Lunes 21 de Abril de 2025
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En el siglo XIX, la economía rural catalana estaba profundamente marcada por un sistema agrícola basado en contratos tradicionales como la masovería, la aparcería y, especialmente, la rabassa morta, que se utilizaban para organizar la relación entre los propietarios de tierras y los campesinos que las trabajaban. En la masovería, el masover vivía en la masía cedida por el propietario, cultivaba las tierras y entregaba una parte de los beneficios, siendo común en zonas montañosas con contratos duraderos. Por su parte, la aparcería, más frecuente en áreas productivas como el Penedès o el Camp de Tarragona, consistía en la cesión de tierras sin vivienda, donde el aparcero entregaba al propietario parte de la cosecha. Ambos sistemas reflejaban la dependencia del campesinado en un modelo agrario tradicional.
Por último el contrato de rabassa morta, ampliamente utilizado en el cultivo de la vid, fue uno de los más característicos de la Cataluña rural y resultó crucial en el modelo agrario de la época. La rabassa morta consistía en un acuerdo mediante el cual el propietario de una tierra cedía su uso a un campesino para que este pudiera plantar viñedos y explotarlos mientras vivieran más de dos tercios de las cepas que él mismo había plantado. Este contrato tenía un carácter temporal, ya que la vida productiva de las cepas estaba limitada por la naturaleza, dado que éstas acababan muriendo de manera natural tras unas décadas de explotación. Durante la vigencia del contrato, el rabasaire (el campesino) tenía derecho a los frutos de la vid, pero debía entregar al propietario una parte proporcional de la cosecha, además de pagar un canon anual. Este canon variaba según la región y podía consistir en dinero, productos agrícolas o bienes menores, como un par de pollos.
El sistema de rabassa morta ofrecía una cierta estabilidad económica para los rabasaires, ya que les permitía trabajar la tierra y obtener beneficios durante el tiempo que las cepas se mantuvieran vivas. Sin embargo, también beneficiaba a los propietarios, quienes conservaban la titularidad de las tierras y podían recuperarlas una vez finalizado el contrato, ya sea para volver a arrendarlas o para darles otro uso. Este equilibrio, aunque funcional en teoría, se volvió problemático con el tiempo debido a las innovaciones técnicas y los cambios en las dinámicas agrarias.
A lo largo del siglo XIX, se introdujo una técnica conocida como el acodado, que consistía en enterrar un sarmiento de una cepa viva para que desarrollara raíces y reemplazara a una cepa vieja que ya no producía frutos. Este procedimiento, que prolongaba significativamente la vida útil de las vides, alteró el carácter temporal del contrato de rabassa morta, ya que permitía a los rabasaires seguir explotando las tierras indefinidamente sin necesidad de replantar. Esta práctica llevó a conflictos crecientes entre los campesinos y los propietarios. Los primeros argumentaban que la práctica del acodado era una mejora técnica legítima que les permitía mantener sus derechos sobre la tierra, mientras que los segundos sostenían que el contrato debía finalizar cuando las cepas originales morían, sin importar las prácticas empleadas para alargar su vida productiva.
La tensión derivada de la rabassa morta se intensificó con la llegada de la plaga de la filoxera en las últimas décadas del siglo XIX. La filoxera, un insecto que atacaba las raíces de las cepas, destruyó rápidamente gran parte de los viñedos de Cataluña, arruinando a numerosos campesinos y provocando una crisis agraria sin precedentes, agravada además por la pérdida de las exportaciones hacia las antiguas colonias de Cuba y Filipinas. Los propietarios aprovecharon la destrucción de las cepas para declarar caducos los contratos de rabassa morta, argumentando que, al morir las plantas, los acuerdos quedaban automáticamente anulados. Por su parte, los rabasaires exigieron la renovación de los contratos y reclamaron mejoras en las condiciones, alegando que el coste de replantar con cepas americanas resistentes a la filoxera era excesivamente alto y requería apoyo económico.
El conflicto en torno a la rabassa morta no solo se limitó al ámbito económico, sino que también tuvo importantes repercusiones sociales y políticas. Los rabasaires, organizados en ligas de resistencia y sindicatos agrarios, comenzaron a movilizarse y a exigir reformas que garantizaran sus derechos y mejoraran sus condiciones de vida. Este movimiento sentó las bases para el surgimiento del cooperativismo agrario, que ofrecía a los campesinos una alternativa colectiva frente a la explotación individual y la dependencia de los propietarios.
