Miércoles 30 de Abril de 2025
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La Semana Santa en Andalucía no solo se vive con los sentidos, también se saborea. Entre incienso, saetas y torrijas, el vino ocupa un lugar silencioso pero imprescindible en nuestra cultura espiritual y popular. Hoy queremos invitaros a un viaje que huele a cera derretida y sabe a vino: un recorrido por el vino de misa y los vinos que acompañan la Cuaresma en nuestra tierra... y más allá.
El vino de misa: un vino con almaEl vino de misa —ese vino litúrgico que se eleva entre cálices y oraciones— no es un vino cualquiera. Es un vino que se convierte en símbolo, en rito, en misterio. Debe ser puro, natural, elaborado exclusivamente a partir de uvas, sin aditivos, sin manipulaciones. Un vino que cumple tanto con las exigencias del paladar como con las del alma.
En Andalucía, muchas bodegas históricas —como las de Jerez, Montilla o Málaga— elaboran partidas especiales para el uso eucarístico. Pedro Ximénez, Palomino Fino, Moscatel... nombres que evocan soleras antiguas y devociones eternas. Más allá de su técnica, este vino representa algo mucho más profundo: la sangre de Cristo. Se bebe en silencio, con solemnidad, y con el mismo respeto con el que se contempla un paso en la madrugada.
Vinos de Cuaresma: austeridad con sabor. La Cuaresma es recogimiento, pero también tradición compartida en torno a una mesa sencilla. La cocina se llena de guisos de vigilia, de bacalao, de espinacas con garbanzos... y cómo no, de torrijas. Y junto a ellos, el vino. Un vino que acompaña sin estridencias, que marida con la humildad de estos días, pero que también celebra la vida que sigue su curso, con fe y sabor.
Montilla-Moriles: el alma de la tinaja. En tierras cordobesas, el vino de Cuaresma tiene nombre propio: el vino de tinaja. Joven, sin encabezar, directo al corazón. Es perfecto para un potaje, para unas acelgas con garbanzos. Y cuando llegan los postres, aparece el rey dulce: el Pedro Ximénez, denso, oscuro, casi místico. Un sorbo suyo y la torrija se convierte en oración.
Jerez y Sanlúcar:: el velo que emociona. En Cádiz, el vino camina al ritmo de la Semana Santa. Una copa de manzanilla o de fino puede ser tan emocionante como el silencio de una calle estrecha al paso de un palio. El amontillado, profundo y lleno de matices, acompaña tanto una receta de bacalao como una conversación cofrade que se alarga hasta la madrugada.
Málaga: dulzura que abraza. Los vinos dulces de Málaga —Moscatel y Pedro Ximénez— son más que un maridaje. Son parte del alma malagueña. Se sirven con pestiños, con arroz con leche, con queso curado... o simplemente con la emoción a flor de piel tras ver pasar un trono.
Granada, Almería y Jaén: sencillez con raíz. En estas tierras olvidadas por muchos mapas del vino, se están haciendo cosas muy grandes desde la humildad. Blancos frescos, tintos ligeros, vinos de altura o de tinaja familiar... vinos que no necesitan etiqueta para tener alma. Vinos que saben a tierra, a pueblo y a fe.
Sevilla: entre incienso y copas discretas. Aquí, donde cada esquina huele a azahar y Semana Santa, el vino aparece en segundo plano, pero con peso. Tras un quinario, una copa de fino o manzanilla une a hermanos y vecinos. Y en muchas casas, mientras se fríen torrijas, se brinda con vino dulce del Aljarafe—aunque sea en silencio— por los que no están y por los que vendrán.
Huelva: el vino del camino. En el Condado de Huelva, el vino de misa se carga en garrafas blancas rumbo al Rocío. Acompaña misas de romeros, rezos bajo las encinas, y también almuerzos compartidos entre sevillanas y abrazos. Manzanilla, vino joven de Zalema... el vino aquí es camino, encuentro y promesa.
Una mirada más allá: el vino de misa en el mundoNo solo en Andalucía el vino de misa ocupa un lugar especial. En cada rincón del mundo católico, el vino sagrado refleja tradiciones locales y adaptaciones litúrgicas que conectan espiritualidad, historia y viticultura.
El Vaticano: blanco, puro y bendecido. En Roma, el vino utilizado en las misas papales suele ser blanco. No por cuestión de gusto, sino por razones prácticas: evitar manchas en los ornamentos sagrados. Pero no se trata de cualquier vino: debe cumplir con estrictos requisitos canónicos y, muchas veces, se elabora de manera ecológica por comunidades religiosas cercanas. Algunas botellas incluso llevan la inscripción Vinum ad Missam y se bendicen antes de su uso. Un símbolo de fe y control que refleja la rigurosidad del ceremonial romano.
Francia: abadías que rezan entre viñas. En tierras francesas, como en la isla de Saint-Honorat, los monjes cistercienses de la Abbaye de Lérins elaboran vino de misa desde hace siglos. Cultivan, vinifican y embotellan como parte de su oración diaria. Sus vinos, que a veces se venden al público, mantienen viva una espiritualidad vinícola donde el trabajo es también devoción.
América Latina: la herencia misionera. En países como México, Perú o Argentina, el vino de misa llegó con los misioneros españoles. Las primeras vides plantadas en el Nuevo Mundo fueron pensadas para consagrar. Hoy, bodegas como Casa Madero en México aún conservan esa raíz litúrgica en algunas de sus etiquetas. Una historia de evangelización donde la uva fue también mensajera.
Etiopía: vino especiado como el rito. En la Iglesia Católica Etíope, el vino de misa es oscuro, dulce, especiado... más cercano a un vino de postre. Se elabora de forma artesanal con uvas pasificadas y especias locales, en liturgias largas y solemnes. Es un vino que no solo acompaña el rito, sino que lo interpreta.
Estados Unidos: diversidad y adaptación. En EE.UU., el vino de misa lo elaboran bodegas religiosas, como Mont La Salle Vineyards, pero también existen situaciones especiales. En comunidades interreligiosas, se permite el uso de vino kosher para misa, siempre que se cumplan los requisitos católicos. E incluso, en situaciones extremas, puede usarse mosto sin fermentar con dispensa especial del obispo. La flexibilidad al servicio de la fe.
Una obra que recoge todas las referencias al vino en las Sagradas Escrituras, y que demuestra que muchas de las técnicas actuales —poda, injerto, conservación, fermentación— ya estaban presentes hace miles de años.
Galardonado como Mejor Libro del Mundo en Historia de las Bebidas por los Gourmand World Cookbook Awards, este libro es más que un tratado técnico: es una meditación profunda sobre el papel del vino en nuestra historia espiritual. Una lectura que emociona, inspira y reconcilia con la esencia del vino.
¿Brindamos? Por la tradición, por la tierra, por la fe... y por ese vino que, en silencio, sigue hablando de nosotros.
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