Ribeira Sacra: vino hasta el fin de la eternidad

En 1955 el padre de la ciencia ficción moderna, Isaac Asimov, superaba con "El fin de la eternidad" la enorme...

Escrito porLuis Congil

Sábado 19 de Septiembre de 2020

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En 1955 el padre de la ciencia ficción moderna, Isaac Asimov, superaba con "El fin de la eternidad" la enorme repercusión mundial que había tenido cinco años antes con su "Yo, robot" . En su nueva novela, la sociedad humana lograba una especie de inmortalidad, mediante el control técnico del viaje por el tiempo. Precisamente la inmortalidad espiritual es un concepto ligado desde antiguo a lo eterno, a lo sagrado, a todo aquello que trasciente a la propia naturaleza humana.

Desde el siglo VI, las empinadas riberas de los cañones de los ríos Sil y Miño al norte del Macizo Central ourensano (más del 30% de pendiente) han sido -quizá por su naturaleza abrupta, quizá por su belleza salvaje- el lugar elegido para el retiro espiritual por cristianos primitivos, arrianos, católicos cenobitas, monjes benedictinos y todo tipo de religiosos que buscaron en las brumas que encolan el cielo con la tierra un agujerito para ver de cerca a dios.

Desde un principio, la necesidad que tuvieron estos religiosos de abundante vino para la comunión –la sangre de Cristo-, para el abastecimiento de sus comunidades –en el Císter, dos litros por hermano y día- y como moneda de cambio para el cobro de las rentas a los legos, convirtieron a los caldos ribeiraos en la verdadera sangre de este territorio fluvial. Hoy la viticultura, que ha dado en llamarse "heroica" por lo escarpado del terreno, está onmipresente en un paisaje imposible, con muros de piedra que sostienen a cepas de vértigo.

Según los datos oficiales de 2019, laborean estas tierras sagradas 2.376 viticultores, que extraen la esencia de 1.238 hectáreas para guardarla y darle forma en 94 bodegas. La quinta parte de ellas no producen más de 5.000 botellas al año. Los caldos de las divinas pendientes de las cinco subzonas (Amandi, Chantada, Quiroga-Bibei, Ribeiras do Miño y Ribeiras do Sil) aspiran hoy a ocupar, en el imaginario de la cultura del vino, el mismo anaquel de excelencia que en los años ochenta del siglo pasado conquistó el Priorat catalán, con sus vinos imposibles de cepas viejas y monjes cartujos.

Asimov en el The New York Times

Los Estados Unidos se han convertido en uno de los púlpitos de la nueva fe en el "terroir" de la Ribeira Sacra. Y uno de sus máximos creyentes es Eric Asimov, crítico de vinos redactor y redactor jefe del The New York Times,  sobrino del mítico autor de "El fin de la eternidad", con quién además guarda un llamativo parecido físico.

Sorprende la facilidad y familiaridad con Asimov, que viajó por la Ribeira Sacra en 2009, lo mismo se despacha en las páginas del periódico de las élites liberales con una columna sobre el Viña Caneiro, de la bodega de Ramón López en Pantón (Lugo), que desgrana la ficha de cata de un Décima o un Guímaro, o que se lanza a recomendar al ávido lector americano que pruebe en cuanto tenga ocasión "cualquier vino de Dominio do Bibei, Algueira, Raúl Pérez o Finca Millara" (sic).

Las críticas del entusiasta Asimov destacan habitualmente el valor de la renovación tecnológica, cada día más volcada en extraer las virtudes del suelo aluvial y su clima húmedo "con lo que el negocio crece rápidamente" superando las anteriores dificultades. Anunciado por The New York Times, es todo un augurio de que la Ribeira Sacra está escribiendo el principio de una nueva eternidad.

Vino para la salvación del alma

Teresa de Portugal, díscola hermanastra de Urraca, la reina de León, otorgó el 21 de agosto 1124 un documento que habría de marcar por siempre a la Ribeira Sacra. Teresa ya se había levantado en armas dos veces contra su medio hermana, y tres años antes había sido derrotada y arrinconada en el por entonces condado de Portugal. Ese verano de 1124, sin embargo, durante la tensa paz que propició el arzobispo Gelmírez, firmó un documento en el que cedía a un monje llamado Arnaldo unos terrenos en Montederramo para fundar un monasterio.