Según la "Historia del Movimiento Cooperativo en Cataluña" publicada en 1965 por Santiago Joaniquet Aguilar, bajo el impulso del político catalan Fernando Garrido Tortosa, durante la segunda mitad del siglo XIX se formaron en Cataluña muchas coaliciones de trabajadores, a menudo de forma clandestina, empezando por la Compañía Fabril de Tejedores de 1840. Sin embargo es a finales del siglo XIX, bajo el amparo de la Ley de Asociaciones de 1887, que se legalizaron numerosas entidades rurales que, aunque no se denominaban explícitamente cooperativas, constituyeron los primeros pasos hacia el cooperativismo moderno, siendo la pionera la Societat Agrícola de Valls que nació en 1888. Estas asociaciones permitieron a los campesinos organizarse para comprar productos en común, como fertilizantes, y para mutualizar riesgos a través de sistemas de socorro mutuo. En las regiones vitivinícolas del Camp de Tarragona, la Conca de Barberà y el Penedès, estas iniciativas tuvieron un éxito particular, fomentando la cooperación entre campesinos y sentando las bases para un cambio estructural en la agricultura catalana.
Según se indica en el libro "Construcciones Agrarias en Cataluña" de Cesar Martinell i Brunet publicado en 1975, desde el comienzo del XX siglo se empezaron a establecer cooperativas en toda España, siendo una de las primeras la de Campo de Criptana (Ciudad Real) que se instauró en el año 1900. En Cataluña la primera cooperativa fue la Sociedad Agricola de Barbera (Tarragona) establecida en 1903 que construyó la primera bodega a estilo modernista con grandes tinas de madera. En la siguiente década, bajo el impulso cooperativo, se construyeron en Cataluña otras diez bodegas, sin embargo la mayoría sin estilo ni diseño remarcable. El auge del cooperativismo agrario, y la difusión masiva del estilo modernista en sus edificios, encontró su mayor impulso durante el periodo de la Mancomunitat de Catalunya (1914-1925). La Mancomunidad de Cataluña fue una institución española creada en 1914 por el dirigente de la Liga Regionalista Enric Prat de la Riba y disuelta en 1925 por la dictadura de Primo de Rivera. Agrupaba las cuatro diputaciones catalanas en un único ente regional, con la finalidad de acordar una acción social agraria común. La Mancomunitat promovió la modernización del campo catalán y a través de sus Servicios Técnicos de Agricultura, , dirigidos por expertos como Josep Maria Valls y Josep Maria Rendé i Ventosa, ofreció asesoramiento técnico, organizó conferencias y facilitó el acceso a sistemas de crédito agrario, contribuyendo a la expansión y consolidación del cooperativismo. Uno de los logros más destacados de la Mancomunitat fue el establecimiento de un sistema de crédito agrario que permitió a los campesinos financiar proyectos cooperativos, como la construcción de bodegas y la adquisición de equipos modernos.
Según indica Raquel Lacuesta en su libro "Catedrales del Vino" publicado en 2009, entre 1919 y 1923, el cooperativismo agrario catalán experimentó un crecimiento sin precedentes. Durante este periodo, se construyeron unas 75 bodegas cooperativas en Cataluña, representando el 70% del total en España. Estas bodegas, ubicadas principalmente en regiones vitivinícolas, se convirtieron en símbolos del éxito del movimiento cooperativo agrario. A través de ellas, los campesinos pudieron transformar y comercializar sus productos de forma más eficiente, obteniendo mejores precios y condiciones en el mercado. Entre ellas, destaca la Unión de Rabassaires, fundada en 1922 como el principal sindicato agrario de Cataluña, que, como indica Jordi Planas en su estudio "La Unión de Rabassaires y el cooperativismo (1922-1936)" de 2022, promovió acciones como la compra colectiva de insumos y la comercialización directa de productos agrícolas, logrando algunos avances pese a sus limitaciones organizativas. En este contexto de impulso cooperativo, el arquitecto Cèsar Martinell i Brunet alcanzó su mayor dedicación. Dejó su puesto como arquitecto de la municipalidad de Valls y emprendió un camino de estudio y diseño de más de cuarenta edificios agrarios entre 1917 y 1923, logrando una indiscutible fama gracias a obras de gran belleza y funcionalidad.
