La cultura de la vinoteca

José Peñín

Viernes 02 de Diciembre de 2022

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vinoteca climatizada

El electrodoméstico de los ejecutivos sibaritas ya no es la maquinita de hielo para el whisky, el frigorífico para la tónica y el vodka, sino la vinoteca climatizada.

Servir un whisky al estilo Bogart o llamar a la secretaria para el café ya no se lleva. Hoy las pausas en el despacho se ocupan enseñando unas cuantas botellas de rioja, ribera, albariños o chardonnays que se contemplan al abrir un pequeño armario casi clandestino que se disimula entre los lomos del Espasa y los archivadores personales.

Los nuevos modos de conocerse en el mundo de los altos negocios de los americanos es hablar de la suerte que tuvo con un oporto del 45 en una subasta o la preferencia por un zinfandel de un amigo arquitecto que tiene una bodega en Sonoma Valley. Y se dice bien que estos momentos son pausas para ordenar las ideas sorbiendo un vino bien elegido y bien comentado. No existe otro modo de crear un paréntesis que hablar de los buenos vinos, o mejor de las buenas marcas que es cuando uno se moja más que generalizar citando zonas. Tema que generalmente crea cierta admiración en el visitante por su factor hedonista, contrapunto relajante de la aridez y palpitación de hablar de negocios. Es una cultura más fácil de adquirir que empaparse de los clásicos de la literatura, la música o la pintura, solo posible con vocación, libro y academia y que no se puede compartir.

El cine americano que nos enajenó durante los años Cincuenta y Sesenta con humo y güisqui, ahora nos muestra que el vino, además de presidir la mesa, también es de todas horas cuando el protagonista sustituye el vaso tallado del bourbon por una copa de chardonnay. Es lo que vemos en las series con infinitas películas donde el vino toma un papel de seducción. Tampoco hay que emular al refinado, escabroso e insondable Raymond Reddington de la serie Blacklist capaz de contarte con pelos y señales la historia del vino más inaccesible.

James Todd Spader
James Todd Spader actor de la serie Blacklist

El vino ha dejado de ser solo el silencioso habitante de las frías y oscuras bodegas subterráneas. Hoy una pequeña vinoteca instalada en un despacho con su puerta transparente que se puedan ver las botellas, no debe transmitir la imagen del vino guardado sino del vino en uso junto, claro está, a una pequeña bandeja con 3 copas: una para el anfitrión y las otras dos para los visitantes que universalmente suelen ser dos, como casi siempre dos son los asientos que se hallan normalmente frente a la mesa del ejecutivo.

Cuando la vinoteca era un trasto

Hace más de 30 años cuando los armarios-vinotecas eran una rareza, se me ocurrió importar de Burdeos una marca con nombre muy francés que no recuerdo. Eran tiempos cuando este mobiliario se consideraba parte de la trastienda de los restaurantes como las cámaras frigoríficas y nadie entendía que pudiera instalarse en la sala. Fue imposible vender ni siquiera una, porque les parecía un lujo y además por el poco espacio para colocarlo en las angostas cocinas de entonces. Aunque el objetivo era comercializarlo a particulares, su elevado precio era un obstáculo. Solo recuerdo que cuando conseguimos un cliente famoso, Imanol Arias, pensábamos que iba a ser el pistoletazo de salida del éxito. Sin embargo, fue un fracaso, nos adelantamos prematuramente a los tiempos felices de hoy.

La vinoteca no es un lujo

En cuanto al uso hogareño la vinoteca nos rellena esos huecos de casa que se añade al retrato moderno de esas cocinas integradas en el salón con apenas 25 botellas, un número suficiente para el día a día y quedar bien con el invitado si la selección es adecuada. Os lo traerán a casa a un precio que puede oscilar entre los 150 euros hasta lo que podáis gastaros. Un armario climatizado de 62 x 36 cms. que cabe en la cocina encima de esa parte del mostrador más despejada en donde podéis guardar solo los tintos a una temperatura graduada entre los 14 y 19 grados. Los blancos y rosados no son un problema porque se pueden depositar en la nevera.

Para los que el vino es el segundo amor de su vida, iros a un armario de 100 botellas (alrededor de los 1000 euros) pero con diferentes niveles de temperatura. Las dos o tres alturas superiores deben estar a 18-20 grados y las inferiores escalonadamente a 15-10-8 grados, mientras que las dos últimas baldas inferiores deberán estar a 5 grados. Dentro de la vinoteca, los vinos se encuentran como en una bodega subterránea, con el grado térmico ideal y la humedad adecuada. Arriba, a 18 grados, los tintos, abajo, los blancos frescos y fragantes. Un mueble que adorna, que da estilo y que identifica mejor la faceta gourmet del anfitrión. La puerta del aparato -repito- deberá ser transparente para que las siluetas negras y redondas de los traseros de las botellas sean un contraste en la geometría funcional del interiorismo más audaz. Colocar a ser posible las botellas con los traseros que se vean y así poder leer las etiquetas en la posición correcta al sacarlas de la vinoteca. Es mejor que extraerlas por el cuello que obliga a girarlas utilizando las dos manos y la posibilidad de que el vidrio caiga al suelo.

No se os ocurra comprar las vinotecas de temperatura fija a 12 que son para los profesionales o simplemente para guarda. Cuando llevéis un invitado a casa tampoco se os ocurra hablar del precio ni daros el pego con una marca de postín porque el asistente puede saber más que tú. Si por precio se refiere, mejor exhibir vuestra capacidad por haber descubierto un vino genial a un precio de saldo. Ganas muchos enteros ofrecer una botella desconocida pero que podáis contar alguna historia de ella. Los vinos con relato saben mejor.

José Peñín
Posiblemente el periodista y escritor de vinos más prolífico en habla hispana.
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