Viernes 08 de Agosto de 2025
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Entre esculturas verdes, gargantas cristalinas y un aura casi mágica, Losar de la Vera esconde una historia de cine. Dicen que Tim Burton encontró aquí, en este rincón del norte de Extremadura, la inspiración para crear el universo de Eduardo Manostijeras. Jardines imposibles, podas convertidas en arte y un pueblo que parece sacado de una fábula real.
"Era un hombre que tenía tijeras en vez de manos...". Pero lo que nunca se contó es que ese hombre, o al menos el universo que lo rodeaba, nació entre gargantas de agua cristina, puentes medievales y jardines podados con una precisión casi mágica. Nació en Losar de la Vera, en el norte de Extremadura.
La historia, hasta ahora casi desconocida, se remonta a mediados de los años 80. Algunos vecinos aún lo recuerdan: un hombre delgado, con aire extraño y acento extranjero recorría con una cámara colgada al cuello las avenidas principales del pueblo. Se detenía, observaba, tomaba fotografías, y hablaba con los jardineros. Preguntaba cómo daban forma a esos arbustos que parecían salidos de una fábula. "Era un americano", dicen. Su nombre: Tim Burton.
Cinco años más tarde, en 1990, Burton estrenaba Eduardo Manostijeras, una de sus películas más personales y aclamadas, protagonizada por Johnny Depp y Winona Ryder. El personaje principal, un hombre con tijeras en lugar de manos que talla esculturas vegetales de ensueño, vive en una casa aislada en lo alto de una colina. Pero el corazón estético de su universo es el barrio perfecto, ordenado y colorido... donde los jardines parecen obras de arte. Ese mundo, que el cine elevó a la categoría de mito, nació en Losar de la Vera.
Un museo vivo a cielo abierto
Losar no es un pueblo más del norte extremeño. Aunque comparte con sus vecinos la belleza de sus impresionantes pozas y el frescor de las gargantas, hay algo que lo hace único: sus jardines. Más de 120 esculturas vegetales moldean las calles, plazas y avenidas, convertidas en un museo al aire libre donde conviven caballos, ciervos, osos, bueyes, toros, perros, aves y figuras humanas, todos esculpidos a base de paciencia, arte y tijera.
La tradición comenzó en 1972, de la mano de Vicente Mateos, un jardinero local que quiso embellecer su pueblo a través del arte topiario, esa disciplina milenaria que transforma arbustos en formas imposibles. Lo que empezó como una iniciativa personal se ha convertido en seña de identidad del municipio, orgullo colectivo y reclamo internacional.
El resultado es tan impactante como inverosímil. Caminar por Losar es asistir a una película en tiempo real, en la que la naturaleza ha sido domada con ternura y detalle para contar una historia que no necesita palabras. No hay otro lugar en España —ni siquiera en Europa— donde los jardines tengan tanto protagonismo como aquí.
El pueblo donde vive Eduardo Manostijeras
Es fácil imaginar a Edward Scissorhands paseando entre estos setos, dándoles forma en silencio, incomprendido pero brillante. De hecho, algunos lo hacen. Cada vez más turistas llegan a Losar atraídos por esa curiosa anécdota —hoy casi leyenda— del director californiano inspirado por un rincón extremeño. Y no solo turistas: artistas, celebridades y hasta políticos tienen casa en la zona. Desde Alejandro Sanz, pasando por Ana Rosa Quintana o Anne Igartiburu, todos han encontrado en La Vera un refugio de belleza y autenticidad.
Losar, además, forma parte del mosaico natural y cultural de la comarca más turística de Extremadura. Pero mientras otras localidades presumen de castillos, monasterios o rutas senderistas, este pueblo ha elegido como carta de presentación el arte topario. Su apuesta es distinta, y tal vez por eso más potente: aquí, lo extraordinario está en los detalles. En el corte limpio de una rama, en la simetría de una figura, en el mimo con que se poda un arbusto hasta transformarlo en una criatura mágica.
No es un decorado, es un símbolo
A diferencia del suburbio artificial construido por Burton para su película, Losar de la Vera no es un decorado: es un pueblo vivo. Un lugar donde las esculturas verdes no solo decoran, sino que cuentan una historia: la de un pueblo que decidió reinventarse desde la jardinería, que apostó por lo insólito sin perder su identidad rural.
Y en ese gesto de creatividad silenciosa, tal vez Burton encontró lo que necesitaba: un lugar donde la imaginación podía crecer libre, como una enredadera, entre montañas, agua y formas verdes imposibles.
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