Carlos Aguila Muñoz
Jueves 12 de Diciembre de 2024
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La historia de Howard Schultz y la creación de Starbucks es un testimonio inspirador de cómo la pasión, el trabajo duro y una visión clara pueden transformar una idea en un fenómeno global. Al analizar su trayectoria, es imposible no pensar en el paralelismo con el enoturismo y en cómo este sector puede aprender de la experiencia de Schultz para crear fidelización, experiencias memorables y crecimiento sostenible en el mundo de las bodegas.
Cuando Schultz conoció Starbucks en 1981, la compañía era una modesta cadena de tiendas de café en Seattle, fundada por tres socios que compartían un amor profundo por el café de alta calidad. Sin embargo, Schultz vio algo más allá de los granos y las máquinas de espresso: identificó una oportunidad para transformar el café en una experiencia cultural.
Tras un viaje a Milán, Schultz quedó fascinado por la cultura italiana del café: pequeños bares en cada esquina donde los clientes disfrutaban de una experiencia más que de una simple bebida. Esta observación fue su chispa creativa. No quería vender solo café; quería ofrecer un espacio que promoviera conexiones humanas y momentos únicos.
La visión de Schultz tiene una resonancia directa con el enoturismo. En un mundo donde el vino ya no es solo una bebida, sino un reflejo de cultura, identidad y experiencia, las bodegas tienen la oportunidad de transformarse en mucho más que puntos de producción y venta. Aquí radica una clave fundamental: "la experiencia".
Al igual que Schultz comprendió que el café podía ser el centro de una experiencia, las bodegas deben entender que el vino es solo el comienzo.
La pregunta no es "¿cómo vendemos más botellas?", sino "¿cómo hacemos que los visitantes quieran llevarse un pedazo de nuestra historia y volver a compartirla?".
Schultz construyó Starbucks como un "tercer lugar": no era ni casa ni oficina, sino un espacio intermedio donde las personas podían relajarse, socializar o trabajar. Para el enoturismo, el equivalente podría ser crear espacios que combinen naturaleza, cultura, gastronomía y vino en una atmósfera única.
Pensemos en el visitante de una bodega como alguien que busca una conexión emocional. No basta con ofrecer una cata de vinos; se trata de diseñar una jornada que despierte los sentidos y toque las fibras emocionales. Por ejemplo:
Uno de los grandes logros de Schultz fue convertir a Starbucks en una marca de "top of mind". ¿Cómo lo logró? A través de la consistencia y la fidelización, utilizando el programa de recompensas y un enfoque en la experiencia del cliente.
En el enoturismo, la fidelización es clave. Las bodegas deben pensar más allá de la primera visita.
Aquí hay algunas ideas:
Schultz siempre tuvo una visión a largo plazo. Incluso cuando las ganancias inmediatas no parecían prometedoras, invirtió en calidad, en la experiencia del cliente y en el bienestar de sus empleados. En el enoturismo, adoptar una visión sostenible es igual de crucial.
Las bodegas no solo venden vino; representan una cultura vitivinícola que puede ser un motor económico, turístico y social para su región. Al apostar por el enoturismo, están invirtiendo en la promoción de su denominación de origen, la conservación del paisaje y la atracción de un turismo de calidad.
En el libro "La Experiencia Starbucks", Joseph A. Michelli describe cómo la marca construyó una conexión emocional con sus clientes al centrarse en los pequeños detalles que generan grandes impactos. Michelli señala que el éxito de Starbucks radica en cinco principios fundamentales:
Estos principios son totalmente aplicables al enoturismo. Cuando una bodega cuida cada detalle desde la bienvenida hasta la despedida y sorprende con gestos únicos, se crea una conexión emocional que va más allá de la venta de vino. El enoturismo, como Starbucks, tiene la capacidad de dejar una marca duradera en quienes participan en la experiencia.
Desde mi experiencia, creo firmemente que el enoturismo no es solo una extensión del negocio de las bodegas, sino una actividad fundamental para su futuro. Una bodega no solo vende vino; vende identidad, pertenencia y emoción. Y, como Schultz demostró con Starbucks, la clave no está en el producto, sino en lo que se construye a su alrededor.
Cuando un turista visita una bodega y se lleva una botella, no es solo un objeto físico: es el recuerdo de una tarde bajo el sol, de un aroma único, de la risa con amigos o familia. Es un anclaje emocional que, si se cultiva bien, puede convertir a ese visitante en un embajador de la marca.
Así como Schultz llevó el café a un lugar de culto, las bodegas tienen la capacidad de elevar el vino a una experiencia transformadora. La combinación de una buena estrategia, creatividad y atención al detalle puede crear una fidelización tan fuerte que las personas no solo recuerden la bodega, sino que la sientan como suya.
La historia de Howard Schultz nos enseña que el éxito no se trata solo de vender productos, sino de construir experiencias significativas. En el enoturismo, tenemos la oportunidad de hacer lo mismo: transformar visitas en memorias, clientes en embajadores, y vinos en una forma de conectar personas y culturas.
El futuro del enoturismo está lleno de posibilidades. Es nuestra labor como actores en este sector asegurarnos de que cada bodega encuentre su camino para conectar con sus visitantes de manera auténtica y memorable, porque, al final, el éxito no se mide solo en ventas, sino en la huella que dejamos en los corazones de quienes comparten nuestro viaje.
Howard Schultz, nació el 19 de julio de 1953 en Nueva York, creció en una familia judía de escasos recursos en el barrio de Canarsie, Brooklyn. Desde joven, destacó en deportes como béisbol, fútbol y baloncesto, lo que le permitió obtener una beca deportiva para estudiar en la Northern Michigan University, donde se graduó en 1975 con una licenciatura en Negocios.
Tras su graduación, Schultz trabajó en Xerox Corporation y posteriormente en Hammarplast, una empresa sueca de utensilios domésticos. En 1981, intrigado por los pedidos recurrentes de filtros de café de una pequeña tienda en Seattle llamada Starbucks, decidió visitarla. Impresionado por la calidad y pasión de los fundadores —Jerry Baldwin, Zev Siegel y Gordon Bowker—, se unió a la empresa como Director de Marketing.
En 1983, durante un viaje a Milán, Schultz quedó fascinado por la cultura italiana del café y las "espresso bars" que funcionaban como centros sociales. Al regresar, propuso replicar este modelo en Starbucks, pero ante la falta de interés de los socios, decidió fundar en 1985 su propia cadena de cafeterías, Il Giornale. El éxito fue inmediato, vendiendo 300 tazas de café el primer día y atrayendo a 1.000 clientes diarios en seis meses.
En 1987, Schultz adquirió Starbucks por 3,8 millones de dólares, fusionando ambas empresas bajo el nombre de Starbucks. Bajo su liderazgo, la compañía experimentó un crecimiento exponencial, expandiéndose a más de 32.600 tiendas en todo el mundo y empleando a más de 300.000 personas. Las ventas anuales superan los 24,000 millones de dólares.
El éxito de Schultz se atribuye no solo a su visión empresarial, sino también a su filosofía laboral centrada en la calidad del producto, la experiencia del cliente y el bienestar de los empleados. Esta estrategia ha posicionado a Starbucks como una de las compañías más innovadoras y valiosas del mundo.
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