2ª Muestra de rancis i dolços del Priorat en Falset

Personas, Historias y Vinos Rancios en el Corazón del Priorat

Carlos Aguila Muñoz

Jueves 23 de Noviembre de 2023

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Falset, la capital de la comarca vitivinícola del Priorat, se prepara para deslumbrar a los aficionados al vino durante las festividades de Sant Andreu, donde se llevará a cabo la esperada 2ª Mostra de rancis i dolços del Priorat. Este evento, más que una simple celebración, se convierte en una experiencia ineludible para aquellos que desean explorar y deleitarse con la extraordinaria tradición vinícola de la región.

Las calles de Falset serán el escenario perfecto para descubrir los secretos de los "rancios", esos vinos generosos que desafían el paso del tiempo. Las "botes del raco", antiguas barricas de castaño, hoy en dia de roble, que han presenciado el devenir de innumerables generaciones, albergan no solo vinos centenarios, sino también historias que se entrelazan con las vidas de hijos, padres, abuelos y bisabuelos. Estas barricas, auténticos tesoros de conocimiento enológico, resguardan los vinos rancios, una expresión única de la rica historia vinícola de la región.

En una conversación memorable con la familia Pérez y René Barbier, este último definió los vinos rancios con una frase impactante: "La historia de un tiempo que debe volver". Estos vinos, lejos de desvanecerse por el efecto del oxígeno, se vuelven "rancios" gracias a su elevada graduación alcohólica natural y su contenido generoso en azúcares de la uva. La crianza de estos tesoros puede ocurrir en barricas de castaño o roble, damajuanas de vidrio bañadas por el "sol y serena".

Cómo se elabora el vino Rancio

El mosto se deja fermentar con sus propias levaduras de la uva, macerando unos días para conseguir más volumen y complejidad, es la magia del proceso, ya que esto hará que posteriormente el vino soporte el proceso de oxidación y cree un vino rancio y no un vinagre, gracias al alto contenido de alcohol.
Una vez finalizado este proceso se traspasa a unos recipientes que llevan por nombre «Damajuanas" y durante un año se dejan a Sol y Serena haciendo el proceso de crianza oxidativa.

Después de un año el vino se cambia de recipiente y se coloca en unas barricas de madera de 500-600 litros donde se deja reposar un mínimo de 3 años. El secreto de las barricas es que no se vacían nunca. Cuando se saca una cantidad de vino se pone otra parte igual proveniente de las «Damajoanes». Así las botas siempre tienen vino rancio.

Las "botas del Racó", que antaño eran una presencia común en las casas antiguas de los pueblos, simbolizan la tradición arraigada del vino rancio en el Priorat. René Barbier expresó su convicción de que estos vinos son "la punta del iceberg de un mundo olvidado que por mí volverá", resaltando la importancia de contextualizar y comprender plenamente el rancio para apreciarlo en toda su magnitud.

A nivel internacional, el vino rancio del Priorat puede ser menos conocido que sus contrapartes como el Jerez, el Vin Jaune o el Oporto, pero eso no le resta un ápice de su encanto único. Renombrados expertos, como César Saldaña, presidente de la DO Vinos de Jerez, nos recuerdan que no podemos amar lo que no comprendemos, haciendo hincapié en la necesidad de la necesaria explicación sobre la diversidad y singularidad de estos vinos.

Con producciones locales limitadas, que oscilan entre 20 y 200 botellas por año en la mayoría de las referencias, el vino rancio no solo es una expresión del terruño, sino también una forma de aprovechar el producto vinícola. Cada botella cuenta una historia familiar que se remonta a las explotaciones rurales del siglo XIX, y es un testimonio vivo de la creatividad y sabiduría transmitida de padres a hijos.

La pérdida de diversidad en los rancios, que una vez tuvieron numerosas expresiones, se simplificó con el tiempo. René Barbier reflexiona sobre esta pérdida, atribuyéndola no a la globalización, sino a nuestra forma de entenderla. La búsqueda de rentabilidad, a expensas de la diversidad, plantea preguntas cruciales sobre la preservación de la riqueza en la tradición y la personalidad.

"Todo se trabajaba con animales, y la cosecha se alargaba más de 3 meses (...) comenzaban al lado del río, (...) por los blancos. Y no es ninguna tontería, (...) es muy fresco. Del río iban subiendo, es decir, un poco más arriba había los vinos de consumo, que eran frescos, de calidad. Siempre eran buenos, porque si no eran buenos eran vinagre y sinó, era rancio (...) Y llegabas a noviembre/diciembre, y se empezaban a pasificar y se hacían los vinos dulces..."

En las casas y masías del Priorat, el rancio sigue siendo uno de los productos más genuinos. Cada generación conserva una vieja barrica de este vino especial, llenándola con una parte de la nueva cosecha, creando así un legado vivo que palpita con la esencia de cada vendimia y la identidad de la familia. El rancio es, sin duda, un tesoro que merece ser apreciado y preservado, una ventana al pasado que nos conecta con la rica historia vinícola del Priorat y nos invita a saborear la autenticidad de sus tradiciones únicas.

Sin más me despido aconsejado visitar la Mostra en Falset.

Carlos Aguila Muñoz
Winelover y escritor especializado en enoturismo, enología e historia del vino.
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