Caso Monastrellissimo: tenía que pasar

Hace unos meses escribí en este medio un artículo que tuvo cierto éxito: Retama y bosque umbrío... vale, ¿pero qué...

Miércoles 05 de Octubre de 2016

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Hace unos meses escribí en este medio un artículo que tuvo cierto éxito: Retama y bosque umbrío... vale, ¿pero qué te hace sentir el vino? Hablaba sobre la inutilidad que a mi juicio tiene el lenguaje que se usa en muchas catas digamos, profesionales o en las etiquetas de las botellas. Algunos que lo leyeron dijeron que iba en contra del postureo o snobismo de demasiados personajes del mundillo. Pues también.

El tema, reincido en ello, es que por mucho dineral que las bodegas se gasten en márketing, en promoción etc etc, el consumo del vino en España no despega y casi peor aún, la percepción general (lo que más abunda), es que este sector es coto cerrado para 4 snobs con pasta que han estudiado fuera encima.

Hay razones varias pero mucha culpa tiene el lenguaje que se sigue utilizando, con palabras y palabros absurdos, desfasados y hasta decimonónicos que en muchas ocasiones, no evocan absolutamente nada al neófito y tampoco, al que las dice. No hay que ser ni lingüista, ni filólogo, ni siquiera haber leído 30.000 libros para darse cuenta de que las palabras que usamos tienen que tener una correspondencia mental para que realmente signifiquen algo.

Si decimos "perro", nos podemos imaginar a un jack russel (el perro Pancho, por ej.). Si decimos "gato", pues al gato de la vecina, pero ¿qué diantres nos evoca el aroma "bosque umbrío"? ¿O es un sabor? Ni idea.

Estos días ha corrido como la pólvora por las RRSS (redes sociales) el caso Monastrellissimo, un jumilla cosechado por unos "leperos vampiro fermentado en barricas de tugsteno", según reza en la contraetiqueta... contraetiqueta dividida en dos partes: una nota de cata digamos, normal y lo de los leperos. Y acaba: "te lo vas a creer igual" (como te creíste la nota de cata).

El caso es que la imagen del  texto se hizo tan viral que, según se ha publicado por ahí, la prensa empezó a llamar como loca al padre del invento, un humilde propietario de una tienda de vinos de San Javier (Murcia). El hombre explicaba que el vino de marras se lo hacen para la tienda (unas 2.000 botellas). Ellos hacen la etiqueta y lo ponen a la venta. Se les ocurrió poner la nota de cata de bodega (que es bastante sencillita, dicho sea de paso) y cascarle debajo las opiniones del genio del diseñador de la etiqueta (un crack, oye), el del "te lo vas a creer igual".

Resultado: ¡se venderán todas! dice el señor de la tienda. Que si mucho interés etc etc. Olé por el desparrame y por la rebeldía.

Esto no pasaría de ser una anécdota graciosa si no existiera el retorcimiento de formas rococó que comentábamos antes. Las cosas no pasan por casualidad. Aunque  también es cierto que es triste. Triste como oír eso tan manido de: "para mí hay dos tipos de vino: el que me gusta y el que no".

Es triste que alguien recurra a la reducción al absurdo de los "leperos vampiro" para decir que "no se entiende nada en el mundo del vino". Y triste es el estancamiento del consumo en España, que sigue bajo mínimos. La excelente calidad/precio del vino español como que no sirve de nada.

Sobran snobs, fantasmones y figurones en este mundo, está claro pero también, digámoslo claro, falta mucho interés en la gente por saber más de algo tan nuestro como el vino. Ya sabemos que en España, mucho fútbol, mucha política pero de currarse algo, poquito. Así estamos.

Ahora que lo pienso... habría que preguntar a los leperos de Lepe cómo les ha sentado que les llamen vampiro pero en fin, es otra historia [ironía ON].

Un artículo de Eloy González
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