La realidad de los vinos del Barbanza e Iria

Barbanza tiene una identidad propia muy marcada y con una riqueza varietal única

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Sábado 25 de Mayo de 2024

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El mar y el Barbanza van unidos de la mano, tanto para lo bueno como para lo malo. Es lo que le da identidad ya que esta península nace en la orilla norte de la ría de Arousa (justo donde muere la provincia de A Coruña), besa la ría de Muros y Noia, y llega en su parte más interior hasta Santiago. Su entorno está lleno de enclaves únicos y protegidos como dunas y lagunas, pueblecitos pesqueros que crecen mirando más al mar que a la tierra, playas inmensas de arenas vírgenes bañadas por el bravío del Atlántico. Una tierra de mitos y leyendas, de ciudades sumergidas, de trágicos naufragios, asentamientos celtas, de pequeñas cascadas, nieblas yodadas, caballos salvajes y viñas, de las que ya quedan pocas, pero 'habelas hailas'.

La península del Barbanza es un bloque de granito. Montañas de 600m de altura, con viñas que descansan en sus faldas, disgregadas, dando vida a un minifundio total. Hay 3 tipos de suelos, con los granitos descompuestos marcando un paisaje donde también nos encontramos con esquistos ferruginosos (esa especie de pizarra rojiza con mucha mica) y arenas (más cercanas al mar).

La influencia Atlántica corre por sus venas. Las borrascas Atlánticas son las que traen la humedad y las lluvias de Otoño a Primavera. También está el Nordeste, un viento predominante. El Atlántico atempera y no se suelen tener heladas (sólo en Diciembre y Enero), aunque si que se sufren enfermedades por hongos, y mucho, hasta tal punto que se llegan a diezmar brutalmente las cosechas.

En el 2003 los viticultores locales empiezan a pelear por el reconocimiento del Barbanza como una zona de producción de uva, porque antaño era una comarca histórica donde el desarrollo de la vid supuso una actividad que, si bien no era el principal motor económico, si que tuvo cierta relevancia. Protegida por la Sierra del Barbanza, los viñedos de parras de pérgola baja (de 1.2m de altura) bañaban el paisaje del litoral, en cotas raramente superiores a los 150 metros de altura, compartiendo espacio y paisaje con otros cultivos.

Hay registros de que en los años 30/40, Boiro y A Pobra tenían una concentración significativa de bodegas que vendían su vino en Santiago o lo embarcaban hacia la zona de Villagarcía y Cambados (en los años 50/60 el tercer producto que más se sacaba desde los puertos locales eran cubas de vino). ¡Hasta el mismísimo Valle Inclán quería elaborar vino en estas tierras! y lo llegó a hacer, pero no le debió salir muy rentable la cosa porque acabó desistiendo en el empeño.

Con el tiempo, la gente le acabó dando la espalda a la tierra porque el dinero estaba en otro lado. Así pues, se comienza el abandono de la viña en favor de la mar, que era donde la gente se ganaba la vida y, no sería hasta los años 90 cuando se comienza a recuperar mínimamente el interés por hacer vino gracias al impulso dado por algunos viticultores locales.

Actualmente existen 5 bodegas en la zona, cada una en un 'concello' diferente: Antonio Saborido (quien tristemente falleció el pasado 30 de marzo y era quien poseía más Raposo de la zona. Veremos que pasa con el futuro de este proyecto) está en Boiro; los Cazapitas (quienes están embotellando ya un monovarietal de Ratiño desde hace unos años) en Rianxo; Adega Entre os Ríos (donde José Crusat es el altavoz más importante la valorización de la IGP) en Pobra do Caramiñal, Catellum Augusti en Valga; y Boal de Arousa en Padrón.

Aunque hay elaboradores como Crusat y los Cazapitas que siguen plantando y recuperando parcelas, la realidad del Barbanza es que hay escasez de gente que quiera dedicarse al mundo del vino como profesión. No hay relevo generacional tampoco. La gente no sigue con el trabajo del padre o del abuelo porque no da para vivir de ello. Es normal, las producciones que hay son pequeñas (por no mencionar que muy dependientes de la calidad de la añada).

No nos engañemos, hasta diez mil botellas, la producción sigue siendo un hobby en términos de rentabilidad y ya sabemos que los hobbies, todos, cuestan dinero. De diez mil para arriba ya es un negocio, más o menos rentable, pero un modo de subsistencia al fin y al cabo donde el retorno no suele ser proporcional al esfuerzo realizado. Es difícil medir cuando empieza la rentabilidad en una región pequeñita y no tan conocida como esta, porque no se puede vender a los precios de media bajos que venden, por ejemplo, las grandes bodegas en Rías Baixas porque si no uno se arruina.

