Ribeiro de cine
Ribeiro de cine
D.O. Ribeiro
Lunes 08 de Diciembre de 2008
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De momento, la película de los vinos de Ribeiro, que andan en estos días de promoción por toda la península, organizando comidas de prensa y catas públicas (hace dos días en Madrid, ayer en Barcelona), tiene mucho de adaptación a la modernidad de un clásico histórico. Cuentan los viticultores de aquella zona que los ingleses, que nunca han sido tontos a la hora de elegir zonas vinícolas desde las que importar vinos, pusieron sus ojos en el Ribeiro hace un par de siglos, cuando empezaron a tener problemas para la compra de vinos de Burdeos por sus guerras con Napoleón. Aquel interés, sin embargo, no encontró correspondencia entre los lugareños gallegos.
Por razones profundamente religiosas, el obispo de Tuy prohibió en aquellos días a los colleiteiros orensanos entrar en tratos con los comerciantes de la ?pérfida Albión? debido a que los herejes anglicanos podían contaminar su fe, francamente amenazada, por otro lado, por la abundancia de descendientes de judíos conversos dispuestos a comerciar con el vino de la región como si esa actividad fuese algo inocente. Así, los británicos se vieron forzados a irse a enriquecer con sus monedas y contaminar con sus creencias falsas y heterodoxas a los elaboradores de Oporto -¡pobriños!- que han recibido desde entonces toneladas de dinero por su vino, sí, pero acompañadas por montones de influencias dañinas, mientras la pobreza cristianamente sobrellevada y la consiguiente emigración diezmaban los pueblos del interior de Galicia sin alterar sus sanas costumbres católicas.
Anécdotas aparte, ya a finales del siglo XIX y sobre todo en la segunda mitad del XX, los productores del Ribeiro descubrieron lo mucho que aumentaba sus producciones el empleo de una variedad de uva, la Palomino, que en apenas unos años desplazó como una plaga a variedades autóctonas como la Treixadura, la Godello o la Albariño, que llevaban cientos de años confiriendo al vino de Ribeiro esa rara combinación de delicadeza y frescura que lo hacía grande y lo situaba entre los más conocidos ?todavía hoy lo es- y apreciados ?esto ya no tanto- por el consumidor español. Esa mala elección desde el punto de vista de la calidad ?buena, sin embargo, en cuanto a la cantidad, ¡qué más da si el vino es malo, si vendemos las botellas como churros!- ha lastrado la imagen del Ribeiro durante estas últimas décadas en las que el resto de las regiones vinícolas españolas se esforzaban por adaptarse a una nueva cultura del vino basada en la calidad.
Así pudo nacer y consolidarse la vecina Rías Baixas ?al principio una mera anécdota- apoyada en su Albariño y se quedó en poco tiempo con la parte el león de los blancos gallegos. Y así, más recientemente, se ha comenzado a proyectar Valdeorras hacia los mercados por medio de las elaboraciones de algunos grandes enólogos que han sabido aprovechar la Godello para producir vinos capaces de plantear una batalla interesante a los propios Rías Baixas dentro del contexto vitivinícola nacional.
¿Y qué hacía el Ribeiro mientras tanto? Curiosamente, la región vinícola que contaba con mayor prestigio histórico de Galicia, la que tiene a la Albariño, a la Godello y también a otras como Treixadura, Torrontés y Loureira entre sus variedades blancas autóctonas, parecía haberse dormido en un profundo sueño de autocomplacencia solipsista del que por fin empieza a despertar. Una de las protagonistas indiscutibles de este renacer que está experimentando el Ribeiro es la variedad Treixadura, capaz de protagonizar vinos frescos, de aromas frutales y florales tan delicados como agradables, vinos que combinan una delicada vivacidad frutal con una sensualidad francamente atractiva y cuyos viñedos, algunos de ellos hoy recuperados, fueron en su día arrancados con saña de las laderas para plantar en su lugar a la desubicada Palomino, tan grande en Jerez, tan perdida en esta región marcada por la confluencia de los ríos Miño, Avia y Arnoia, a un tiro de piedra de Portugal. La Palomino continúa siendo, todavía hoy, mayoritaria en el viñedo de Ribeiro, pero la calidad de otras como la Treixadura le come terreno día tras día.
La idiosincrasia de esta región vitivinícola, si embargo, no se caracteriza por la elaboración de monovarietales. Por eso, aunque cada vez abundan más los de Treixadura, debido a que cada vez son mayores los cuidados que se aplican al viñedo y por ello cada vez son mejores los resultados que se obtienen de esta variedad, entre otras, los ribeiros más característicos son los que nacen como fruto del cupage de las uvas de los distintos cepajes autorizados.
Hoy en día están registradas en el Ribeiro 115 bodegas, 85 de las cuales son pequeñas explotaciones de colleiteiro, que sólo pueden elaborar vino a partir de sus propias uvas y tienen un límite de producción de 60.000 litros. Entre sus vinos se producen un buen puñado de blancos de calidad, aunque sólo os daré como indicación en este post los nombres de aquellos que me parecieron más interesantes en la cata del evento llamado Proba de Ribeiro, hace unos meses.
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