Para hacer esta donación acudió a Allariz, por entonces "villa real" del Reino de Galicia –quizá para oficializar así el trámite- y dejó escrito en un documento que hoy custodia el Archivo Histórico Nacional que "dono Deo omnipotentj et tibi, Arnaldo, seruo ejus, et socijs tuis ei seruientjbus / tam presentjbus quam futuris locum qui dicitur Rouoyra Sacrata, qui est in Monte de Ramo, territorio Caldelas". Le donaba a un tal Arnaldo un "robledal sagrado" (sic) ubicado junto al primitivo monasterio donde ella misma había nacido. ¿Era un conocido de juventud, un ayo, un tutor o prescriptor religioso? Y el bosque, ¿un lugar especial de su infancia? Se desconoce.

Ya fuera la causa una amistad o una preparación para la vida eterna, la donación surtió sus frutos. Los restos de aquel cenobio están hoy en Seoane Vello (San Ioanni), en las proximidades del gran monasterio de Montederrano, que aunque ya había sido fundado en el siglo X, llegaría a ser uno de los más influyentes de Galicia.

Pero la ofrenda como tal, al menos en esta vida, no garantizó la felicidad de Teresa. Acabó guerreando y perdiendo contra su propio hijo, Alfonso, al que no quiso devolver el escindido Portugal en la batalla de San Mamede, y muriendo –posiblemente- exiliada el 11 de noviembre 1130 en Reino de Galicia que se desmembró por su ambición.

Sin embargo, el documento habría de tener otro efecto inesperado en la historia. Ochocientos años después, en verano de 1914, mientras Europa se convulsionaba con el inicio de la primera guerra mundial, el erudito Joaquín Arias Sanjurjo publicó en el Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos de Ourense una apacible crónica de viajes que tituló "Una excursión a la Ribeira Sagrada".

En ella, Arias Sanjurjo recoge una serie anterior de errores de transcripción y define como "Ribeira Sagrada" al territorio de ambas márgenes en la confluencia de Miño y Sil, en parte por la proliferación histórica de órdenes religiosas (una de las mayores de Europa) y en parte por la errata que perpetuó "rovoyra" (robledal) como "ribeira".

Fuera como fuese, la corrección del término no habría de llegar hasta bien entrado el siglo XX, cuando Manuel Vidal Torreira y Torquato de Souza Soares hallaron y pusieron de relevancia el error de transcripción original, atribuido a fray Antonio de Yepes, y se enmendó el error.

Inmediatamente se conectó el "robledal sagrado" con los bosques sacros de las culturas celtas, si bien los espacios arbóreos vinculados a la divinidad abundan en todas las culturas: el robledal de Dodona fue el bosque más sagrado de la Grecia antigua, los "nemeton" o bosques sagrados abundan en Europa, y en Trives (Ourense) sin sir más lejos, existió un "Nemetobriga" capital de los Tiburi, cuya ubicación se sospecha en Trives Vello. En las inmediaciones de la Academia de Platón existió un olivar sagrado, que acabó conociéndose como "el bosque de la academia" y en Nemi, en Italia, estaba el templo de Diana Nemorensis (de nuevo la misma raíz) que inspiró "La rama dorada" de James Frazier, obra que también fue puesta sobre la mesa en el debate suscitado sobre la "rovoyra".

El bosque sagrado de Montederramo, su función, su origen o sus cultos antiguos están aún por explicar, pero la zona de las divinas y fértiles  pendientes del Sil y el Miño –y sus vinos-  se conocerán ya para siempre como Ribeira Sacra, hasta el mismísimo fin de la eternidad.

Primera mención al vino

Y es que, para garantirzarse la eternidad, no había mejor billete que una generosa donación "a Dios omnipotentente" y a sus devotos monjes, como escribió la autotitulada reina Teresa. Y en la Ribeira Sacra, este fue el pasaporte para la creación de una gran zona vinícola, especialmente desde que el rey Chintila (549-639), un visigodo que había aprovechado el impulso de los obispos hispanos para ser nombrado monarca, les agradeció el gesto convocando el VI Concilio de Toledo.

