Martes 18 de Noviembre de 2025
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Hay lugares donde la geografía trasciende su mero relieve para convertirse en una sinfonía de elementos. Formentera, esa joya preciosista del Mediterráneo, es uno de ellos. Su existencia está estrechamente ligada al mar; una dependencia que se siente y se vive a través de sus faros, silenciosos guardianes que, ayer y hoy, dictan el ritmo de la navegación y la vida insular. Recorrer la ruta de estas atalayas de luz es adentrarse en la esencia misma de la isla, un ejercicio de contemplación ideal para capturar la silueta perfecta al amanecer o al anochecer.
Nuestra travesía comienza en La Savina, el puerto que históricamente ha sido la puerta de conexión con el exterior, ya desde los tiempos talayóticos. Este enclave, que ofrecía un cierto resguardo de los temporales, prosperó como puerto mercantil centrado en el comercio de la sal.
Inaugurado en 1926, emerge como un elemento clave para la señalización de la entrada portuaria, dando la bienvenida a cada visitante. Se trata de una construcción modesta pero singular, ubicada cerca del Estany de Peix. Si bien el acceso a su interior está vedado, el entorno circundante, embellecido por una cuidada pasarela que conduce hasta su puerta, ofrece un paseo de gran encanto. Desde sus inmediaciones, las puestas de sol adquieren una dimensión espectacular, permitiendo distinguir nítidamente, si el cielo está despejado, el perfil de la cercana isla de Ibiza y el enigmático islote de Es Vedrà.
Si existe un rincón en Formentera que destile una magia inigualable, ese es el Faro de la Mola. Erigido sobre el altiplano homónimo, este faro se asoma al borde de un acantilado a 120 metros sobre el nivel del mar, dominando unas vistas realmente impresionantes del Mediterráneo. El emplazamiento no solo alberga este vigía; es también el punto más elevado de la isla: Sa Talaïassa, a 192 metros.
Más allá de su belleza natural, el Faro de la Mola es un elemento de alto valor patrimonial. Es uno de los escasos ejemplos de arquitectura y técnica civil de la segunda mitad del siglo XIX en Formentera. Su historia arranca bajo el reinado de Isabel II, con su construcción iniciada en 1860 y su puesta en funcionamiento oficial en 1861, bajo el proyecto del ingeniero Emili Poy i Bonet. Un siglo y medio después, la óptica original —tallada a mano— continúa proyectando 12 haces de luz con un alcance de 23 millas náuticas, atrayendo no solo a navegantes, sino a miles de viajeros.
En 2019, una cuidada rehabilitación transformó su planta baja y fachada, convirtiéndolo en un espacio cultural único: ahora alberga un centro de interpretación de los faros de Formentera y una exposición permanente sobre la relación histórica de los formenterenses con el mar.
Pero la Mola es, además, un lugar literario. El escritor Julio Verne, profundamente atraído por la singular topografía de Formentera —que imaginó como una rampa de "lanzamiento de cualquier tipo de nave"—, hizo de su faro un escenario mítico, llegando a referirse a él como "Un lugar desde donde medir el mundo". Una placa conmemorativa recuerda que la Mola fue el lugar donde se ambienta su novela Héctor Servadac, e inspiró, muy probablemente, El faro del fin del mundo.
Nuestra ruta culmina en el extremo más meridional de la isla y de todas las Baleares, el Cap de Barbaria, el punto geográfico más cercano a las costas africanas. Aquí, el faro que preside el impresionante acantilado vertical de 100 metros es el de Es Cap de Barbaria.
El acceso a este faro, inaugurado en 1971 (aunque su proyecto se remonta a 1924), es una experiencia en sí misma. Tras sortear la pequeña loma del Puig d'en Guillem y atravesar una zona boscosa, el paisaje se abre a una extensión semilunar y árida, donde la silueta de la torre de poco más de 17 metros se alza, solitaria, contrastando con el vasto azul marino.
La zona circundante, azotada por los vientos, es de vegetación escasa. No obstante, ofrece otros puntos de interés:
· La Cova Foradada, una gruta a la que se accede por un agujero y que conduce a un mirador único (se recomienda extrema precaución en su visita).
· A unos 150 metros hacia el oeste, la Torre Des Garroveret, una de las torres de defensa construidas en el siglo XVIII para vigilar la aparición de navieros piratas berberiscos, desde donde los vigías alertaban con señales de humo.
· También encontramos cerca de sus inmediaciones yacimientos megalíticos de hace 3800 años.
Es en el Cap de Barbaria donde se saborea una de las mejores puestas de sol del Mediterráneo. La altitud y la pureza del aire permiten que la luz se refleje en el cielo y el agua de forma excepcional, e incluso, en días muy claros, vislumbrar la Península Ibérica en el horizonte. Este paisaje casi desértico, con su estrecha carretera y el faro en la lejanía, ha quedado inmortalizado en el imaginario colectivo: fue el protagonista de la célebre fotografía captada por Julio Medem en la película Lucía y el sexo.
Más información: www.formentera.es
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