A lo largo de las décadas siguientes, el legado del cooperativismo agrario catalán mantuvo en papel clave y las denominaciones de origen y los consejos reguladores actuales, que garantizan la calidad y autenticidad de los productos agrícolas catalanes, son herederos directos de las ideas y prácticas cooperativas impulsadas por la Mancomunitat. Hoy en día, el cooperativismo sigue siendo un pilar fundamental del sistema agrario catalán, contribuyendo a la sostenibilidad económica y social del sector.
César Martinell i Brunet nació el 24 de diciembre de 1888 en Valls, una ciudad de la región catalana de España. Crecido en una familia con tradiciones locales, desarrolló pronto un interés por el arte y la arquitectura, influenciado por la rica cultura catalana que lo rodeaba. Después de completar sus estudios preliminares, se trasladó a Barcelona para asistir a la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, donde se graduó en 1916. Durante sus años universitarios, tuvo la oportunidad de colaborar con Antoni Gaudí, un encuentro que dejó una huella profunda en su carrera profesional. A pesar de la influencia de Gaudí, Martinell desarrolló un estilo personal basado en la fusión entre tradición e innovación, un rasgo que se convertiría en el sello distintivo de sus obras. Su estilo suele clasificarse como Modernismo, pero con influencias del Noucentisme (el estilo que sucedió al Modernismo en Cataluña). Esto se ve claramente en los edificios donde utilizó abundantemente el "maó" (ladrillo) catalán alrededor de las ventanas, columnas y en la cerámica decorativa. El "maó" se usaba porque era uno de los materiales más humildes en la construcción: simplemente se hacía con barro y luego se cocía. Hay que tener en cuenta que Martinell no construía para la Iglesia (que podía pagar más), sino para cooperativas, que tenían menos recursos. Gracias a los dos elementos principales del modernismo —el arco parabólico o catenario (como los de la Sagrada Familia) y la vuelta catalana— no hacía falta utilizar más que "maons", ya que son estructuras que pueden aguantar mucho peso, hacen que las construcciones sean más ligeras, no requieren usar grandes cantidades de ladrillo ni colocarlos uno sobre otro en exceso. Además, se podía ahorrar mucho en materiales como la madera, porque no era necesario encofrar: los arcos se construían usando cimbras. Las vueltas catalanas, hechas solo con "maons", pueden soportar más de 30.000 kilos sin necesidad de usar elementos metálicos, es decir, sin necesidad de forjar.
En 1923 fue designado Decano del Colegio de Arquitectos de Barcelona y en 1929 nombrado Profesor y Secretario de la Escola d'Arts i Oficis de Barcelona (Escuela de Artes y Oficios). Fue también uno de los fundadores del Centre d'Estudis Gaudinistes (Centro de Estudios Gaudinistas) en 1952.
Su trayectoria profesional lo llevó a la de arquitecto, historiador y divulgador. Desde luego colaboró en diversas publicaciones, como la Revista de Catalunya, Destino y La Vanguardia y fue autor de muchos libros sobre arquitectura, entre ellos Arquitectura i escultura barroca a Catalunya, Gaudí: su vida, su teoría, su obra y, junto con otros escritores, Construcciones agrarias en Cataluña, sobre un tema en el que era un experto. Su labor de divulgación no se limitó a acudir a conferencias en España sino también en el extranjero, como por ejemplo a las conferencias sobre la arquitectura catalana que se celebraron entre 1932 y 1936 en Estocolmo, en París y en Basilea.
Durante su vida, planeó y construyó cerca de 40 bodegas y otras edificaciones agrícolas que, debido a su magnificencia, son conocidas como las "Catedrales del Vino". Martinell no sólo diseñó los edificios, sino que también organizó sus espacios internos para que los trabajadores pudieran realizar sus tareas en un entorno más agradable, optimizando así la producción. Además, buscó que los edificios se integraran armoniosamente con el entorno que los rodeaba.
