Úrsula Marcos
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El vino blanco, esa bebida elegante y refrescante, esconde detrás de su aparente simplicidad un mundo complejo y fascinante. En este artículo, exploramos el arte de catar vinos blancos, proporcionando una guía completa para entender y valorar sus cualidades únicas.
La cata de vinos blancos es un proceso que involucra múltiples etapas y requiere de una atención especial a los detalles. A diferencia de la degustación, que es simplemente el acto de disfrutar el vino, la cata implica un análisis minucioso que se centra en tres aspectos fundamentales: la fase visual, la fase olfativa y la fase gustativa.
Para una cata eficaz, es esencial contar con un ambiente adecuado. Este debe ser un espacio amplio, bien iluminado preferiblemente con luz natural, y libre de olores y ruidos que puedan distraer. Una temperatura aproximada de 20°C y una humedad relativa del 60-70% son ideales para la percepción óptima de los aromas.
La elección de las copas también juega un papel crucial. En el mercado existen copas diseñadas específicamente para resaltar las características de los vinos blancos. La Organización de la Viña y el Vino (OIV) y la ISO han desarrollado un modelo estandarizado que es particularmente adecuado para la cata de vinos blancos, garantizando una valoración organoléptica precisa.
La primera etapa en la cata de un vino blanco implica una evaluación visual. Aquí, se examina la limpidez, el brillo y el color del vino. Los vinos jóvenes suelen ser más brillantes y pálidos, mientras que con la edad adquieren tonos más intensos y variados, desde amarillos pálidos hasta tonalidades más profundas y saturadas.
La fase olfativa es quizás la más compleja y reveladora. Los vinos blancos pueden exhibir una amplia gama de aromas, desde flores y frutas hasta confituras y notas vegetales. Con el tiempo, estos aromas evolucionan, emergiendo notas de frutas pasificadas y caramelo.
En la fase gustativa, la ausencia o baja presencia de taninos en los vinos blancos simplifica el equilibrio entre el dulzor y la acidez. Características como el ligero picor en la punta de la lengua, la suavidad, los sabores frutales y una acidez refrescante son aspectos clave a evaluar. La armonía y persistencia final, o retrogusto, son igualmente importantes en esta fase.
Para describir un vino blanco, se emplean términos específicos que ayudan a transmitir sus características únicas. En cuanto al color, los términos varían desde incoloro hasta ámbar y pardo. Los aromas pueden abarcar desde frutas y flores hasta toques de levaduras y tostados, dependiendo del proceso de fermentación y crianza. En cuanto al sabor, se utilizan adjetivos como dulce, suave, seco, ácido, entre otros, para describir la experiencia gustativa.
La cata de vinos blancos es una experiencia sensorial que requiere conocimientos, habilidad y sensibilidad. A través de este proceso, se puede apreciar plenamente la complejidad y la riqueza de sabores que ofrece el vino blanco, convirtiéndose en una actividad gratificante tanto para aficionados como para profesionales.
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