Jueves 20 de Noviembre de 2025
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En el siglo XVI, el médico suizo Paracelso formuló una idea que sigue guiando la comprensión moderna de la toxicología: nada es veneno y todo es veneno, porque solo la dosis marca la diferencia, en latín, la idea se resume a menudo como: "Sola dosis facit venenum" (Solo la dosis hace el veneno).
Esta máxima resume cómo cualquier sustancia puede favorecer o perjudicar al organismo según la cantidad ingerida y sigue presente en muchos estudios que analizan la relación entre alimentación, salud y hábitos sociales. En ese marco, el consumo moderado de vino vuelve a aparecer como un asunto que combina cultura, biología y medida personal. Para entender esa relación conviene repasar cómo funciona este principio en elementos cotidianos, desde los más saludables hasta los que exigen prudencia.
El vino forma parte de la vida en muchas regiones mediterráneas desde hace siglos. Su presencia en celebraciones familiares, comidas diarias y actividades turísticas muestra un vínculo que va más allá de lo gastronómico. Sin embargo, ese vínculo solo tiene sentido si se asume con moderación, porque el exceso puede generar daños bien conocidos. La teoría de Paracelso permite explicar por qué una copa en un almuerzo puede encajar en un estilo de vida equilibrado, mientras que una ingesta elevada conduce a problemas que afectan al hígado, al sistema nervioso y al bienestar general. Esa misma lógica sirve para entender el comportamiento de multitud de sustancias que consumimos de forma habitual.
Las vitaminas suelen considerarse imprescindibles. El organismo depende de ellas para mantener funciones básicas como el sistema inmunitario o el metabolismo celular. Aun así, cuando se toman en cantidades muy por encima de lo recomendado, especialmente en suplementos, pueden causar molestias digestivas, daños hepáticos o alteraciones neurológicas. El café, presente en desayunos y sobremesas, aporta energía y mejora la atención, pero un consumo prolongado y elevado puede causar insomnio, nerviosismo y problemas gástricos. Incluso el aceite de oliva, símbolo de la dieta mediterránea, aporta más calorías de las que parece y genera un desequilibrio nutricional si se usa sin medida. La propia agua, que sostiene todas las funciones vitales, puede poner en riesgo la vida cuando se ingiere de forma excesiva en poco tiempo, ya que provoca hiponatremia, una dilución de sodio en sangre que afecta al cerebro.
A estos ejemplos se suman sustancias que muchos consideran perjudiciales, pero que en dosis moderadas cumplen una función clara. La sal común es necesaria para regular el equilibrio hídrico y la transmisión nerviosa, aunque su abuso aumenta la tensión arterial. Las medicinas que se dispensan en farmacias siguen el mismo principio: cuentan con principios activos que serían dañinos en grandes cantidades, pero que en la dosis pautada ayudan a corregir dolores, infecciones y trastornos diversos. En todos estos casos, la medida adecuada transforma la sustancia en aliada, mientras que el exceso la convierte en una carga para el cuerpo. Sola dosis facit venenum, como recordaba Paracelso, resume este mecanismo de forma directa.
En relación con el vino, ese planteamiento invita a comprender su consumo no como una licencia para beber sin control, sino como una costumbre que puede integrarse en un estilo de vida responsable. La producción vinícola española, apoyada en denominaciones de origen y en una larga tradición rural, forma parte del patrimonio cultural y gastronómico del país. Muchos estudios han analizado cómo una copa de vino tinto en el almuerzo se asocia a dietas equilibradas, especialmente en zonas donde el vino acompaña a platos con verduras, legumbres, pescado y aceite de oliva. En esos casos el consumo moderado actúa como un elemento más de una pauta alimentaria amplia y variada.
En los últimos años, numerosos investigadores han estudiado la relación entre el vino y la salud cardiovascular. Aunque los datos evolucionan y requieren prudencia al interpretarlos, varios trabajos han señalizado que una ingesta moderada, vinculada a hábitos activos y a una alimentación equilibrada, puede asociarse a una mejor salud arterial en adultos. Esta posibilidad se explica por la presencia de compuestos que se encuentran de forma natural en la uva. Sin embargo, los especialistas recuerdan que estos efectos solo aparecen en cantidades concretas y que no se deben tomar como permiso para beber más. El vino se integra bien en la mesa cuando se acompaña de comida, se toma despacio y se limita a una cantidad reducida al día, que en muchos casos no supera un par de unidades pequeñas en hombres y una en mujeres, dependiendo de la edad y de la condición física.
La cultura del vino también se vive en las regiones productoras, donde bodegas, cooperativas y rutas enológicas atraen visitantes. Allí se explica cómo la vid depende del suelo, del clima y de la mano del agricultor. En muchas de estas actividades se enseña a catar, a distinguir variedades y a conocer métodos de elaboración. La experiencia suele insistir en la moderación, ya que permite apreciar aromas y sabores con calma y evita los efectos negativos del exceso. Los propios viticultores insisten en que beber menos y beber mejor ayuda a valorar el trabajo que hay detrás de cada botella.
Paracelso dejó escrita una idea que atraviesa siglos porque sigue vigente en la vida diaria. La dosis marca la diferencia entre beneficio y perjuicio. En la mesa, en la farmacia o en la bodega, esa regla cambia la percepción de sustancias que acompañan a la humanidad desde hace generaciones. El vino, presente en celebraciones, reuniones familiares y conversaciones tranquilas, encaja bien en ese principio cuando se consume con moderación, se entiende como parte de una cultura gastronómica amplia y se asume con responsabilidad.
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