Te mintieron toda la vida: el vino no tiene por qué saberte igual siempre

Kiandra Mercedes

Lunes 17 de Noviembre de 2025

El sistema límbico, afectado por el estrés o el cansancio, altera cómo interpretamos aromas y sabores

La verdad es que científicamente está comprobado que nuestro cerebro no percibe los alimentos ni las bebidas de la misma manera en todo momento. Nuestro estado emocional, químico y fisiológico cambia constantemente, y con él cambia también la forma en que interpretamos aromas, sabores y texturas. El sistema límbico —la región del cerebro que gestiona emociones, memoria y respuestas sensoriales— se ve afectado por el estrés, el cansancio, el hambre, la hidratación o incluso las experiencias vividas a lo largo del día.

Cuando dices "este vino sabe exactamente igual que el que me tomé con mi novio", probablemente estás repitiendo una creencia que nos han enseñado: que el vino es una bebida estática. Pero la realidad es que no estás en el mismo lugar, la compañía no es la misma, tu cuerpo no está en el mismo estado y tu mente tampoco. Por lo tanto, no tendría por qué saberte igual.

Ahora bien, es cierto que químicamente el vino está elaborado para mantener un estilo coherente, especialmente en bodegas que buscan consistencia entre añadas. Técnicamente, el producto sigue parámetros de producción, variedades de uva, características de terroir y técnicas de vinificación que aportan estabilidad al perfil del vino. Sin embargo, quien rompe esa "estabilidad" sensorial somos nosotros, no el vino.

Nuestro cuerpo juega un papel fundamental en la percepción. La temperatura ambiente, la humedad, el tipo de copa, el momento del día y hasta los aromas del entorno influyen en cómo interpretamos cada sorbo. Por eso, aunque se venda la idea de que "un vino siempre sabe igual", la realidad es que nuestra percepción es profundamente variable.

Un excelente ejemplo ocurre durante los vuelos. A más de 30,000 pies de altura, nuestras papilas gustativas se adormecen, disminuye la humedad, la presión reduce la sensibilidad aromática y perdemos alrededor de un 30% de nuestra capacidad de oler, lo cual altera directamente el sabor de todo lo que consumimos. Por eso la comida de avión suele parecer más insípida... y el vino también.

Lo mismo sucede con los vinos que catamos día a día: no siempre los percibiremos igual, porque nosotros nunca estamos exactamente en la misma condición emocional, física o sensorial. Y lejos de ser un problema, esta variabilidad es parte de la magia del vino: cada copa es una experiencia única, influida tanto por la bebida como por la persona que la disfruta.

Escrito por Kiandra Mercedes, Ceo Zaquewines.

Corrección de estilo por IA.