José Peñín
Miércoles 30 de Octubre de 2024
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Mi largo quehacer vitivinícola recorriendo centenares de bodegas del mundo, me ha permitido en los viajes actuales el poder presagiar lo que me voy a encontrar. La excepción se ha producido al visitar este pasado 24 de octubre la bodega de Pago de Carraovejas, el modelo palmario de un empresariado vitivinícola que lleva por nombre Alma de Carraovejas.
Los que escribimos de vinos y cocinas solemos olvidarnos de los empresarios, ensalzando a los enólogos por un lado y cocineros por otro. José María Ruiz, dueño del Mesón José María de Segovia, se lanzó en 1987 con otros cuatro amigos a comprar un espacio de cereal y de caminos de ovejas tal y como lo vi en 1976 recorriendo los alrededores de Peñafiel. Tiempos cuando en Peñafiel, según en Catastro de entonces, abundaba "variedades no identificadas" y "tres variedades sin dominancia" y menos el tempranillo. El objetivo era construir, en un principio, una bodega que pudiera elaborar un tinto más propio para acompañar en los manteles de su mesón al lechazo y, sobre todo cochinillo.
Las raíces de José María Ruiz y su mujer Chon Aragoneses nada tenían que ver con el vino. Partir de cero sin los atavismos familiares de la viña, porque se dedicaba a otras cosas, tiene sus ventajas. José María luce esa inteligencia, intuición, valentía y sentido común de los que nacen con ella. Su verbo llano y lenguaraz, pero con un sentido de cercanía, es un signo de seguridad en sí mismo sin renunciar de sus humildes formas y orígenes.
Plantó 25 hectáreas y así comenzó esta historia. Se podría decir que el cochinillo pagó el Pago, lo que hoy se llama Pago de Carraovejas. Un año más tarde, ficha a Tomás Postigo como responsable técnico, con su experiencia enológica obtenida en Protos, mientras que José María se ocupaba en llevar a la excelencia su mesón segoviano. El nombre de Tomás Postigo llegó a fundirse con Carraovejas. El ritmo empresarial que tomaba la bodega no cuadraba con el temperamento más recogido y tímido de Tomás, lo que le llevó a establecerse por su cuenta. La marca llegó a impactar en el consumidor porque su propio nombre podría evocar el paisaje castellano de la oveja y el cereal. Un nombre de difícil pronunciación para un extranjero pero que, para el bebedor español, le llevaba a un vino tradicional, cuando en realidad asomaba mimbres elegantes con una breve mezcla de cabernet sauvignon. Muchos distribuidores formaban cola para representarlo, superando la barrera del pago al contado y hasta vender por cupos. Un nombre que llegó a citarse en las escuelas de negocios como fenómeno de un márquetin primigenio. La vena empresarial de este segoviano comenzó a expandirse con la incorporación de su hijo Pedro Ruiz Aragoneses, dando un vuelco al proyecto. Pedro, con sus conocimientos empresariales del márquetin y el deseo de implantar el I+D+I (Investigación+Desarrollo+Innovación) tuvo la habilidad de convencer a su padre de que Carraovejas no fuera una bodega que, siguiendo la tradición castellana de la mampostería o sillería de sus fachadas, concibiera el clásico ribera de jarra y mesón. Y así convirtió este antiguo camino de las ovejas en un valle coronado por pequeños bosques como una pequeña evocación al Côtes Rôtie borgoñón, brillando en la ladera una bodega vanguardista sin perder la identidad del territorio.
No recuerdo haber encontrado entre los herederos actuales de los bodegueros españoles un personaje tan joven, audaz y emprendedor como Pedro Ruiz capaz de poner límite a la producción de Carraovejas, llevando el crecimiento de la empresa a otras zonas de España. No invirtieron en crear nuevas instalaciones sino en adquirir en un tiempo récord pequeñas bodegas de culto ya establecidas, basándose en las elevadas puntuaciones (de 95 para arriba) de la crítica de cada una de ellas, incluso, algunas deficitarias. En el año 2013 compraron a Javier Zaccagnini la bodega Ossian, impulsado más por la calidad de sus vinos que por el sentimiento segoviano de sus raíces. Una firma con viñas situadas en Nieva, en el límite de cultivo geoclimático, tierra esteparia y con brotes pizarrosos. En 2019, la familia sin salir de la Ribera del Duero, buscó el viñedo más silvestre y abrupta de la localidad burgalesa de Fuentenebro con el tinto Milsetentayseis, la zona más elevada y silvestre de la D.O. Del Ribeiro se quedaron en 2019 con Viña Mein y sus bancales y el controvertido viñedo de Emilio Rojo, las dos marcas de culto de la zona. 2020 fue el año de la adquisición de Aiurri un viñedo en Leza, en las primeras rampas hacia la sierra Cantabria en la Rioja. Zona muy interesante por su mayor altitud y menor explotación vitícola en comparación con las zonas más cercanas al Ebro. En el año 2021 se quedaron con la bodega Marañones en San Martín de Valdeiglesias, en el ámbito de la zona de Gredos. Viñas más o menos salvajes y un dechado de mineralidad de sus vinos. Pero en este periodo, además del espíritu de sostenibilidad y filosofía socioempresarial, esta familia no paró ni un minuto para crear proyectos que no cabrían citarlos en este artículo. Os ruego que miréis este enlace: HISTORIA de Alma Carraovejas: un proyecto en torno al vino y os quedareis con la boca abierta.
No recuerdo cuando fue mi primera visita a Carraovejas. Calculo que fue hace más de 20 años, pero lo que me encontré el pasado 24 de octubre me dejó pasmado por el nivelazo técnico de la bodega. El video de rigor que toda firma bodeguera tiene a bien exhibir, se quedó corto ante lo que contemplamos desde una sala abarrotada de periodistas e influencers. Como si todos fuéramos montados sobre la espalda de un águila imperial (logotipo de Alma de Carraovejas), recorrimos con el ojo de un dron del tamaño de un puño, las viñas a vista de águila y a vista de conejo serpenteando entre las hileras de las cepas, introduciéndonos en el laboratorio, en las cocinas y sala del restaurante Ambivium (1 estrella Michelín) oficinas, barricas y tinas. Esta filmación de archivo se enganchó con otra en directo entrando el dron en ese instante en la sala en donde se veían nuestras cabezas ensimismadas viendo el video.
En algún momento me pareció hallarme en una bodega californiana con los extremos de Sterling Vineyard con su teleférico o la belleza del viñedo de Garzón en Uruguay. En cada parcela que visitamos, allí estaban los expertos en viticultura explicándonos sin recovecos técnicos el trabajo de campo de Carraovejas.
Para confirmar la calidad de sus vinos, estos son los mejores de cada bodega en la Guía Peñin 2025.
BODEGA PAGO DE CARRAOVEJAS (RIBERA DEL DUERO)
Potente, expresión de moras maduras, rico en matices.
BODEGA AIURRI (RIOJA)
Elegante expresivo, complejo.
BODEGA MARAÑONES (VINOS DE MADRID)
Dulcedumbre, frutal y floral, recuerdos de paja seca, mineral.
BODEGA VIÑA MEIN-EMILIO ROJO (RIBEIRO)
La complejidad de 6 variedades, rico en matices florales, frutales y hierbas secas.
BODEGA OSSIAN (SEGOVIA)
Fina acidez con toques ahumados y excelente expresión frutal de una verdejo elegante.
BODEGA MILSETENTAYSEIS (RIBERA DEL DUERO)
Un excelente cruce entre los toques balsámicos y silvestres del viñedo y los finos ahumados de la crianza.
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