Úrsula Marcos
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Descifrar la terminología de cata a menudo se convierte en un desafío incluso para los catadores más experimentados. Un término en particular ha surgido del carácter único de ciertos vinos blancos oxidados que evocan la esencia de los vinos de Madeira. Esta palabra es "maderizado", una descripción que podría confundirse fácilmente con "amaderado", que hace referencia a los vinos que han pasado por barrica, pero que en realidad remite a una realidad sensorial completamente distinta.
La región vitivinícola de Madeira es un paradigma de estilo inconfundible, forjado de manera accidental y que permanece como inimitable hasta hoy. Su historia está entrelazada con la colonización de las islas durante los siglos XIV y XV, narraciones que incluyen desde corsarios hasta amores prohibidos y rescates de leyendas. Oficialmente, Madeira fue descubierta y asentada en 1418 por el capitán portugués Juan Golçalves, conocido como Zarco el Tuerto, y el genovés Perestello, en el islote de Porto Santo.
El nombre de "Madeira" proviene del denso bosque que cubría la isla, desde las playas hasta la cima del Pico Ruivo. La instrucción del príncipe Enrique "El Navegante" de plantar caña de azúcar y vides, llevó a la creación de incendios controlados para preparar el terreno para la agricultura, un acto que cambiaría para siempre el destino de la isla.
La caña de azúcar floreció en Madeira hasta que la producción de Brasil tomó la delantera. La isla, por su parte, se enfocó en el vino, beneficiándose de las rutas comerciales que favorecían su exportación hacia las Indias Occidentales. Las Actas de Navegación de Oliver Cromwell, que daban monopolio comercial a la flota inglesa con las colonias, resultaron ser un punto de inflexión para Madeira, que logró eludir ciertas restricciones comerciales gracias a su ubicación estratégica.
Un detalle fascinante de esta época es cómo las largas travesías marítimas, lejos de perjudicar el vino, lo mejoraban notablemente. Este fenómeno dio origen al Vinho de Roda, vino que viajaba a bordo de los barcos y que, al pasar por climas tropicales, adquiría una complejidad y suavidad sin igual.
El archipiélago de Madeira, cercano a la costa africana, cuenta con dos islas principales, Madeira y Porto Santo, cada una con condiciones climáticas y de suelo distintas que influyen directamente en la viticultura. La isla de Madeira, en particular, se beneficia de suelos volcánicos ricos en materia orgánica y hierro, que, junto a su clima subtropical y la red de levadas, proporciona condiciones idóneas para el cultivo de vides.
Estas características geográficas y climáticas son esenciales para entender la singularidad de los vinos de Madeira, que se caracterizan por su acidez y capacidad de envejecimiento. Los métodos de cultivo y las pequeñas parcelas mantienen viva la tradición y favorecen prácticas sostenibles y ecológicas.
La viticultura en Madeira juega un papel fundamental en la definición del estilo del vino, con prácticas de cultivo tradicionales y variedades de uva que determinan el perfil de cada botella. La Sercial, Verdelho, Boal y Malvasía son algunas de las variedades clave, cada una con su propio conjunto de características y estilos de vino predeterminados por su dulzor.
Los precios de las uvas, los métodos de cultivo y la geografía de la isla contribuyen a una viticultura única, marcada por la dedicación y el respeto por la tierra y sus frutos.
La vinificación en Madeira es una mezcla de tradición y técnica, donde el prensado y la fermentación se ajustan meticulosamente a las características de cada variedad de uva. La fortificación con alcohol vínico neutral es un paso crucial, que se realiza en varios momentos del proceso de envejecimiento para alcanzar la complejidad y el carácter distintivo de estos vinos.
El envejecimiento del vino de Madeira es un arte en sí mismo, con diferentes métodos como la estufagem y el canteiro que influyen en el perfil final del vino. Las categorías de Madeira, desde Granel hasta Frasqueira, demuestran una jerarquía de calidad y complejidad que refleja años, y a veces décadas, de dedicación y paciencia.
Aunque el foco del artículo se mantiene en el vino, no podemos ignorar el IGP Rum da Madeira, un legado de la era azucarera de la isla. Con una producción que mayormente se queda en la isla, el ron de Madeira es una expresión cultural en sí misma, especialmente en la Poncha da Madeira, el cóctel nacional.
La identidad gastronómica de Madeira es tan rica y variada como su vino. Desde las lapas a la parrilla hasta la tradicional ternera "Espetada Madeirense", la comida de la isla es un reflejo de su historia, su geografía y su gente.
El vino de Madeira es más que una bebida; es una experiencia que engloba historia, cultura y técnica. Con cada sorbo, se degusta el esfuerzo y la pasión de generaciones que han convertido a este vino en un ícono mundial.
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