Úrsula Marcos
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En el complejo mundo de la enología, el proceso de trasiego emerge como una fase esencial en la elaboración del vino. Esta técnica, aparentemente sencilla, implica el transvase del vino de un recipiente a otro, buscando separar de manera efectiva el líquido de los posos o sedimentos. A pesar de su simplicidad operativa, los trasiegos tienen un impacto significativo en la calidad y características del vino final.
El trasiego, aunque pueda parecer un paso menor dentro del complejo proceso de elaboración del vino, es en realidad una práctica que requiere habilidad y precisión, siendo un elemento clave en la definición del carácter y la calidad de un vino.
La decantación es una de las funciones más relevantes del trasiego. Los sedimentos que se depositan en el fondo del contenedor, compuestos por levaduras, bacterias y otras sustancias orgánicas, deben separarse del vino a la mayor brevedad. De no hacerlo, estos residuos podrían alterar los aromas y sabores del vino, o incluso causar problemas como la refermentación si quedan azúcares residuales.
Es importante no confundir el trasiego de limpieza con la eliminación de las lías finas, que son beneficiosas para la crianza de ciertos vinos. Trasegar el vino inmediatamente después de la fermentación permite que solo las levaduras de calidad superior permanezcan en contacto con el vino, aportando propiedades antioxidantes y aromáticas.
Cada trasiego conlleva la pérdida de una parte del dióxido de carbono (CO2) disuelto, un subproducto de la fermentación. Mientras que la presencia de CO2 puede ser deseable en vinos blancos y rosados, en los tintos podría interferir negativamente con su paladar. Las técnicas de trasiego y la temperatura juegan un papel clave en la gestión de la retención o liberación del CO2. Al mismo tiempo, el trasiego implica una cierta oxigenación del vino, lo cual puede ser más o menos beneficioso dependiendo del tipo de vino.
Los trasiegos también son fundamentales para mantener la homogeneidad en los lotes de vino. Sin estos, elementos como el sulfuroso, el CO2, las levaduras y las bacterias pueden actuar de forma desigual dentro del líquido, creando variaciones dentro del mismo depósito. Asimismo, los trasiegos se utilizan para ajustar la cantidad de sulfuroso en el vino, protegiéndolo contra la oxidación y la proliferación de microorganismos no deseados.
En los vinos blancos, el trasiego se realiza generalmente entre dos y tres veces durante todo el proceso de elaboración. En cambio, en los vinos tintos, el trasiego es crucial para gestionar la pérdida de CO2 y la oxigenación. Los vinos tintos con crianza en barrica pueden requerir hasta cinco o seis trasiegos. En el método bordelés clásico, empleado en grandes vinos de crianza, el trasiego se realiza cada tres o cuatro meses. Este proceso incluye sacar el vino de la barrica, limpiar y esterilizar las barricas, y luego rellenarlas para continuar con la crianza.
Finalmente, los trasiegos brindan la oportunidad de realizar ensamblajes parciales o totales de los lotes, permitiendo al enólogo ajustar y perfeccionar el perfil del vino.
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