Valladolid
Miércoles 04 de Diciembre de 2013
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Discutía el otro día con mi amigo Javier, -de visita para celebrar su feliz paso de dependencia del trabajo, a su señora (léase jubilación)-, sobre la pregunta de temporada: ¿Qué tal la vendimia?
Le contaba todos los sinsabores, lo injusto, lo frustrante que puede llegar a ser esto de hacer vino. Le hablaba de lo que es haber tenido la miel en los labios, de haber logrado pasar un año de infarto, del coste y de la inversión que todo ello suponía y de la sensación, en el fondo, de alivio que nos dejaba. ¡Ya pasó! Con el pragmatismo y lo cartesiano que acostumbra ser me decía: "El aprendizaje es una inversión no un coste". Pues que así sea.
La añada 2013 nos enseñó a entender mejor nuestro terruño:
Uno acaba entendiendo esa filosofía del hombre del campo, heredada de generación en generación. Esa resignación ante las circunstancias, esas ilusiones renovadas cada año, pero sobre todo el respeto y amor por la tierra y ¿por qué no? de insatisfacción permanente.
Celebremos pues lo aprendido: que las labores tempranas se agradecen dos veces; que las rectificaciones son más caras y nunca compensan totalmente; que al final el manejo del viñedo es un trabajo donde la experiencia es insustituible: "Cada planta requiere su tratamiento pero no por eso ha de ser inalterable, las necesidades cambian". En bodega también podemos reafirmar lo que ya intuíamos: para obtener el premio solo hay un camino: selección, selección y selección.
El fruto del 2013 ya está definido en bodega:
La Añada 2013 se fue dejándonos unos paupérrimos 13.750 litros. Eso sí llenos de enseñanzas que diría mi amigo Javier. ¡Viva el 2014!
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