Lunes 17 de Marzo de 2025
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Siempre he disfrutado pensando que el mundo del vino nos elige, más que al contrario. Las circunstancias tejen la trama que une a aquellos a quienes el vino ha seleccionado para formar parte de su círculo, como un determinismo vinícola.
En este rincón afortunado nos encontramos quienes trabajamos en el mundo del vino, elegidos por esta esencia para una travesía única. Sin embargo, como recordaría el Tío Ben a Peter: "Grandes poderes conllevan grandes responsabilidades".
En una versión de la "vieja escuela", con libreta en mano, podríamos preguntar en una calle principal: "¿Qué es un sommelier?"
Las respuestas pintorescas y dispares se desplegarían, algunas más acertadas que otras. La mercadotecnia y las redes sociales, a lo largo de la última década, han tocado nuestra profesión.
Y sí, lo digo en el sentido de que han desviado su esencia, surgiendo "asociaciones" o pseudo universidades que, previo pago, "certifican" a alguien como sommelier profesional en tan solo una semana.
¿Puede alguien que ha completado un "curso" tan breve llevar con dignidad un Tastevin? El Tastevin, con su pequeño tamaño, lleva consigo el peso simbólico de la tradición y la maestría en el mundo del vino. Es más que una copa; es un símbolo de dedicación, experiencia y discernimiento. Portar un Tastevin es asumir la responsabilidad de respetar la esencia del vino y honrar la confianza depositada en el sommelier por productores y consumidores.
La conexión con el vino va más allá de lo tangible; es una relación íntima con la cultura, la tierra y la artesanía. La responsabilidad del sommelier es ser el embajador de estas historias, traducirlas y compartirlas con cada cliente. La ligereza del Tastevin contrasta con la profundidad de la labor: equilibrar la fascinación por el vino con el respeto por la responsabilidad que conlleva. Cada brindis, cada recomendación, es una oportunidad para crear experiencias inolvidables, llevando consigo el peso de la tradición y la exquisitez.
En cada tintineo delicado del Tastevin, se escucha el eco de la pasión por el vino, una sinfonía que danza entre los aromas y colores de cada cosecha. Portar este pequeño tesoro es abrazar la esencia de una tradición que se despliega como un lienzo ante nosotros, con sus matices y secretos.
En el corazón del sommelier late el orgullo de ser el portador de historias embotelladas, de ser el narrador de viajes a través de viñedos y añadas. Es un compromiso con la maestría, un pacto con la responsabilidad de preservar la magia que destila cada botella.
Con el Tastevin en mano, nos convertimos en guardianes de la elegancia y la sofisticación, destilando emociones en cada copa servida. Es un símbolo que llevamos con gratitud, con la certeza de que en nuestras manos reposa la herencia de generaciones de viticultores y el anhelo de aquellos que buscan en el vino no solo una bebida, sino una experiencia trascendental.
Cada reflejo dorado en el Tastevin es un recordatorio de la pasión que nos impulsa, y al alzar esta copa, elevamos no solo el vino, sino también el respeto y la admiración por el arte de ser sommelier. En cada brindis, celebramos la unión entre el arte, la tierra y el paladar, sintiendo el privilegio de ser los custodios de este universo lleno de emociones destiladas en cada gota de vino. ¡Salud a la nobleza del Tastevin y al arte eterno del sommelier!
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