Una noche de esplendor: Día Mundial del Gin en la Embajada Británica

Diez marcas de gin en la residencia británica

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Lunes 23 de Junio de 2025

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Aunque hoy lo asociamos a cócteles elegantes y noches cosmopolitas, el gin nació con un propósito medicinal. Allá por el siglo XVII, los holandeses crearon el “jenever”, un destilado a base de enebro que se utilizaba para calmar dolores estomacales y males del alma. Fue durante la Guerra de los Treinta Años cuando los soldados británicos, fascinados por ese “Dutch courage” —el valor líquido que los ayudaba a enfrentar el combate—, llevaron la fórmula de regreso a Inglaterra. Lo que siguió fue una verdadera revolución: el gin se popularizó entre todas las clases sociales y se convirtió en una bebida emblema del pueblo. Tan extremo fue el fenómeno que durante el siglo XVIII se vivió el llamado “Gin Craze”, un periodo de consumo desmedido que obligó al Parlamento británico a legislar su producción.

Con los años, lejos de perder fuerza, el gin fue ganando matices: botánicos, florales, especiados, cítricos. Su historia es un recorrido entre botellas de vidrio, recetas secretas y vasos con hielo, pero también una crónica de imperios, migraciones y nuevas formas de brindar.

Este espíritu, que lleva siglos destilando historia, tuvo su merecido homenaje en Buenos Aires durante el Día Mundial del Gin. La celebración tuvo lugar en la imponente residencia de la embajadora británica Kirsty Hayes, una casona de aires eduardianos en Recoleta, que por una noche se convirtió en epicentro del mejor gin británico presente en Argentina. Allí, bajo un cielo diáfano y rodeada de jardines en flor, la diplomacia se mezcló con la coctelería en una noche íntima, elegante y sensorial.

Diez marcas de gin británicas participaron del evento, cada una con su personalidad marcada y su propio trago insignia: Beefeater, Broker’s, Gibson’s, Greenall’s, Hendrick’s, Mermaid, Opihr, Rock Rose, Tanqueray y The Botanist. Acompañadas por Britvic como mixer oficial, ofrecieron versiones que iban desde los clásicos gin & tonic hasta combinaciones más arriesgadas con infusiones, cítricos, botánicos exóticos y hasta humo de especias. La música en vinilos —sí, vinilos— aportó una banda sonora perfecta: temas británicos de distintas décadas, girando como las copas en las manos de los invitados.

Entre paredes perfumadas y luces tenues, cada copa parecía una postal. Probé una versión de The Botanist con pepino y albahaca que me trasladó a una tarde de verano en la campiña escocesa, y un gin tonic con Opihr, cargado de especias orientales, que era casi un viaje a Bombay. Los invitados recorríamos las estaciones con curiosidad: diplomáticos, sommeliers, bartenders, prensa especializada y amantes del buen beber compartiendo sensaciones, datos, anécdotas y recomendaciones.

La embajadora, siempre amable y con el don de la palabra justa, dio la bienvenida destacando el valor del gin como símbolo de la cultura británica y puente entre tradiciones. Su residencia —ya de por sí una joya arquitectónica— se volvió esa noche un salón de exploración, donde cada marca contaba una historia, cada trago despertaba una emoción y cada sorbo traía consigo siglos de historia.

Celebrar el Día Mundial del Gin así, con espíritu refinado pero sin solemnidad, fue también una forma de conectar. De brindar no solo por una bebida, sino por los lazos entre dos países, por la creatividad detrás de cada receta y por esos momentos que sólo existen cuando todo —el clima, la música, las luces, las conversaciones— está en armonía. Porque el gin, como la buena diplomacia, tiene eso: una mezcla justa de tradición, presencia, detalle y arte.

Un artículo de Jocelyn Dominguez
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