Martes 06 de Mayo de 2025
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El cónclave es uno de los rituales más herméticos y observados del mundo. Desde que se cierra la puerta de la Capilla Sixtina hasta que el humo blanco anuncia la elección, todo lo que sucede dentro es regido por siglos de tradición, silencio y símbolos. Uno de esos símbolos, aunque casi invisible, es el vino.
La Iglesia católica ha mantenido desde sus orígenes el uso del vino como elemento central en la liturgia. No es un detalle ornamental, sino un componente imprescindible del sacramento. El vino, junto con el pan, es materia esencial de la Eucaristía. Debe proceder del fruto de la vid (vitis vinifera), es decir, ser vino de uva fermentada, sin la adición de sustancias extrañas. Estas condiciones están reguladas por el derecho canónico y por instrucciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe, como el documento Redemptionis Sacramentum (2004) y otras directrices litúrgicas.
Durante un cónclave, si bien el acto de votar no está vinculado directamente con la celebración de la misa, sí hay momentos clave en los que la liturgia entra en juego. Uno de ellos es la misa Pro eligendo Pontifice, que se celebra antes del encierro de los cardenales. En ella, se pide guía espiritual para la elección del nuevo Papa. El vino está presente como parte de este rito.
En este contexto, cabe señalar que una de las referencias habituales en el Vaticano procede de La Rioja. Desde hace más de dos décadas, el vino elaborado por las Bodegas Heras Cordón ha estado vinculado a las celebraciones oficiales de la Santa Sede. Se trata de un vino que ha sido cuidadosamente seleccionado y enviado con supervisión directa por parte de representantes del Vaticano, y que ha sido consumido por varios pontífices recientes, entre ellos Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. En celebraciones solemnes como las que acompañan a un cónclave, no es improbable que este mismo vino vuelva a estar presente, como parte del protocolo ceremonial.
El uso del vino conecta con una idea central del cristianismo: la transformación. No es extraño que en un proceso como el cónclave, pensado para discernir y dar forma a un cambio de liderazgo espiritual, el vino esté presente al menos como recuerdo de esa transformación. Del mosto al vino, del vino al cáliz, del cáliz al gesto que encierra siglos de continuidad. El vino está, como tantas veces en la historia de la Iglesia, callado en el fondo del altar o sobre una mesa formando parte del rito y, ahora en el conclave, parte de la espera.
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