El Weinskandal: cuando el vino austriaco se contaminó

El escándalo del dietilenglicol y su impacto en la industria vinícola austriaca

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Martes 03 de Junio de 2025

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Eran los 80, una década de grandes contrastes. Mientras el mundo contenía el aliento con la Guerra Fría y la Dama de Hierro iniciaba la Guerra de las Malvinas; Thriller nacía y se convertiría en el álbum más vendido de la historia; la MTV iniciaba sus transmisiones y cambiaba radicalmente la manera de entender y promocionar la música; aparecía el Walkman y el Pac-Man se convertiría en un fenómeno global y símbolo cultural de toda una generación. La gente acudió en masa a los cines a ver el estreno de E.T. o a presenciar el nacimiento de una película que marcaría una época, El Retorno del Jedi. Eran años de hombreras y colores fluorescentes, una época de leggings, sudaderas oversize y peinados voluminosos. Pero mientras toda esta efervescencia cultural y tecnológica dominaba el escenario, mientras todo esto pasaba un bioquímico austriaco, Otto Nathlasky hacía un descubrimiento, un descubrimiento que cambiaría para siempre la industria vinícola austriaca.

Desde finales de los años 70, Austria y la Alemania Federal –sí, en aquel momento existían dos Alemanias– eran excelentes socios comerciales. Alemania Occidental buscaba vinos blancos dulces y económicos, y los productores austriacos estaban listos para satisfacer esa demanda. La relación comercial era tan buena, de hecho, que cuando la demanda superó con creces a la oferta natural, se vieron obligados a buscar una solución.

Aquí es donde entra en escena el bioquímico austriaco Otto Nadrasky. Otto "inventó" una fórmula magistral basada en el dietilenglicol (DEG) que asombrosamente engañaba a los sentidos. Esta sustancia no solo simulaba la riqueza y complejidad de los preciados vinos de cosecha tardía, sino que también permitía a los productores aumentar el volumen: producir más vino con menos uvas e incluso reducir el contenido de alcohol, lo que significaba un considerable ahorro en impuestos.

Gracias a la fórmula de Nadrasky, algunos llegaron incluso a producir vinos completamente sin uva, elaborados sólo con azúcar y dietilenglicol. Y es que esta adulteración generaba solo ventajas económicas: con tan solo $5 de dietilenglicol se podían alterar hasta 1135 litros de vino. Era la solución perfecta... solo que tenía un problema: su consumo era letal.

La primera voz de alarma saltó hacia agosto de 1985, cuando un laboratorio alemán detectó dietilenglicol (DEG) en una muestra de vino austriaco. Esto no era casual. Desde hacía tiempo, había elementos que no cuadraban para los importadores alemanes: se estaba surtiendo una cantidad inusual de vino y, a pesar de que este parecía de una calidad curiosamente alta, se vendía a un precio sospechosamente bajo para tales características.

Finalmente, y para cerrar el círculo del engaño, a un viticultor, quizás poco perspicaz, no se le ocurrió otra cosa que facturar el dietilenglicol, declarándolo como un elemento necesario para su trabajo en la bodega. Esto no habría sido tan raro si no fuera porque se trataba de un pequeño productor con pocas hectáreas y un solo tractor, y la cantidad de DEG que facturaba era sencillamente descomunal.

En cuanto el laboratorio alemán dio la voz de alarma, la noticia se volvió "viral" —por supuesto, a la manera de los medios de la época: radio, televisión y prensa escrita—. Esto generó alarma general y pánico, obligando a Austria a actuar con rapidez: prohibió las exportaciones de vino, inició exhaustivas investigaciones policiales y ordenó la retirada inmediata de todos los productos sospechosos del mercado.

Conforme avanzaba la investigación, la magnitud del fraude se hizo cada vez más evidente: la fórmula de Nadrasky había alcanzado prácticamente todas las regiones vitivinícolas de Austria. Tras las pesquisas, fueron numerosos los implicados, desde comerciantes hasta bodegueros, todos ellos procesados y encarcelados, además de afrontar cuantiosas multas. La psicosis de los implicados fue tal que, en un intento desesperado, desecharon vino contaminado en los ríos, lo que a su vez alertó a las plantas de tratamiento de agua, añadiendo otra capa de crisis.

Pero la peor de las consecuencias, la que realmente dejó una cicatriz profunda, no fue económica ni judicial, y tampoco la pagaron solo los directamente responsables. La verdadera catástrofe recayó sobre la reputación del vino austriaco, que de la noche a la mañana fue considerado "veneno" por los consumidores de todo el mundo.