Allí se tomaria una decisión inédita que sería la semilla de muchas zonas vinícolas. Se reconoció a las iglesias "el dominio absoluto y perpetuo" de los bienes que les fueran donados por los fieles. Y claro, en los siglos posteriores, los cristianos animados desde los púlpitos comenzaron a legar en masa tierras y dominios "por su eterno descanso" especialmente cuando atisbaban la inexorable llegada de a la vejez.

Y fue así, gracias a este "fondo de pensiones" espiritual, como la iglesa comenzó a amasar un patrimonio territorial gigantesco. La primera mención al vino en el actual marco de la Ribeira Sacra es de las más tempranas de Galicia. Según el profesor de Historia Medieval de la Universidade de Vigo, Víctor Rodríguez Muñiz, en el año 876 varios fieles donan al monasterio de Santa Cristina –sobrecogedora atalaya colgada del monte Varona- unas viñas en la comarca de Lemos, concretamente en los lugares e Barantes y Bolmente, a cambio de misas "por su descanso eterno".

Posteriormente, sempre dentro desta práctica de "viño a cambio de salvación", existe otra cita del año 976, también consistente en una donación al monasterio de Santa Cristina. Se intercambian, igualmente, unas viñas de la comarca de Lemos. Más tarde, a partir del siglo XIII, se generalizarán las anotaciones sobre los viñedos y sus aforamientos en los documentos medievales.

Aunque la espiritualidad (y la belleza del paisaje, sin duda) impulsaron a muchos a crear comunidades ascéticas desde tan temprano como la que excavaron los ermitaños Eufrásio, Eusanio, Quinedio, Eatio y Flavio en 573 bajo el monte Barbeirón, en San Pedro de Rocas (Esgos, Ourense),  la mayoría de las menciones al vino en la Ribeira Sacra se concentran a partir del siglo XIII, unas sobre la compra de vino por los monasterios si no les llegaba el propio, y otras sobre la gestión de los viñedos.

Así se revela que una de sus zonas favoritas para el abastecimiento era Amandi (de cuyos tintos fabularía Álvaro Cunqueiro siglos más tarde "que eran gratos a Augusto") pero también otras zonas que han llegado a nuestros días como notables productoras, como Doade, Vilachá, Pobra de Brollón, Parada de Sil, el Couto de Chandrexa o la parroquia de Sacardebois.

Los monjes pagaban bien, y recogían el mosto "a bico de lagar", es decir, sobre el terreno, con las cepas recién vendimiadas y ante las presencia de sus mayordomos, "de forma que podían controlar no solo la cantidad, sino la calidad de los caldos con que se pagaban los foros", según Víctor Rodríguez.

Y así, en este matrimonio entre religión y paisaje, cada terraza, cada caballón y cada cuarta de tierra se convirtieron en rentables pese a lo homérico de su explotación. Allí se comenzó a levantar, durante más de mil años, la escalera a la inmortalidad con que se asocia hoy a los vinos de la Ribeira Sacra.

El vino de los césares

Álvaro Cunqueiro dejó escrito en "A cociña galega"  (1973) que unas viñas famosas "que llaman de Amandi" producían un vino tinto "que era grato a Augusto, y no sé (...) si Augusto lo bebió en Hispania o se lo llevaron a Roma". Más allá del anacronismo, el insigne fabulador de Mondoñedo prestó un gran servicio de difusión exterior a los vinos ribeiraos, que pasaban en esa época por unas de sus horas más bajas.

En 1975, el propio Ministerio de Agricultura lamentaba, en el libro "El viñedo español", que en la zona el cultivo era "escasamente rentable", ya que la conformación de las parcelas encarecía mucho la mano de obra ya que "incluso el transporte hay que realizarlo a pie por lo inaccesible del terreno". Cifraba el abandono en el 30% del suelo, y vaticinaba las perspectivas como de "franca regresión". Por no dar, no daba ni nombre a la Ribeira Sacra, sino que agrupaba las riberas ourensanas de Sil, Bibei y Xares, y las lucenses de Monforte-Quiroga, como recoge la periodista especializada Amaya Cervera en su extensa y acertada semblanza sobre la zona "¿Qué necesita la Ribeira Sacra para convertirse en una gran zona vinícola?" (2019).