La mayoría de estos edificios, además de ser BCIN (Bé Cultural d'Interès Nacional), figura legal que designa un bien cultural como de máxima protección y relevancia dentro del patrimonio cultural de Cataluña, y en el caso del celler cooperatiu de Gandesa también una de las 7 maravillas de Catalunya, siguen siendo sede de bodegas que producen excelentes vinos y promueven la autenticidad del territorio mediante el cultivo de variedades de uvas autóctonas. Las cooperativas han demostrado a lo largo de un siglo una resiliencia extraordinaria, como señala el estudio de 2024 "Las Cooperativas Agrarias Centenarias en Catalunya: Características y Contribución a los ODS", de Y. Montegut, A. Colom y M. Plana Farran, publicado en la Revista de Economía Pública, Social y Cooperativa, n.º 110. En la actualidad, España presenta un elevado índice de mortalidad empresarial, con un 61,5% de las empresas que no superan los cinco años y hasta un 85% de las pymes que desaparecen antes de cumplir cuatro años. En contraste, las cooperativas muestran una mayor longevidad: más del 50% superan los cinco años, y en Catalunya, el 33% de las cooperativas agrarias han alcanzado el siglo de existencia.
Entre ellas destacan la Bodega Cooperativa de Gandesa, Bodega de Pinell de Brai, Celler Adernats Vinícola de Nulles, Celler Cooperatiu i Secció de Crèdit de Vila-rodona, Agrícola i Secció de Crèdit de Llorenç del Penedès, Bodega Cooperativa Falset Marçà y Celler Cooperatiu de Cornudella de Montsant.
Situada en la comarca de Alt Camp, fuera del núcleo urbano de Nulles. La construcción de la bodega, con una capacidad prevista de 13.000 hectolitros, fue encargada al arquitecto por el Sindicato Agrícola de Sant Isidre en 1919. Este fue su tercer proyecto en la zona, tras las bodegas de Vila-Rodona y Rocafort de Queralt. En este caso, el arquitecto diseñó un edificio con una estructura diáfana muy singular, totalmente diferente a sus construcciones anteriores en la comarca.
La cooperativa, formada por 70 socios, conduce un cultivo de 400 hectáreas de viñedo tanto de variedades autóctonas como más internacionales (Tempranillo, Merlot, Moscatel y Chardonnay) y la producción actual de la bodega es de 1,5 millones de litros y unas 200.000 botellas al año. La producción consiste en 7 vinos comunes y 6 cavas. Entre los vinos destacan los dos vinos monovarietales 100 Veremes (DO Tarragona) y Xarel-lo Vermell (DO Tarragona) procedentes de variedades ancestrales como macabeo y Xarel-lo Rojo y fermentados en las tinas centenarias de hormigón y los cavas reserva y gran reserva.
Ubicada en la comarca del Baix Penedès, la bodega fue diseñada en 1921 por César Martinell por encargo del Sindicato Agrícola de Llorenç del Penedès. El proyecto incluía una capacidad de 18.000 hectolitros, junto con la construcción de una almazara y un almacén. La característica más singular de esta bodega son los depósitos subterráneos, formados por tinas con bóvedas tabicadas reforzadas y separadas por pasillos, lo que permite que el espacio subterráneo sea habitable.
La cooperativa, formada por 175 socios, conduce un cultivo de 125 hectáreas de olivos y 85 hectáreas de viñedos. La producción promedia de los últimos cinco años es de 0,2 millones de kilos de olivas y de 0,8 millones de kilos de uva, utilizados para vinificar unas 60.000 botellas al año. La producción consiste en 4 vinos comunes y 4 cavas. Entre los vinos destacan el vino monovarietal Vi del Centenari 1920 (DO Catalunya) procedente de Xarel-lo y el Cava Culminant Brut Nature Reserva (DO Cava) procedente de Xarel.lo, Macabeo, Parellada y Chardonnay.
También ubicada en Priorat, la construcción de la bodega fue encargada a César Martinell en 1919 por el Sindicato Agrícola y Caja Rural de Cornudella, junto con una almazara. El proyecto inicial de la bodega contemplaba una capacidad de 18.000 hectolitros. Sin embargo, debido a una postura más prudente y poco optimista sobre la economía agraria del país, en 1920 el Sindicato instruyó a César Martinell para reducir la capacidad a 11.000 hectolitros, intentando mantener, en la medida de lo posible, el estilo del diseño original. El proyecto estuvo condicionado por la presencia de una hondonada natural en el terreno donde se levantó el edificio. Esta particularidad permitió evitar la excavación de depósitos subterráneos, sustituyéndolos por tinas cilíndricas con bocas superiores accesibles desde el nivel de la carretera. Una vez construidas las tinas bajas y la estructura principal de la bodega, la adhesión de nuevos socios a la cooperativa evidenció que la capacidad había sido subestimada y que era necesario ampliarla. Ante la falta de espacio para una nueva construcción, se optó por optimizar los espacios disponibles. Esta solución sería empleada más tarde en otros edificios, como en Rocafort de Queralt en 1930. En concreto, se reemplazaron las tinas a nivel de la carretera por depósitos de planta pseudorrectangular, con lados curvos, lo que permitió aprovechar una mayor superficie en comparación con los depósitos de planta circular.