Miles de personas, muchos de ellos amantes del vino, sufrieron graves enfermedades, principalmente insuficiencia renal y hepática, debido a la intoxicación por DEG. Aunque las cantidades de DEG en algunas botellas eran potencialmente letales y causaron síntomas severos, afortunadamente no se reportaron muertes masivas directamente confirmadas por este incidente.

La vida de pequeños productores y familias que, por generaciones, habían dedicado su vida al vino, se vio trágicamente afectada. No solo sufrieron de manera económica, cayendo muchos en la bancarrota, sino también de forma emocional y en su orgullo. La vergüenza y el estigma se apoderaron de las comunidades, llevando a una profunda fragmentación social y a la desconfianza entre vecinos.

A raíz de lo sucedido, Austria se vio forzada a reinventarse por completo. Con su reputación gravemente dañada, la recuperación era imperativa. Por ello, la industria vitivinícola promulgó una legislación más estricta. Se implementaron controles de calidad rigurosos para evitar futuros fraudes. Entre las herramientas más destacadas se adoptó la cromatografía de gases, capaz de separar, identificar y cuantificar los componentes volátiles de una muestra de vino, actuando como un guardián infalible.

Esta profunda transformación condujo a un cambio radical en su filosofía de producción: la prioridad pasó de la cantidad a la calidad. Los productores redujeron drásticamente sus rendimientos y, en un esfuerzo por recuperar la esencia y el espíritu de su vino, priorizaron y reintrodujeron las variedades autóctonas.

Gracias a estas medidas y a un compromiso inquebrantable con la excelencia, el vino austriaco recuperó poco a poco la confianza del mercado. Afortunadamente, hoy en día, cuando se piensa en los vinos de este país, lo primero que viene a la cabeza no es la adulteración con dietilenglicol, sino la imagen de vinos blancos de alta calidad, con el Grüner Veltliner como su más brillante estandarte.

El "Weinskandal" dejó una profunda cicatriz en la sociedad de la época, trascendiendo las fronteras austríacas y alemanas. En Alemania Occidental, por ejemplo, la palabra "glycol" fue elegida como el término del año en 1985. Recordemos que hablamos de una era pre-internet, donde los medios de difusión masivos eran la radio, la televisión y la prensa escrita. Este hecho por sí solo dimensiona la profunda conmoción que el fraude generó en la sociedad alemana.

Pero su impacto no se limitó a Europa. El escándalo encontró incluso una referencia en la icónica serie "Los Simpson", lo que subraya la resonancia global del hecho y cómo trascendió fronteras, convirtiéndose en un símbolo cultural de un fraude sin precedentes.

No hace mucho escribí sobre Rudy Kurniawan, quien también cometió un fraude relacionado con el vino. Rudy falsificaba grandes vinos con otros de baja calidad, para ello se valía de su asombrosa nariz y, por supuesto, de su talento. Sin embargo, el caso de Nadrasky es intrínsecamente diferente. Nadrasky puso en riesgo la vida de muchísima gente. Añadió veneno a una bebida que para muchas culturas, actuales o antiguas, es el camino a la vida eterna, y lo hizo meramente por dinero.

No dudo que tanto Rudy como Nadrasky cometieron fraude, y no discuto que ambos merecían un castigo; sin embargo, sus casos son abismalmente distintos. Rudy Kurniawan pasó 10 años en prisión y, tras ello, se especula que ha continuado operando de alguna manera, aprovechando sus habilidades, aunque fuera en un marco más ambiguo. Rudy poseía un don que, si bien en principio usó de una manera poco ética, su caso permitió una particular reconducción de su habilidad.

No hay demasiada información sobre Nadrasky; no logré encontrar mucho sobre su pasado antes del fraude ni tampoco sobre la duración exacta de su pena en prisión. Sin embargo, me atrevo a afirmar que no fue suficiente, y que él, a diferencia de Kurniawan, jamás pudo reconducir su "don", pues su ingenio científico fue irrevocablemente manchado por el uso letal que le dio. Su legado es, por desgracia, el de una innovación deshonesta que estuvo a punto de costar innumerables vidas, un oscuro recordatorio de la delgada línea entre la ciencia y la moralidad.

La figura de Otto Nadrasky, un bioquímico cuyo "descubrimiento" causó tanto daño, nos obliga a una profunda reflexión ética sobre la responsabilidad inherente al conocimiento científico. Nos recuerda que, aunque el ingenio pueda ser deslumbrante, su verdadero valor reside en la integridad y el respeto inquebrantable por la vida humana.

El eco de aquel "glycol" que se convirtió en la palabra del año sigue resonando, instándonos a permanecer vigilantes ante los desafíos éticos que la ciencia y el comercio plantean constantemente. Es una lección que, sin duda, no debemos olvidar.

Salud y buen vino.

Un artículo de Jonathan Ramos
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