Gran Vía 18, un restaurante de altura

El restaurante ubicado en plena Gran Vía madrileña es un agradable refugio con una cuidada decoración y un ambiente relajado en el que huir de la vorágine que recorre siempre recorre esta arteria de la capital y donde poder disfrutar de una propuesta gastronómica bien ejecutada cuyo protagonista es el producto de calidad

Escrito porJesús del Pino

Sábado 19 de Julio de 2025

Compártelo

Leído › 1267 veces

Siempre hay una excepción que confirma una regla. En este caso la regla es que la inmensa mayoría de rooftops, terrazas y bares o restaurantes panorámicos que coronan la Gran Vía de Madrid no destacan por su calidad culinaria, ni por su ambiente selecto, sino por ser lugares más o menos aspiracionales poblados por intentos de influencer o turistas despistados.

Sin embargo, Gran Vía 18 es la honrosa excepción en ese mapa. Y lo es por su concepto, por el cuidado servicio que brinda, el público que lo frecuenta, su original decoración, su ambiente relajado y lo más importante, pues no olvidemos que a un restaurante uno va a comer, y si puede ser, a comer bien, por la calidad que ofrece su carta.

Estamos, por tanto, ante un restaurante de altura, y no solo por su ubicación, está situado en la quinta planta del edificio que ocupa Wow Concept, en el número 18 de la Gran Vía madrileña, el famoso edificio que corona la Loba Capitolina, sino porque se trata de un agradable refugio en el que huir de la vorágine que siempre recorre esta arteria de la capital y disfrutar en su maravillosa barra o en su comedor exquisitamente decorado con aires retro de un buen almuerzo o una agradable cena.

El espacio simula ser el apartamento del propietario del antiguo Hotel Roma, que ocupó esta finca durante décadas. Gran Vía 18, perteneciente al Grupo Papúa, cuenta además con dos terrazas abiertas al skyline de la capital, éstas en su sexta planta, en las que disfrutar de aperitivos al sol, sobremesas y copas nocturnas.

En lo que se refiere a su oferta gastronómica, encontraremos una carta bastante redonda, tendiendo a corta, pero bien ejecutada, lo cuál suele ser garantía de éxito, con propuestas clásicas. A simple vista podríamos pensar que peca de aburrida, por echar mano de demasiados platos reconocibles, emblemáticos, si queremos, de la cocina tradicional española, pero esa impresión se disipa cuando probamos los primeros bocados de la misma.

Al contrario de lo que podría suponerse, es mucho más difícil conseguir una elaboración perfecta de un plato que estamos acostumbrados a comer cada semana, de esos que trufan las cartas de cada bar de tapas y de casi cualquier restaurante, que lucirse con una creación basada en la técnica o en lo visual. En Gran Vía 18 consiguen lo primero, gracias a una ejecución precisa que otorga protagonismo a los sabores, apoyados en un producto de calidad y con las concesiones creativas justas para sorprendernos.

Entre los imprescindibles, los puerros de Tudela al estilo calçots, la croqueta semilíquida, de las mejores de Madrid, las carnes a la brasa, su especialidad, la anchoa sobre un delicioso brioche elaborado por ellos mismos, el buñuelo de queso Idiazábal y unos irresistibles pimientos del piquillo al carbón de encina.

Merece su propia mención el bonito del Norte curado y ahumado por ellos mismos, plato que bien podríamos encontrar en las cartas más elevadas del país. Prescindible la ensaladilla rusa, que no lo es, de verduras a la brasa y pulpo. Los postres no son aquí un mero trámite o una duda a la hora de decidir si pedirlos. Son un rotundo sí. Su repostería tiene una técnica depuradísima y un sabor redondo. La tarta de queso payoyo o lemon pie, entre lo mejor de la carta.

A la altura está también su carta de vinos y una buena oferta de cócteles, todo ello servido por un personal de sala cuya profesionalidad es digna de destacar para bien, teniendo en cuenta el momento que atraviesa una cada vez mayor parte la restauración madrileña.

Pero sigue habiendo establecimientos, como Gran Vía 18, en los que las ganas de dar bien de comer y ofrecer una velada agradable siguen vivas. Esto además de en una carta, en un servicio o en un espacio, lo podemos percibir en pequeños detalles sin importancia, que sin embargo, te sorprenden por inesperados y que a la vez dan cuenta de la ambición de una propuesta hostelera. Ocurre aquí cuando pides un café con hielo, y éstos, en lugar de los tradicionales que aguan el trago, son una piedra elaborada con café. Un broche final que mejora si cabe el buen sabor de la comida.

Un artículo de Jesús del Pino
¿Te gustó el artículo? Compártelo

Leído › 1267 veces

Tendencias

Más Tendencias