Territorio Aura: donde el agua conversa, la tierra abraza y el fuego transforma

El restaurante combina texturas, colores y aromas en un espacio único

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Jueves 22 de Mayo de 2025

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En una calle coqueta de Palermo, una casona centenaria se transforma sin estridencias. Desde afuera, apenas se intuye lo que ocurre adentro. Pero al cruzar la puerta de Territorio Aura, la percepción cambia: el espacio habla. No en voz alta, sino con texturas, colores, aromas y silencios. Lo que propone este lugar es mucho más que una cena. Es una conversación íntima con la naturaleza y sus elementos: agua, tierra y fuego.

La fecha de apertura, 22 de abril, no parece casual. Es el Día de la Tierra, y este restaurante se planta justo ahí: entre la celebración de lo natural y el arte de lo humano. Detrás del proyecto está Camello Hospitality Group, formado por Matías Spilkin, Gastón Mandalaoui y Nicolás Satz, socios de vida antes que de negocios. Para llevarlo a cabo, sumaron a dos referentes de la cocina argentina, Matías Gómez Menghini y Ángel Valcárcel, y confiaron la dirección creativa al chef Agustín Brañas, quien pone en práctica su idea de cocina de territorio.

Brañas trae consigo una historia larga y diversa. Pasó por restaurantes como Mugaritz, The Ivy, The River Café, y recorrió cocinas desde la Patagonia hasta los Alpes suizos. En Suiza dirigió Chubut Food & Fire, una experiencia que lo posicionó en el mapa europeo de la alta cocina. Pero fue en Argentina donde encontró su idioma culinario: una cocina que escucha, que lee el paisaje, que respeta la materia prima sin someterla.

Una casa hecha de paisajes

El edificio fue intervenido por el arquitecto Alejandro Brave, que logró un equilibrio justo entre lo contemporáneo y lo natural. Aunque la estructura es de época, todo fue diseñado desde cero: no hay pisos crujientes ni nostalgia forzada. Cada nivel fue pensado como un universo propio.

En la planta baja, el eje es agua. Domina una paleta de azules, maderas claras, mármol negro y fibras naturales. Las mesas de mármol se alternan con una gran mesa comunal de madera. Las lámparas parecen flotar. Un mural de Magui Trucco, inspirado en ríos y mares argentinos, ocupa una de las paredes, como si contara algo que solo el agua sabe decir.

Más allá del salón se vislumbra una barra de madera maciza, sillones de terciopelo azul profundo, ramas colgantes recolectadas en Córdoba y mesas bajas refuerzan el aire orgánico del espacio. No hay ostentación. Hay calidez, diseño cuidado y una armonía que no distrae.

Subiendo, el primer piso anticipa lo que será la carta Tierra: materiales más densos, colores más cálidos, una cava vidriada, sillones envolventes, y un salón privado donde la luz entra como si también quisiera sentarse a la mesa. En el segundo nivel, que aún está en desarrollo, se consolidará esta propuesta más otoñal, más firme, pensada para los meses fríos.

El fuego, en cambio, no tiene dirección postal. No es un piso ni una carta: es el alma que cruza todo. Es técnica, emoción y símbolo. Es lo que transforma el pescado en sopa, la tierra en aroma, lo crudo en recuerdo.

Comer lo que cuenta

Mi noche comenzó con un pan. Pero no cualquiera. El Pan de Agustín abre la experiencia como un prólogo. Llega tibio, con un tuco de mar que condensa profundidad, y no es exageración: tiene umami, tiene misterio, tiene costa atlántica.

A partir de ahí, la secuencia fue creciendo en capas. Probé el hummus de pallares con escabeche, porotos y cracker de sésamo: sabroso, con contraste y ritmo. Después, el tiradito de vegetales con ají amarillo, hinojo y avellanas, donde lo vegetal se vuelve casi floral. Y los langostinos con papas rejilla y provenzal de tamarindo, que combinan crocancia, dulzura y acidez sin caer en clichés.

Entre los principales, el Fish & Chips vino con alioli cítrico y hojas verdes: una versión refinada y fresca de un clásico francés, muy equilibrada. El soufflé de maíz con cuartirolo y quiquirimichi fue más complejo de lo que suena. Tenía capas, tenía humor, tenía raíz.

Maridé la cena con un DV Catena Malbec–Petit Verdot, que se comportó con versatilidad. Pero también podés optar por alguno de los cócteles de autor, o dejarte guiar por el equipo, que conoce muy bien la propuesta sin necesidad de repetir guiones.

El postre fue un cierre amable: un budín de dulce de leche de búfala con yogur de búfala que logra algo difícil: ser dulce sin empalagar. Liviano, fresco, elegante.

Donde los elementos se vuelven gesto

La atención fue impecable, pero sin rigidez. El personal acompaña sin marcar el paso, explica sin recitar, recomienda sin empujar. Todo fluye, como el agua que da inicio a esta experiencia. Y si algo define a Aura es justamente eso: el equilibrio entre lo pensado y lo espontáneo. Entre lo técnico y lo afectivo. Entre lo que se ve y lo que se intuye. Aquí, el agua refresca y despierta, la tierra arraiga y cobija, y el fuego, siempre presente, transforma con sutileza lo cotidiano en algo digno de ser recordado.

Territorio Aura es un restaurante, sí. Pero también es un escenario donde los elementos se expresan, donde cada plato tiene algo para contar y donde, al final, uno se lleva mucho más que el sabor: se lleva una impresión duradera. Una de esas que no se explican del todo, pero que se sienten.

Un artículo de Jocelyn Dominguez
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