Lunes 09 de Junio de 2025
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En un Madrid cada vez más saturado de propuestas gastronómicas fotocopiadas, Burpy irrumpe como un soplo de aire fresco con acento italiano y vocación de híbrido. Apenas lleva unos meses abierto, pero ya deja claro que no es ni una tienda al uso ni un simple local de bocadillos gourmet: es una declaración de intenciones. A escasos metros del estadio Santiago Bernabéu, en pleno eje de oficinas, turistas y foodies inquietos, esta original propuesta combina la venta de producto italiano auténtico con una carta informal pero cuidada, pensada para quienes quieren comer bien, rápido y con sabor a Italia verdadera. Una idea tan insólita como oportuna en una ciudad hambrienta de autenticidad.
Lo primero que llama la atención al cruzar las puertas de Burpy es la calidez con la que se recibe al cliente. Nada más entrar, Belén, Stefano y Stephania —el equipo al frente del espacio— despliegan una atención impecable, cercana y didática. Con una sonrisa y una naturalidad que desarma, ejercen de auténticos cicerones gastronómicos, guiando al visitante por el corazón de una propuesta que, más allá del producto, tiene un relato claro: acercar Italia a Madrid sin filtros ni artificios.
Burpy es, a la vez, tienda y espacio de degustación, un binomio que recuerda a la "bottega" italiana y funciona con fluidez gracias a una selección de productos que no busca cantidad, sino calidad y autenticidad. En sus estanterías no se apilan marcas por postureo ni se repite el catálogo habitual de gourmetterías impersonales: aquí hay vino, pasta, café, embutidos, salsas, pestos, aceites o incluso cafeteras que proceden directamente de pequeños productores italianos. Todo lo que se ve se puede comprar. Todo lo que se prueba se puede llevar. Y viceversa.
Pero si hay un protagonista absoluto que vertebra la experiencia, es la focaccia. En diferentes versiones —más clásicas o juguetonas, con embutidos o cremas de verduras, con quesos fundentes o acentos dulces—, este pan plano y esponjoso se convierte en el eje de una propuesta gastronómica que respira calle, producto y arraigo italiano. Es comida rápida, sí, pero sin renunciar ni al sabor ni al alma. Y eso, en los tiempos que corren, es casi revolucionario. La mortadela, por ejemplo, no es una cualquiera: viene directamente de la región de Bolonia, seleccionada entre las mejores denominaciones. El aceite de oliva virgen extra, que corona o perfuma muchas de las elaboraciones, es de las Bodegas Altanza, galardonado como el Mejor Aceite de La Rioja en la categoría de Frutado Maduro. Son decisiones conscientes, que buscan elevar la experiencia sin impostura, honrando el origen y respetando al cliente.
Y todo ello se percibe desde el primer minuto, porque en Burpy la cocina es también un espectáculo visual y sensorial. Desde el mostrador puedes ver cómo te preparan al momento cada focaccia, cómo se seleccionan los ingredientes frente a tus ojos, cómo se cortan —ya sea a máquina o, como en nuestro caso, por las manos expertas de Stefano— los embutidos o quesos que acabarán en tu pan. Stephania te lo va explicando todo con la calma de quien cree en lo que sirve y eso imprime un sello de individualidad, mimo y autenticidad que es tan difícil de encontrar como fácil de agradecer.
Si Burpy tiene un corazón —uno que late con levadura, aceite de oliva y sabor—, sin duda es su focaccia. "La nostra focaccia, l'anima di Burpy", reza su carta. Y no es solo una frase bonita: es una elaboración artesanal con 48 horas de fermentación natural, hecha a diario en el propio local. Una masa aireada pero con cuerpo, crujiente por fuera, suave por dentro, que respeta la tradición italiana con un toque contemporáneo y libre, fiel al espíritu del proyecto.
