La generación Z obliga al vino y a los destilados a explicarse en segundos

El sector adapta mensajes, formatos y productos para conectar con jóvenes hiperconectados que valoran datos claros y experiencias directas

Viernes 12 de Diciembre de 2025

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La generación Z exige autenticidad y transparencia a bodegas y marcas de bebidas alcohólicas

Las bodegas y los productores de cerveza, destilados y bebidas listas para tomar están entrando en 2026 con una realidad que ya condiciona ventas y decisiones de elaboración: los jóvenes adultos de la generación Z viven pegados al móvil, consumen contenido en ráfagas de segundos y se mueven en un ecosistema donde los algoritmos deciden qué ven, qué ignoran y qué repiten. Esta manera de informarse y entretenerse no solo cambia la publicidad; también cambia el tipo de producto que se prueba por primera vez, el modo en que se pide en barra, el formato que se comparte en una historia y el motivo por el que una marca se gana —o pierde— la confianza.

En el día a día, muchos de estos consumidores pasan varias horas conectados y alternan vídeos muy cortos con mensajes, directos y recomendaciones automatizadas. En ese recorrido, el vino compite con estímulos constantes y con bebidas que se explican en una frase. Para una bodega, esto tiene una traducción inmediata: el relato largo de territorio, variedades y crianza sigue siendo útil, pero suele llegar después; antes hace falta un primer mensaje comprensible en pocos segundos que no suene a anuncio y que responda a preguntas prácticas: qué es, a qué sabe, cómo se sirve, con qué comida encaja, cuánto alcohol tiene y en qué momento apetece. La etiqueta y la contraetiqueta vuelven a ser una herramienta comercial, pero con un enfoque más directo, y lo mismo ocurre con la carta de vinos y con la información que da un camarero cuando recomienda una copa a alguien que no quiere "estudiar" para elegir.

La autenticidad, entendida como coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, funciona como filtro principal. Esta generación detecta muy rápido la pose, el discurso vacío y el "vamos a hablar como ellos" sin convicción. En bebidas alcohólicas, esa coherencia se mide con hechos fáciles de comprobar: de dónde sale la uva o el grano, cómo se trabaja el viñedo, qué decisiones se han tomado en bodega, qué prácticas se siguen en destilería, qué se añade y qué no, qué certificaciones se tienen y qué implican. También se mide con transparencia en lo comercial: disponibilidad real de una edición limitada, plazos de entrega, política de devoluciones en venta online y claridad en precios por copa o por botella. Cuando una marca promete sostenibilidad, el público joven suele pedir datos sencillos, no eslóganes: peso de la botella, porcentaje de vidrio reciclado, logística, consumo de agua, energía o cambios en embalaje, y lo compara con otras marcas en segundos.

El cambio no es solo de mensajes, también es de canales y de ritmo. En vez de repetir la misma pieza en todas partes, las empresas que mejor funcionan con la generación Z adaptan el contenido a cada plataforma y a cada momento de consumo. Un vídeo ultracorto puede enseñar en 12 segundos cómo enfriar un blanco sin aguarlo, cómo servir un espumoso sin perder media botella o cómo preparar un combinado con medidas claras. Un formato algo más largo puede enseñar una tarea real de vendimia o una decisión de ensamblaje sin solemnidad. Un directo permite preguntas y respuestas, y esa interacción es parte del valor: no basta con hablar, hay que escuchar. Para el sector, esto exige recursos y método, pero también evita malgastar presupuesto en campañas que no pasan del primer impacto.

La colaboración con creadores de contenido, habitual en bebidas, necesita un cambio de enfoque para no quedarse en una foto con una botella. Si el creador tiene una comunidad estable, lo que funciona no es imponer un guion, sino acordar un marco y dejar que lo cuente con su lenguaje, sin trampas y sin exageraciones. En vino, suele ir mejor cuando el creador puede enseñar una visita real, una cata sencilla o una comida en un bar donde el vino está por copas, y cuando se reconoce lo que el producto no es: un tinto joven no tiene por qué fingir complejidad, y un destilado puede explicarse por su uso en coctelería antes que por una lista de botánicos que nadie memoriza. La fidelidad existe, pero se gana con continuidad: mismas ideas, mismo tono y un calendario de relación con el cliente que no desaparece tras la campaña.

En producción, el comportamiento de la generación Z empuja a revisar surtidos y formatos. La compra puede ser personal o compartida y, en muchos casos, se decide para un plan concreto. Por eso están ganando espacio las botellas de 50 cl, las latas en categorías donde encajan, los pack mixtos para probar sin arriesgar, y las referencias de menor graduación o sin alcohol para alternar en una noche. No es una moda uniforme: depende del mercado y del canal, pero sí es una señal que bodegas y destilerías incorporan en sus previsiones cuando miran ventas por franjas horarias, consumo en terraza, festivales, conciertos o reuniones en casa. En hostelería, la copa bien servida y bien contada se convierte en puerta de entrada, y ahí el productor puede ayudar con formación breve, fichas útiles para el personal y materiales que no parezcan un manual técnico.

La era de los contenidos rápidos también trae un problema: la confusión entre lo verdadero y lo falso. Circulan vídeos manipulados, reseñas inventadas y supuestos "escándalos" que se viralizan. Para una empresa pequeña, un bulo puede hacer daño en un fin de semana. Por eso muchas marcas están reforzando canales propios con información verificable, respuestas rápidas y pruebas simples: trazabilidad, fotos y vídeos de procesos reales, y una política clara cuando hay una incidencia con un lote. Esa misma transparencia es útil cuando se habla de salud y consumo responsable, un terreno especialmente sensible con jóvenes: conviene comunicar con seriedad, con controles de edad en campañas digitales, evitando mensajes que incentiven excesos y recordando que el producto es para mayores de edad, sin convertirlo en un sermón que suene a cartel.

En paralelo, hay una oportunidad que no depende del móvil: ofrecer experiencias cortas y fáciles de reservar que sirvan como "desconexión" real, desde una visita de 45 minutos centrada en dos vinos hasta un taller de aperitivo con vermut o una introducción a la coctelería con un destilado de la casa. La clave es que estén pensadas para la agenda de un joven adulto, con horarios razonables, precio claro, lenguaje directo y la posibilidad de compartirlo sin que parezca un parque temático, porque la autenticidad también se mide en el turismo del vino. Y cuando esa visita termina, el vínculo continúa si la marca facilita una recompra sencilla en web, una suscripción sin letra pequeña o un aviso cuando sale una nueva añada, con información comprensible y sin prometer lo que no puede cumplir.

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