Sábado 02 de Agosto de 2025
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En pleno corazón de Chamberí, lejos del ruido más previsible de otras zonas de moda, WELKHOME Club irrumpe con una propuesta singular dentro del panorama gastronómico madrileño. No es un restaurante al uso ni un gastrobar con pretensiones: es un concepto híbrido, digital y sorprendentemente accesible. El comensal accede con una llave virtual, gestiona su pedido desde la mesa y paga según el peso de su copa. Una fórmula distinta, diseñada para quienes buscan romper con lo establecido y disfrutar de una experiencia tan original como desenfadada.
Como ya adelantaba, la experiencia comienza mucho antes de cruzar su puerta. Tras realizar la reserva a través de una web tan intuitiva como funcional, el cliente recibe un código de acceso que deberá mostrar al llegar. No hay cartel visible ni recepción al uso: todo remite a la idea de exclusividad, al estilo de aquellos clubs privados donde solo se entra por invitación. Una vez en su interior, el espacio sorprende por su estética floral y herbácea, con colores vivos y una atmósfera que equilibra con acierto la elegancia y la calidez. Hay un área pensada para encuentros grupales y una sala principal como comedor con pantallas traseras donde proyectan imágenes de películas icónicas, en un guiño cinéfilo inesperado. El resto de sorpresas —porque las hay— es mejor no anticiparlas: parte del encanto reside, precisamente, en descubrirlas.
Uno de los grandes valores de WELKHOME Club es su equipo humano, que ofrece una atención cercana, profesional y genuinamente cálida. Lili, al frente de la sala, coordina con carisma y precisión un servicio donde cada comensal se sienta más un anfitrión que un simple cliente, atendido con mimo pero sin sentirse observado. A su lado, camareras como Estefanía refuerzan esa atención impecable, amable y natural, logrando un ambiente distendido sin perder profesionalidad.
En lo gastronómico, como nos adelantó la propia Lili, la propuesta del chef Ibra se articula en torno a una cocina de fusión con marcada influencia latinoamericana y asiática. Lejos de una mezcla superficial, aquí se establece un diálogo auténtico entre tradiciones, reflejado en una carta viva, cambiante y con opciones tan diversas como sorprendentes. El formato de pedido —ya sea con la atención directa del equipo o a través de su plataforma web— permite adaptar la experiencia al ritmo de cada comensal. El menú no impone un recorrido, abre la puerta a combinar sabores y texturas con personalidad propia, fomentando el descubrimiento constante.
La carta es muy clara y se estructura en entrantes y principales, evitando la literatura barata que a menudo entorpece la elección. Aunque la simplicidad funciona, una subdivisión más concreta podría facilitar aún más la navegación, especialmente dada la diversidad y riqueza de las propuestas. Entre las opciones, destacan los bocados clásicos reinventados, las delicias de inspiración asiática, las propuestas tropicales con guiños latinoamericanos, alternativas vegetarianas y saludables, raciones para compartir y una sección de platos especiales gourmet.
De los platos que probamos, los WEL.CHOS Originales se imponen como una reinterpretación contundente y muy personal de los nachos tradicionales. La combinación de maíz crujiente, secreto ibérico a baja temperatura, cebolla encurtida y queso fresnedilla fundido, aderezada con cilantro, salsa casera y un ligero toque de chile, ofrece un equilibrio sobresaliente entre textura y sabor, alejado de lo conocido. Otro plato para mencionar es el Sushi Yaki, una creación magistral que fusiona ingredientes con gran maestría: sushi envuelto en fina lámina de calabacín, relleno de salmón ahumado, aguacate cremoso, cuscús, sésamo tostado y un toque picante de kimchi en polvo, todo realzado con una salsa yakiniku con mostaza antigua que eleva cada bocado a otro nivel y te transporta directamente a Japón.
Como sugerencias para futuras visitas, merece la pena explorar otras joyas de la carta como los Tequeños bravucones, el Robusto Tropical, la Ensalada Cleopatra o el Combo Molón para los indecisos. En nuestro caso, decidimos acompañar la experiencia con un blanco 100 % Verdejo: atractivo color amarillo pálido, ligeramente pajizo, con brillantes reflejos verdosos, en nariz muestra un equilibrio entre notas frutales y herbáceas, mientras que en boca se presenta fresco, persistente y con una acidez perfectamente integrada.