La cooperativa elabora unos 200.000 kilos de uva y la producción consiste en 7 vinos comunes, una mistela, un rancio y un vermut. Entre los vinos destacan los dos de la línea 8C+ (DO Montsant), el rosado procedente de Garnacha tinta y macabeo y el tinto monovarietal de Garnacha tinta. Junto con el Celler Adernats Vinícola de Nulles, es una de las pocas bodegas cooperativas modernistas en las cuales el vino se sigue elaborando en el edificio histórico y en las tinas centenarias.
Ubicada en Terra Alta. La construcción de la bodega, con una capacidad de 20.000 hectolitros, se remonta al mismo año de la fundación del Sindicato de Gandesa en 1919. El edificio se distingue por los elementos clave de la arquitectura modernista de César Martinell: las bóvedas catalanas que cubren las naves, los arcos equilibrados que forman parte de la estructura portante del edificio y el uso característico de ladrillos. El edificio tiene la particularidad de estar compuesto por tres naves paralelas y otra nave perpendicular a estas. Al año siguiente, el Sindicato encargó a César Martinell la ampliación de la capacidad en otros 17.000 hectolitros mediante la construcción de una segunda bodega con depósitos subterráneos junto al edificio original.
La cooperativa, formada por 150 socios (de los cuales 91 viticultores), conduce un cultivo de 323 hectáreas de viñedo y la producción actual de la bodega es de 1,5 millones de kilos de uva, de los cuales una parte se utiliza para vinificar una 1.250.000 botellas al año bajo seis marcas diferentes: Puresa, Somdinou, Varvall, Gandesola, Terralta y Castel. Entre los vinos destacan los monovarietales de la gama Puresa (DO Terra Alta) de Morenillo, Macabeo, Garnacha Blanca, Garnacha Negra y Cariñena. El edificio histórico ya no alberga la producción y se destina exclusivamente a fines museísticos.
También ubicada en Terra Alta, la construcción de la bodega, con una capacidad de 22.000 hectolitros, fue terminada en 1922. Es el proyecto más ostentoso de César Martinell y refleja el periodo de prosperidad y crecimiento económico del pueblo entre 1919 y 1922, periodo en el que se diseñó y construyó el edificio. El edificio está compuesto por cuatro naves: una destinada a la almazara, tres para la bodega y el depósito, y una sala en la parte posterior donde se encontraba la sala de elaboración. Durante la fase de realización, a petición del Sindicato, que había visto el diseño de la Bodega de Gandesa en un estado más avanzado, César Martinell sustituyó las armaduras portantes de madera por arcos, superando el gasto presupuestado para la obra. Para darle aún más fasto, en lugar de dejar las cuatro naves separadas, en la fachada se unieron las dos naves centrales y se aumentó su altura (algo similar a la fachada de la Bodega de Falset Marçà). Además, el proyecto preveía elementos decorativos como mampostería y ladrillos de destacada calidad, junto con azulejos pintados por el famoso pintor catalán Xavier Nogués i Casas. Mientras los elementos cerámicos se estaban pintando, el Sindicato perdió la euforia y exigió a César Martinell que quitara todo lo superfluo y redujera el coste al mínimo. Los azulejos, entonces, una vez pintados, no se llegaron a instalar, y César Martinell los escondió en cajas en un depósito subterráneo. Solo en 1949 se consiguió instalarlos, tras una visita de supervisión de César Martinell a la bodega, durante la cual descubrió las cajas en el mismo depósito donde estuvieron escondidas durante casi veinte años.
La cooperativa, que solo conduce cultivo de olivos y almendras, alquila el edificio y la tienda a la Bodega Pagos de Hibera que produce unas 50.000 botellas al año de las variedades con Garnacha blanca y negra, Cabernet Sauvignon, Macabeo, Syrah, Cariñena, Moscatel y Tempranillo, bajo cuatro gamas de productos: tres de vino (Indià, Modernista y Gamberro) y una de mistela (Gamberrillo). Entre los vinos, dos son monovarietales de Garnacha Blanca, mientras que el resto son coupages que incluyen al menos una uva autóctona de Cataluña, reflejando el compromiso de la bodega con la recuperación de la tradición vitivinícola.