De lo que se trata es que la viticultura en la zona se empiece a ver como un trabajo digno y de valorizar a IGP para que sea considerada como un ente con identidad propia en lugar de como ese satélite que orbita alrededor de Rías Baixas tras haberse quedado fuera de formar parte de ésta por culpa del politiqueo y los tejemanejes de los que fundaron la DO (al no embotellarse suficientes litros, no les rentaba económicamente). Sólo de esta forma, sus viticultores podrán vivir dignamente de su trabajo, poniendo en valor sus vinos con unos precios que no vivan a la sombra de la política de precios con la que se compite desde Rías, sino que se ajusten a la calidad que sus vinos realmente nos brindan.

Sea como fuere, les han hecho un favor al dejarlos fuera, porque el Barbanza tiene una identidad propia muy marcada y con una riqueza varietal única.

La zona era un vergel de uvas, así de claro. Existían fundamentalmente dos tipos de vino, uno tinto a base principalmente de Caíño y otro de cepas viejas de Albariño, aunque lo q se bebía en los 70/80 no era blanco. Era tinto, que era lo que daba energía y tampoco era nada raro ver a los paisanos locales chateando con rosados y claretes fruto de mezclas. El blanco, por su parte, era el vino señor, el principal, el que se guardaba.

El Albariño del Barbanza es endémico de la zona; de racimo mucho más prieto, compacto y de menor tamaño. El Albariño no se destinaba para hacer un vino del año. Esta mentalidad tenía una razón de ser comercial cuando empezaron a surgir las grandes bodegas y cooperativas en el Salnés porque a los 3 meses los viticultores que vendían uva ya estaban reclamando porque querían su dinero. Antes, se bebía al año siguiente y era el vino que se usaba para regalarle al cura, al alcalde, al boticario (a las fuerzas activas del pueblo). Lo que se está intentando es recuperar esos Albariños de toda la vida, los que se guardaban y embotellaban para poder hacer sitio para la vinificación de la siguiente añada.

Una de las uvas por las que más se reconoce al Barbanza es la Raposo (en Betanzos se la conoce como 'Blanco Lexítimo', en la montaña de Lugo como 'Blanca do País' y en Asturias como 'Albarín'). Es una uva autóctona que no se podía usar para elaborar vino legalmente hasta el año 2011 porque no estaba reconocida (increíble, sobre todo si te paras a pensar que hay parras pre-filoxéricas de hasta 200 años en los viñedos más costeros a pié de playa). Este reconocimiento vino dado gracias a los trabajos de recuperación de esta variedad que hizo la gente de Betanzos a través de la fundación Juana de Vega y a los esfuerzos también hechos por los viticultores asturianos y del Barbanza. La diferencia con los vinos de Betanzos o Negreira de Muñiz es que los suelos en el Barbanza cambian (en Betanzos hay más xisto y Negreira es más pizarrosa). Aquí también se tienen 300 horas más de luz, por lo que los mostos tienen algo menos de acidez y ganan en estructura.

La Ratiño es una uva muy antigua (menuda y con gran volumen de piel) que, aunque no está reconocida, se conservó en el Barbanza, sobre todo en las parroquias de Leiro y Araño en Rianxo; y la parroquia de Cespón en Boiro; al igual que en la zona de Barro dentro de la DO Rias Baixas. No es originaria del Barbanza y no se sabe exactamente de donde procede, pero lo que si que existen son cepas viejísimas desperdigadas por esas zonas. El comité de la DO Rias Baixas acaba de aprobar el solicitar a la Xunta que autorice la uva en su pliego de condiciones. Sin embargo, esto ya lo solicitaron desde la IGP en el 2021 sin que nadie les haga caso, lo que podría llegar a resultar insultante para los viticultores de la IGP si la Xunta decide otorgársela al pez grande simplemente por ser eso, una caja registradora.

En cuanto a las variedades tintas podemos destacar la Caíño (o Cachiño como se le dice aquí), cuyo carácter en la zona se caracteriza por la mala hostia. Tiene que tener ese punto de 'hijoputismo' (una uva bravía en términos de acidez y rusticidad) que, si no lo muestra, es que lo han domado de alguna manera artificial.

La Mencía de la zona es una Mencía de costa, nada comparable con las Mencías de la Galicia interior. Da vinos con frescura, de grado alcohólico bajito (suelen rondar los 11 grados) y con una acidez marcada. Suelen ser vinos de 'glu glu', muy disfrutones y perfectos para acompañar con un buen cocido porque desgrasan que da gusto.

Antes de acabar, mencionar que este artículo lo he sacado de mi blog personal Atlantic Sommelier, en donde podréis encontrar también algunas recomendaciones sobre vinos del Barbanza que tenéis que catar.

Como siempre, muchas gracias por leerme,

Miguel Crunia

Un artículo de Miguel Crunia
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