Ese sabor se presenta en una variedad de combinaciones tan amplias como tentadoras. Algunas brillan por su equilibrio y elegancia, como la Carpe Diem, que conjuga la suavidad cremosa de la stracciatella de búfala con el dulzor profundo de los tomates cherry asados al ajo y el toque salino del jamón curado de Parma, matizado con la frescura de la rúcula y el crujir de las láminas de parmesano. Otras, en cambio, apuestan decididamente por la intensidad y el carácter, como la Tosca, donde la jugosidad de la porchetta se funde con la potencia láctea de una crema de gorgonzola, el picante del salami y la dulzura ahumada de los pimientos asados. Cada porción es un golpe de efecto, un estallido controlado de sabor que deja huella. Las hay también sensuales y sofisticadas, como la Divina, que es pura voluptuosidad. Aquí, la trufa se despliega en tres dimensiones —burrata, mortadela y crema— que aportan una untuosidad envolvente, casi táctil, con un final largo y perfumado que se potencia con el sorprendente giro del aceite de pistacho. Es una focaccia que no busca convencer: seduce.
Para quienes buscan matices únicos, hay focaccias con embutidos poco comunes como la sbriciolona toscana, otras que incorporan setas porcini, scamorza, carpaccio de ternera o incluso gambones al ajillo. En total, más de una veintena de combinaciones distintas —organizadas en categorías como "Especialidades con trufa", "Con búfala", "Con porchetta" o "Del mar"— que permiten recorrer Italia bocado a bocado, sin moverse del centro de Madrid. Y si entre tantas opciones no encuentras tu focaccia ideal —algo difícil, pero no imposible—, siempre puedes diseñar la tuya propia, eligiendo entre una cuidada selección de ingredientes que comparten la misma filosofía de calidad y origen. Para acompañarlas, la oferta de bebidas, especialmente de cervezas locales, es variada, completa y con criterio, ideal para refrescar el paladar sin desentonar con la propuesta gastronómica.
Y si aún queda hueco para el postre (o simplemente no puedes irte sin un final dulce), Burpy también sabe cerrar con nota: desde el clásico tiramisú, cremoso y equilibrado, hasta su irresistible versión de pistacho, pasando por los siempre bienvenidos cannoli y una sorprendente tarta de queso. Pero si hay un broche que resume el espíritu lúdico del lugar, ese son las focaccias dulces. Bajo el simpático nombre de Pinocchio, se presentan en varias versiones: con Nutella, fresas, plátano y nata; con cookies troceadas o con un seductor despliegue de crema y granillo de pistacho.
El local se distribuye en dos plantas claramente diferenciadas, pero conectadas por un mismo espíritu: el del disfrute pausado, consciente y bien acompañado. En la planta superior se ubica la zona de tienda y preparación, el corazón activo de Burpy, donde puedes ver cómo se elaboran las focaccias al momento, elegir tus productos gourmet para llevar o simplemente sentarte a degustar un auténtico café italiano Illy, servido con el mismo mimo que el resto de la propuesta. La planta inferior, en cambio, está pensada para quedarse. Un espacio moderno, acogedor y funcional, con sillones bajos, mesas amplias y detalles gráficos que refuerzan la identidad del lugar. Las láminas decorativas no solo ilustran algunas de las focaccias más emblemáticas, sino que las convierten en metáforas vivas de sensaciones: libertad, unión, placer, emoción... Aquí, cada elemento está pensado para invitar a la conversación, al encuentro y al disfrute sin prisas.
Burpy se presenta, en definitiva, como un rincón que funciona a la vez como embajada comestible de la tradición y la innovación italianas donde, además de comprar o comer, se vive una experiencia auténtica y cercana. Con menos de dos meses abierto, ha logrado conjugar calidad, proximidad y personalidad en un entorno único, justo a un paso del Santiago Bernabéu. Un lugar imprescindible para quienes buscan redescubrir el placer de la buena comida, el disfrute compartido y el sabor que trasciende fronteras.
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