Ubicada en la comarca del Alt Camp, donde se encuentra Valls, pueblo natal de César Martinell, la bodega de Vila-Rodona fue una de las primeras Sociedades de Trabajadores Agrícolas formadas a principios de la década de 1890, antes de la institucionalización de la figura de la cooperativa. Inicialmente, el Sindicato intentó encargar la construcción de la bodega, que preveía una capacidad de 26.000 hectolitros, al arquitecto Joan Rubió i Bellver. Sin embargo, este tuvo que abandonar el proyecto debido a la incompatibilidad con su rol en la Diputación de Barcelona. Finalmente, en 1918, se asignó la obra a César Martinell. El Sindicato compró un terreno con una nave que anteriormente había sido una industria textil, cerrada debido a problemas económicos. Propuso aprovechar todo el material existente (encaballados, piedras, etc.), ya que en 1919, durante la Primera Guerra Mundial, los materiales importados eran escasos y costosos. Todo esto influyó en el diseño de Martinell, otorgando al edificio una singularidad que lo diferencia del resto de las bodegas proyectadas por el arquitecto. A diferencia de las otras bodegas modernistas de Martinell, el edificio tiene la particularidad de estar compuesto por naves dispuestas por el lado más corto del edificio.
La cooperativa, formada por unos 1.000 socios, conduce un cultivo de aproximadamente 2.200 hectáreas de viñedo y la producción actual de la bodega es entre 10 y 18 millones de kilos de uva, de los cuales una parte se utiliza para vinificar unas 10 millones de botellas al año distribuidas en todo el mundo por el grupo Castell d'Or, bajo diferentes marcas comerciales. Entre los vinos destacan los de la nueva gama "Essence" de monovarietales de uvas autóctonas (Garnacha Blanca, Trepat, Macabeo, Garnacha Negra y Parellada).
Ubicada en la comarca del Priorat, la construcción de la bodega, con una capacidad de 20.000 hectolitros, fue encargada a César Martinell en 1919, quien la finalizó ese mismo año. El proyecto consistió en una gran sala con tinas de madera, cubierta por armaduras de madera sostenidas por pilares, y un cuerpo central más alto, flanqueado por dos alas laterales más bajas que evocan el estilo de las basílicas romanas. El edificio es uno de los ejemplos más representativos de la integración armoniosa entre el diseño de los elementos constructivos y el entorno circundante. En este caso, incluye detalles que recuerdan el pasado medieval de Falset, como las torres almenadas de planta cuadrada en la fachada, donde se encuentran dos cajas de escaleras, y la puerta principal, diseñada en arco de medio punto con dovelas de granito dispuestas en abanico. Actualmente, la cooperativa está renovando el suelo de la bodega y, al levantarlo, han hecho un descubrimiento extraordinario: han encontrado un sistema de aireación diseñado por Martinell, compuesto por cámaras de refrigeración ubicadas entre los depósitos subterráneos. Al finalizar la renovación, algunas de estas cámaras serán visibles a través de cristales, para que los visitantes puedan observarlas desde la planta baja.
Trás la fusión de las cooperativas de Falset y Marçà la cooperativa reúne más socios y conduce cultivos de viñedos tanto de variedades autóctonas como más internacionales (Cabernet sauvignon, Merlot y Syrah). La producción consiste en 10 vinos comunes y 4 vinos dulces y rancios. Entre los vinos destacan los de la gama ETIM (coupage de Garnacha blanca, Chardonnay y Macabeo y monovarietal de Syrah) y el L'Esparver (DO Montsant), coupage de Garnacha tinta, Cariñena y Syrah. La uva de este último vino es procedente de una colaboración con la familia de viticultores Lahon, originaria de Bruselas, que se instaló en el Priorat el año 1994 y que hoy en día cultiva 10 hectáreas de cepas centenaria de Garnacha blanca, Garnacha tinta y Cariñena cerca de la Bodega Cooperativa Falset Marçà.
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https://www.agricolallorenc.cat/
https://catedraldelvi.com/es/?v=33a61062aa4d
Datos de "Construcciones agrarias en Cataluña, César Martinell Brunet" de César Martinell y Brunet, Ignasi Solà-Morales Rubió y "Catedrales del vino" de Raquel Lacuesta.
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