Una mirada al Vino Gallego

El peregrino que llega a Compostela no entra en cualquier taberna y acepta cualquier cosa que le pongan, cuando finalmente llega a Santiago decide celebrarlo con una comida acompañada por un buen vino con denominación de origen, y en copa de cristal

Turgalicia

Sábado 24 de Julio de 2010

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El peregrino que llega a Compostela no entra en cualquier taberna y acepta cualquier cosa que le pongan, cuando finalmente llega a Santiago lo celebra con una comida acompañada por un buen vino con D.O., y en copa de cristal

Una mirada al Vino Gallego
Largo camino ha recorrido el vino gallego hasta convertirse en uno de los mejores del mundo, sin embargo el trabajo no ha finalizado.

Galicia ha sido identificada desde siempre por sus vinos de O Ribeiro, porque de que el Amandi era apreciado ya en el Imperio Romano no se acordaban nada más que cuatro entendidos.

Después apareció en escena el Albariño, más tarde el Godello de la zona de O Barco de Valdeorras y el mencía de Ribeira Sacra y Monterrei.

Y en los últimos diez años, la expansión. Y de repente el gallego se dio cuenta de que aquellas cepas que había mimado (un acto reflejo atávico que procedía de los abuelos de sus abuelos) producían unos caldos a los que él no había dado gran importancia, pero que ahora eran apreciados por un mercado cada vez más exquisito y exigente.

La auténtica primavera vitivinícola que vive Galicia ha redundado no sólo en un beneficio directo para el cosechero, que ve dignificado su trabajo y elevado su nivel de vida, sino en las opciones del comensal, que puede elegir entre una amplia variedad.

Galicia, en suma, es una comunidad autónoma rica en vinos, hoy tan afamados los blancos como los tintos.

Galicia, en suma, es una comunidad autónoma rica en vinos, hoy tan afamados los blancos como los tintos. Los marineros de la zona coruñesa de As Mariñas (entre Ferrol y A Coruña) cuando se embarcaban se llevaban el recio de Betanzos y no de ningún otro sitio.

En O Morrazo, los de Bueu (que hasta prácticamente esta centuria sólo se comunicaban por mar con el resto del mundo) embarcaban sus odres con vinos de la parroquia de Cela, de Hío o de Donón.

Los pescadores de Noia hacían lo mismo con sus caldos, y los de Viveiro, tres cuartos de lo mismo. Las poblaciones fronterizas con Portugal por la llamada Raia Seca (Ourense) aprovechaban las ferias de Monterrei y de Verín para comprar los vinos de esa comarca, los de más graduación de Galicia. Entre Pontecesures y Pontevedra se apreciaba el vino "roxo" de Portas, vecino del que nace en el valle del Salnés.

Y en el pequeño valle de Gondomar, en fin, las cepas crecían a salvo de las numerosas incursiones de los piratas e invasores de toda ralea que con más frecuencia que la deseada se dejaba ver por aquellos parajes.

Hoy la batalla es otra. Es la calidad. El peregrino que llega a Compostela no entra en cualquier taberna y acepta cualquier cosa que le pongan en la clásica taza. En ese momento es también el viajero que ha invertido sus siempre escasas vacaciones en hacer muchos kilómetros (a veces miles) por esa autopista de la información que ha sido y sigue siendo el Camino de Santiago, y que decide celebrarlo con una opípara comida acompañada por un buen vino con denominación de origen, y en copa de cristal. La convivencia armónica es posible: la tasca con Ribeiro, o Barrantes, o ese vino que lucha por hacerse un hueco que es el Espadeiro, y el restaurante con Albariño, o caldos de O Rosal, o excelente mencía de O Barco de Valdeorras y Ribeira Sacra.

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