Pero la historia habría de dar un giro inesperado, y en las décadas siguientes vendría a desmentir la afirmación derrotista del Ministerio de Agricultura y, de paso, hacer buena la de Álvaro Cunqueiro: los vinos de la Ribeira Sacra sí serían gratos al césar.

Justo 40 años después del apocalíptico "El viñedo Español", el 12 de octubre de 2015, el presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, levantaba su copa para brindar ante un millar de congresistas en la gala gala del "Congressional Hispanic Caucus", un acto oficial ante la élite económica norteamericana. El vino con el que brindaba –y lo haría el año siguiente- era un vino de A Teixeira, en la Ribeira Sacra ourensana: el Peza do Rei de César Enríquez, "Cachín".

El "rey" electo del mundo occidentl, el "césar" Obama, brindaba finalmente con el vino de los césares de la imaginación de Cunqueiro, elaborado además por otro césar, César Cachín, y con el nombre de "Peza do Rei" en su etiqueta. Toda una alegoría histórica.

¿Y cómo llegó el vino de César –Enríquez- a la mesa del césar –Obama-? Además de gracias al ingente proceso de modernización realizado por la Denominación de Origen desde 1996, el caso de éxito del Peza do Rei tiene un factor clave que debe servir de guía a todos los vinos gallegos: unas buena estrategia de marketing y una fluída vía de comercialización. Y como no, la impecable labor de su enólogo, Julio Ponce.

De las 60.000 botellas que se producen de Peza do Rei, 6.000 se destinan a la exportación a los Estados Unidos. La clave de esta penetración comercial fueron los importadores, en este caso el gigante americano Clasical Wines, de Stephen Metzle, que conoció el vino en España, y la contribución del economista canario Juan Verde, casado con la hija menor del diseñador ourensano Adolfo Domínguez, que según relata el propio César Enríquez, realizó una importante labor de difusión en América.

La Denominación de Origen: Modernización y expansión

El Consello Regulador de la Denominación de Origen Ribeira Sacra se creó mediante la orden da la Consellería de Agricultura, Gandería e Montes de la Xunta de Galicia, del 3 de septiembre de 1996. Sucedía así a una figura anterior de vinos de la tierra que había comenzado a allanar el camino aglutinando y regulando tan amplia zona, que podría haber no existido nunca como unidad de no ser por el poderoso concepto que venimos de describir, el de la Ribeira Sacra.

Se superaba así la etapa productivista de los vinos de mesa, que jugaron el último tercio del siglo XX un importante papel de sostén de la producción tradicional. En este sentido, destacable fue el papel de la cooperativa de Chantada Nosa Señora dos Remedios, o de Bodegas Gallegas en Os Peares.  Pioneros en el embotellamieto con marca fueron Abadía da Cova, ya creada en 1958 como destilería, o Rectoral de Amandi, del Grupo Arnoya, en los años 80.

El pliego de condiciones ha sido actualizado en en 2012 y 2018, ampliando y adaptando las composiciones y normativas, y los reglamentos el Consello Regulador se han modificado en 2009 y también en 2012. La Denominación de Origen Ribeira Sacra abarca, en datos de 2019, un total de 1.238 hectáreas, dando trabajo a 2.376 viticultores de 94 bodegas. La cosecha de ese año, histórica, alcanzó los 7,2 millones de kilos de uva, y el valor estimado de la denominación de origen es de 19,3 millones de euros.

Su territorio se reparte entre dos provincias, Lugo y Ourense, y se distribuye en cinco subzonas: Amandi, Chantada, Quiroga-Bibei, Ribeiras do Miño y Ribeiras do Sil. Las uvas blancas principales autorizadas en su pliego de condiciones son las godello, loureira, treixadura, Dona Branca, albariño, torrontés, blanco legítimo y caíño blanco. Las tintas principales son la mencía –la reina indiscutible, con más del 95% de la producción - , brancellao, sousón, caíño tinto, caíño longo y caíño bravo, y las autorizadas la garnacha tintorera, el mouratón, el tempranillo y el gran negro.