En la sección de principales, uno de los elementos más distintivos —y diferenciales— es la presencia del chouquette, pequeñas esferas de masa típicamente dulces que aquí adoptan un giro salado y local bajo el nombre de chotis, en un guiño castizo a Madrid. Estas pequeñas piezas se convierten en la base de varias creaciones que combinan técnicas internacionales con sabores intensos y familiares.
Probamos los Chotis Madrileño Lolas Flower's Special Edition, una versión especial rellena de ternera, coulis de maracuyá, chorizo, cebollino y cebolleta, coronada con una elegante "peineta" de parmesano. La intensidad del chorizo se impone con carácter, generando un bocado profundo, sabroso y bien equilibrado, donde la masa actúa como soporte y contraste.
Otra opción imprescindible dentro de los principales son las hamburguesas, que no juegan a ser gourmet, pero sí a lo bestial. Nos decantamos por la W.URGER XL Bestial, una combinación rotunda de focaccia con queso Nabiza fundido, ternera, pollo y secreto ibérico, aderezada con un despliegue de salsas —teriyaki, curry, brava y yakiniku— y coronada con jalapeños y crispies de cebolla. Un plato generoso, intenso y muy bien resuelto, pensado para disfrutar sin complejos. Como maridaje a esta segunda parte de la degustación, optamos por un Rioja Crianza 2019, elaborado con uva tempranillo y graciano. Un tinto con recuerdos aromáticos a frutos negros, ciruela pasa y regaliz, de paso equilibrado, tanino amable y gusto persistente y armonioso, que encajó perfectamente con la potencia de los platos. Como sugerencias para futuras visitas, conviene probar otras versiones de los chotis —como el Caribe o el Thai— y adentrarse en la sección de tacos, que refuerza la fusión latina-asiática del local. Propuestas versátiles, bien resueltas y con margen para el juego.
Conviene reservar sitio para el postre y no solo por gula: aquí el final puede ser el verdadero clímax. La carta dulce, aunque no muy extensa, ofrece una selección bien pensada y ejecutada con el mismo espíritu creativo del resto de la propuesta. La recomendación más sensata quizá sea no pensarlo demasiado y entregarse a "Ibra de arte", un trío perfecto en el que se combinan tres elaboraciones muy distintas y representativas: el brownie con helado de violetas (la llamada Perla madrileña), la tarta de queso Quésame mucho con helado de mango y un delicado Chotis dulzón casero, versión azucarada de esas pequeñas esferas que recorren la carta como hilo conductor. No obstante, también pueden pedirse por separado —como ese brownie intenso y jugoso bautizado como IBRA-WNIE o los propios chotis dulces—, pero difícilmente alcanzarán, por sí solos, la armonía de esa composición conjunta, tan vistosa como golosa.
He querido dejar para el final una de las señas identitarias más singulares de este espacio: su propuesta líquida. El equipo se acerca a la mesa con un botellero móvil y todo lo necesario para que cada cliente diseñe su copa a medida. Tras pesar el destilado y calcular el precio según lo consumido, comienza el juego: elegir la cantidad de alcohol, mezclar con distintos mixers y rematar con ingredientes de una mesa buffet repleta de botánicos, frutas y especias. Siempre guiado por un experto, pero con total libertad. Una propuesta original, participativa y sensorial.
En definitiva, WELKHOME Club es mucho más que un restaurante: es un refugio para quienes buscan sorprenderse, para los amantes de la fusión auténtica y para quienes disfrutan de cada detalle, desde el primer contacto hasta el último sorbo. La propuesta juega con sabores y texturas, contando una historia viva que invita a ser parte de ella. El ambiente cálido, la atención cercana y esa original manera de vivir la experiencia líquida convierten cada visita en un momento para recordar. Aquí no solo se come o se bebe, se vive, se siente y se comparte. Un lugar para volver, para disfrutar sin prisas y para redescubrir el placer de estar bien acompañado y atendido.
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