificó lo que denominó el “problema del techo de precio”: los viñedos antiguos se asocian casi exclusivamente con la variedad Zinfandel, cuyo precio rara vez supera los 75 dólares por botella, incluso para vinos considerados entre los mejores elaborados con cepas viejas. En cambio, otras variedades como Cabernet Sauvignon alcanzan precios mucho más altos desde su gama básica.
Los expertos coincidieron en que los gestores de viñedos deben obtener mayores ingresos por mantener las cepas antiguas que por sustituirlas por variedades más rentables o vender el terreno para otros usos. Para lograrlo, es necesario aumentar el interés del consumidor y mejorar la información en el etiquetado.
Uno de los datos más relevantes surgió a partir del estudio presentado por Christian Miller, de Full Glass Research y Wine Market Council. Según su investigación, aunque los profesionales del sector conocen bien el valor de las cepas viejas, la mayoría de consumidores desconoce qué son o por qué son importantes. Al mostrar imágenes de viñas centenarias frente a plantaciones modernas a consumidores habituales pero no especializados, estos no percibieron diferencias. Sin embargo, tras explicarles el concepto y sus implicaciones culturales y cualitativas, muchos mostraron interés por atributos como la tradición o la complejidad.
Twain-Peterson explicó que cuando habla con clientes en restaurantes sobre estos viñedos históricos, suele generarse una conexión inmediata gracias al componente histórico. Según él, las personas no compran solo lo que haces sino por qué lo haces; en este caso, preservar viñas centenarias frente al beneficio económico rápido resulta atractivo para ciertos consumidores.
A pesar del interés potencial, trasladar esta información al consumidor presenta obstáculos importantes. Durante la conferencia se debatió cómo debería figurar la designación “old vine” (viña vieja) en las etiquetas: desde el lenguaje empleado hasta posibles sellos o certificaciones. El principal problema es garantizar credibilidad y coherencia. Twain-Peterson advirtió que si no se regula bien podría convertirse en un término vacío similar a “reserva” o “natural”, utilizado sin control real por motivos comerciales.
Desde el punto de vista comercial, Peter Granoff (Ferry Plaza Wine Merchant) expuso las dificultades prácticas: aplicar pegatinas informativas en tienda supone costes laborales y problemas logísticos. Prefiere que esta información figure directamente impresa en las etiquetas originales del productor.
Scott Stewart (Skurnik Wines) añadió que decidir quién asume los gastos adicionales —productores o importadores— puede ser complicado para pequeñas bodegas que trabajan con viñedos históricos y necesitan precios más altos para sobrevivir. Como ejemplo positivo se mencionó el sello sudafricano Old Vine Project, donde figura el año exacto de plantación gracias a un registro oficial muy antiguo. Sin embargo, este sistema depende de una regulación estatal inexistente en regiones como California.
En Estados Unidos no existe un registro sistemático sobre plantaciones antiguas; verificar la edad real requiere recurrir a análisis técnicos e históricos poco accesibles para muchos productores.
A pesar de estas dificultades técnicas y económicas, varios participantes mostraron disposición a apoyar un etiquetado específico si se implementa con rigor.
El debate también abordó cómo comunicar mejor el valor de estos vinos y a quién dirigir ese mensaje. Stewart explicó que actualmente son los propios distribuidores quienes deben informar activamente al cliente final; rara vez es este quien solicita expresamente vinos procedentes de cepas viejas salvo algunos aficionados concretos como los seguidores del Zinfandel.
Morgan Harris (Master Sommelier) advirtió contra intentar convertir este tipo de vinos en productos masivos: su producción es limitada por naturaleza y conviene centrarse en consumidores ya interesados en productos artesanales o tradicionales. Los datos presentados muestran que añadir información sobre viñas viejas puede inclinar la decisión cuando un cliente duda entre dos botellas similares; aunque factores como región o variedad siguen siendo prioritarios.
La conferencia puso sobre la mesa una paradoja: los viñedos históricos ofrecen historias atractivas y calidad reconocida pero no logran precios suficientes para asegurar su continuidad ante una oferta excesiva. La diferencia entre entusiasmo profesional y desconocimiento general representa tanto un problema como una oportunidad para el sector vitivinícola estadounidense.
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