EL ENCANTO DE LA VENDIMIA FLUVIAL

Esta imagen –no tan remota, pero también ya histórica-  guarda una belleza armónica y esperanzadora:  la de la lucha del ingenio humano para arrancar el fruto de la naturaleza de sus más escarpadas pendientes, para encerrarlo después en una botella  como un mensaje de calor y de esperanza. Un mensaje con la lucidez de lo que es único.

Esta instantánea fue tomada por el fotógrafo ourensano José Rodriguez "Foplás" en los años 80 del siglo XX en la heroica Ribeira Sacra, donde las cepas escaladoras configuran un paisaje irrepetible.  Desde la roturación medieval de la "rovoyra sacrata" la presión monacal por la explotación del terreno fue tal  que cada ladera, cada despeñadero, recibieron un cultivo durante los siglos de los siglos, amén.

Por eso, desde los bancales, los racimos se recortan contra el cielo en una imagen inédita, en la que posiblemente sea la única vendimia fluvial del mundo: algunas viñas son tan inaccesibles que hay que llegar a ellas en barca.

El equilibrio de las canastas sobre la barca ancestral haría palidecer a un funambulista que tuviera que cruzar sobre el alambre los Cañones del Sil.  No es de extrañar que esta tierra de vinos mágicos y paisajes de visita inexcusable opte en 2021 a ser Patrimonio de la Humanidad. Sobre todo, si logran meter toda esa magia, como consiguen siempre con sus vinos, en cada botella de Ribeira Sacra.

"Terroirismo"

La calidad y capacidad de expresión de los vinos de la Ribeira Sacra alcanza hoy tal fama que en sus viñas, otrora casi desahuciadas, también se "cultivan" enólogos. Repitiendo el fenómeno que se produjo en otras zonas, como en Priorat, en los años ochenta del siglo pasado, una gran cantidad de "terroiristas" o "terruñistas" con alta formación y amplio curriculum acuden atraídos por la fuerte personalidad del suelo y de las variedades. Esta poción mágica de terroir con paisaje e historia, ha disparado la calidad de los vinos de pequeñas y elaboradas producciones, incluso de aquéllas que pueden optar al segmento alto del mercado, con vinos de entre 25 y 45 euros –y hasta 85- la botella.

En esta división de honor figuran nombres como el enólogo Raúl Pérez, gran "ojeador" de las virtudes de Ribeira Sacra que ayudó a despegar a Algueira y Guímaro, y que hoy dirige la elaboración de Castro Candaz, o Laura Lorenzo, actualmente de Daterra Viticultores y que impulsó en principio a Dominio do Bibei, de los hermanos Domínguez, antes de la actual etapa de Paula Fernández. También Pablo González, con amplia experiencia en las grandes denominaciones gallegas que ahora se encarga de EDV, o Dominique Roujou, enólogo de Ponte da Boga, la bodega de Estrella Galicia, o Nacho Álvarez, de Abadía da Cova, una de las empresas más antiguas en la zona, que nació en 1958 como destilería.

Junto a ellos trabajan sin descanso emprendedores punteros en su concepto de negocio como el renacentista pintor-escultor-viticultor Carlos Costoya, con su Alodio de A Teixeira, o Xabi Seoane, de Fazenda Prádio, en A Peroxa, que comparten espacio con empresas de gran recorrido, como Rectoral de Amandi, que cuenta con 100 hectáreas en bancales en Quiroga, o Alfonso Torrente, de Envínate, Curro Bareño, de Fedellos do Couto, Fredi Torres, de Sílice, o en el apartado de la fama, los empresarios textiles de Dominio do Bibei, los hermános Domínguez. Todos ellos, hasta completar el ciento de bodegas de la Ribeira Sacra, apuntalan el brillante futuro de una de las zonas con mayor proyección de Europa.

Un artículo de Luis Congil
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