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El término ampelografía proviene del griego (ámpelos "vid" + gráphos, "escritura"), define el área de la ciencia de la botánica que estudia la identificación y clasificación de las vides (vitis).
Históricamente esta clasificación se realizaba mediante la colección y registro de las hojas de la vid y las bayas de la vid (uvas). Actualmente esta ciencia ha evolucionado de mano de la tecnología y los avances de más recientes del estudio de las vides ha sido revolucionado por la huella de ADN.
Desde Noelia Bebelia, bodega que practica una viticultura de calidad con el máximo cuidado hacia la vid, nos explican los detalles de esta ciencia que estudia la identificación de la vid, sus variedades y frutos.
A pesar de que desde tiempos remotos ha habido consciencia de las diferencias existentes entre plantas (ya en época romana tanto Plinio el Viejo como Columela dedicaron parte de sus obras a la descripción de distintos tipos de vides y uvas), no se ha podido evitar hasta muy recientemente la confusión originada por los múltiples sinónimos regionales que han ido proliferando a lo largo de la historia. Igualmente, también se dan casos frecuentes de homonimias, que es cuando con un mismo nombre se conoce a castas distintas (v.gr. malvasía, albillo, etc.).
España no es ninguna excepción a esta regla, siendo Simón de Rojas Clemente su primer ampelógrafo sistemático reconocido. Éste, ya en 1807, ordenaba, describía y aclaraba un amplio espectro de variedades cultivadas en Andalucía.
Pierre Galet, antiguo profesor de la universidad de Montpellier, es considerado como el padre de la ampelografía moderna, tras establecer en la década de 1940 el primer método clasificatorio basado tanto en un gran número de criterios morfológicos como en descripciones cualitativas sistematizadas.
Es la que se conoce como ampelografía morfológica y sistemática, que en los años 1950 contó con el inestimable apoyo de la 'OIV' (Organización Internacional de la Viña y el Vino), cuando diseñó y respaldó un proyecto, todavía en curso, para estandarizar la recogida de datos y las descripciones cualitativas entre todos sus miembros, lo que ciertamente permitió (y permite) poder hacer comparaciones internacionalmente.
A finales del siglo XX, con la inclusión de técnicas basadas en el estudio del ADN, se desarrolla lo que podría denominarse como ampelografía genética o molecular, que se basa en la determinación y comparación de distintos marcadores genéticos.
Ésta última complementa de manera brillante a la ampelografía morfológica, ya que ayuda a determinar con exactitud las sinonimias y homonimias a escala global, tanto como a investigar el origen y las relaciones genéticas entre variedades.
En resumen, los marcadores de ADN constituyen la herramienta más útil y ágil en la caracterización de variedades de vid, sin embargo, debe ser complementada con un estudio morfológico, que permita completar la caracterización.
El mercado mundial del vino mueve más de 25.500 millones de euros anuales, y en los tiempos actuales resulta fundamental poder controlar y combatir las enfermedades que puedan afectar a la vid.
La uva de vino (Vitis vinifera) es una especie extremadamente sensible, lo que implica que puede adaptarse y variar rápidamente en función del entorno. Algunas variedades mutan de manera particularmente frecuente, de modo que grandes sumas de dinero pueden depender de la correcta identificación de las diferentes variedades y clones de vid.
La ciencia de la ampelografía empieza de la mano de la explotación comercial del vino, en el siglo XIX, cuando de repente se convierte en epicentro del mundo del vino al tratar de entender más sobre las diferentes especies de vid, ya que ellas tienen resistencias muy diferentes a las enfermedades y pestes como la filoxera.
Por otro lado la ampelografía es útil para la elaboración de vinos de calidad clasificando las mejores vides en función del terruño, así como para la obtención de clones que mejor se adaptan a una región.
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