Lunes 30 de Diciembre de 2024
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A medida que el año llega a su fin, nos encontramos con la oportunidad de reflexionar sobre lo vivido, sobre los aprendizajes y sobre el proceso que hemos atravesado. El vino, más que una bebida, es una expresión de tiempo, tierra y transformación. Cada botella es el resultado de un proceso profundo de maduración, en el que cada uva, cada cosecha y cada barrica cuentan una historia de paciencia y dedicación. Pero, ¿qué sucede cuando nos detenemos a pensar en cómo este proceso refleja nuestro propio viaje en la vida?
El camino de la vida y el proceso de creación del vino comparten muchas similitudes: ambos requieren tiempo, autodescubrimiento y, sobre todo, la aceptación de que la verdadera belleza se encuentra en la evolución. Al igual que una uva se convierte en vino a través de la fermentación y el paso del tiempo, nosotros también atravesamos procesos que nos transforman, nos perfeccionan y nos enseñan a disfrutar de cada etapa del viaje.
Hoy, te invito a despedir el año con una reflexión sobre el paralelismo entre el arte del vino y el arte de vivir, a través de este poema que celebra la paciencia, la madurez y el crecimiento personal. Porque, como el vino, nuestra vida se convierte en un tesoro que solo se aprecia cuando aprendemos a saborear cada momento.
En la tierra fértil donde el tiempo calla,
crecen raíces que buscan su ser,
como un vino que en el alma se hallan,
entre sueños, recuerdos y luz al nacer.
La lluvia acaricia con suave caricia,
y el sol despierta la promesa de crecer.
Así en nosotros, la vida se enciende,
en cada paso, una huella al nacer.
Las raíces profundas, como los secretos,
se entrelazan con la esencia del alma.
Al igual que el vino, maduran en silencio,
y nos revelan su sabor con calma.
Cada estación trae lecciones calladas,
de risas, de lágrimas, de amor y dolor,
pero el vino de la vida, como las jornadas,
se convierte en fuerza, en sabor y fervor.
El alma, como el vino, se nutre del tiempo,
de cada vivencia, de cada sentir,
y en sus raíces, brota un sentimiento,
como el néctar que nos invita a vivir.
Al despedir el año, recordemos que el vino, en su complejidad y sutileza, nos enseña que la vida no es solo un destino, sino un proceso continuo de transformación. A medida que disfrutamos de una copa, también podemos reflexionar sobre los pasos que hemos dado y los que aún nos esperan. Al igual que un buen vino, nosotros nos perfeccionamos con el tiempo, aprendiendo de cada experiencia, disfrutando de los momentos de madurez y celebrando lo que somos y lo que aún podemos llegar a ser.
Así como cada botella cuenta con su propia historia, cada uno de nosotros es un viaje único, un recorrido que nos invita a aprender, a crecer y, sobre todo, a disfrutar de cada sorbo que nos ofrece la vida. Al final, el verdadero arte está en comprender que tanto el vino como nosotros alcanzamos nuestra mejor versión cuando aprendemos a abrazar el proceso.
¡Feliz salida y entrada de año! Que el nuevo ciclo esté lleno de aprendizajes, momentos para saborear y razones para brindar.
Un abrazo, Elena.
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