Manuel Rivera
Miércoles 03 de Enero de 2024
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Cuando el invierno se hace presente en su máxima expresión, con sus nevadas intensas y sus charcos oscuros que parecen consumir la luz del día, hallamos en el vino caliente un refugio para el espíritu y un alivio para el cuerpo. Esta tradición, profundamente arraigada en el corazón de Europa, trasciende fronteras y culturas, ofreciendo en cada rincón una versión única que refleja la identidad de su gente.
En Francia, se conoce como "vin chaud", mientras que en Hungría lo llaman "forralt bor", lo cual se traduce como "vino quemado". Alemania ofrece su "glühwein", que significa "vino encendido", y en Escandinavia lo denominan "glögg". En el norte de Italia, encontramos el "vin brulé". A pesar de estas variaciones en su denominación, el propósito es el mismo: brindar calor y confort en los momentos más gélidos.
La transformación del vino tinto, que en su estado natural puede presentar una textura tánica y una acidez pronunciada, en una bebida cálida y apetecible, es un arte que ha sido perfeccionado a lo largo de los años. Esta alquimia involucra una cuidadosa selección de especias y un manejo preciso de la temperatura.
La preparación comienza calentando suavemente media botella de vino en una olla, añadiendo especias como clavos de olor, canela, anís estrellado y cáscara de naranja, junto con azúcar. Resulta fundamental mantener un fuego suave y una constante atención para evitar la caramelización del azúcar o la quema de la base. Justo antes del hervor, se retira del fuego, se cuela y se sirve preferiblemente en tazas, acompañado de chocolate amargo o frutas secas.
Documentado desde el siglo I, el vino caliente era conocido entre los legionarios romanos como una especie de medicina. Esta tradición se extendió por Europa siguiendo las conquistas del Imperio Romano, dejando una huella imborrable en la cultura vinícola del continente.
La clave para lograr el equilibrio perfecto en esta bebida reside en la proporción de azúcar o miel. Este ingrediente es fundamental para suavizar la intensidad del alcohol y la astringencia de los taninos. Además, la selección del vino es vital: se recomienda optar por vinos ligeros y frutados, evitando aquellos con notas dominantes de roble o crianza.
Existen diversas teorías sobre el punto ideal de cocción del vino caliente. Algunos sostienen que el hervor puede afectar negativamente los sabores del vino, mientras que otros argumentan que es necesario para una fusión adecuada de los sabores añadidos. Sin embargo, es generalmente aceptado que un calentamiento prolongado tenderá a evaporar el alcohol y potenciar sabores como el caramelo.
En Hungría, el "forralt bor" se prepara calentándolo hasta justo antes del hervor y luego se sirve en tazas de té. Esta versión, especialmente especiada, es un claro ejemplo de cómo el vino caliente puede convertirse en un acompañante ideal para las jornadas invernales, proporcionando calor y disfrute en igual medida.
El vino caliente no es solo una bebida; es un testimonio de la riqueza cultural y la diversidad de Europa. Cada sorbo es un viaje a través de la historia y las tradiciones de un continente que ha sabido convertir los rigores del invierno en una oportunidad para el deleite y la convivencia.
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