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Una etiqueta es la credencial, garantía o la identidad del vino que contiene la botella (advertencia: nunca bebas vino de una botella sin etiqueta, aunque te juren que es un asombroso vino casero o el mejor vino del mundo, la responsabilidad es únicamente tuya). Las etiquetas son las tarjetas de presentación y el primer medio para darse a conocer y establecer una relación entre el vino y el consumidor.
Las etiquetas deben mostrar los datos de identificación básicos y obligatorios, según la legislación de cada país, a saber: nombre, tipo de vino, grado, bodega, contenido de la botella, uva, etc. Un buen consumidor es un consumidor informado, y todo dato es necesario (y de agradecer).
Sin embargo, lo que realmente atrae la atención de todo consumidor inicialmente (aficionado o experto) es el "vestido" de la botella, como parte de la estética de todo el contenido y con el resto de componentes (collarín, cromática de color, dibujos, etc.).
Es lo primero que puede apreciarse de la botella al observarla en el estante de una tienda o en un escaparate online. La estética es el gran atractivo de entrada al conocimiento de ese vino que atrae ahora simplemente por su estética y que posteriormente ampliará su información con la etiqueta.
El verdadero aficionado tiene una sensibilidad especial que le hará buscar en el vino todo aquello que le ayude a ilusionarse con sus características y sorpresas que le puede dar al degustarlo. Todo esto puede dárselo la simple etiqueta si está bien hecha. Así nace una primera relación de vino-consumidor. Después se desarrollara todo lo que pueda dar de sí esta relación que pasa por la degustación y valoración del vino.
La historia de las etiquetas es, como todas las historias, un compendio de curiosidades, periodos de exaltación artística, periodos de crisis de imaginación, penurias económicas, etc. En un principio, la identificación del contenido de las botellas se hacía a través de sellos, lacres, cintas y otros motivos con la simple intención de diferenciar. Las primeras etiquetas proceden de los marbetes o pequeños trozos de piel, cuero o pergamino que se colgaban del cuello de la botella y mostraban escrito el año de la cosecha y el nombre del propietario. Muy pronto se inició la utilización del papel o pergaminos pegados groseramente a la botella, aunque la verdadera revolución llegó con la aparición de la litografía, invento de Sanifrifert en 1709. El nuevo procedimiento da entrada al uso del color y sobre todo a la reproducción. Las primeras épocas dan testimonio de los gustos del momento, muy barrocos y de llamativos colores. La evolución del sistema litográfico y las técnicas de impresión promovieron la utilización de mejores papeles y tintas de colores. Hasta muy entrado el siglo XX, la impresión de las etiquetas se efectúa mayoritariamente en imprentas de Francia, Alemania e Inglaterra, como era habitual y como se hacía con los billetes de banco.
En los dibujos y motivos que se utilizaban en el diseño de las primeras etiquetas eran de preferencia los alusivos a la reproducción de pámpanos de uva, vides, etc. Sin embargo, uno de los primeros pasos hacia el marketing en las etiquetas los dieron los bodegueros jerezanos, a los que no les importaba tanto informar como impresionar al consumidor con llamativos colores y motivos folclóricos o taurinos.
Sin embargo, el motivo principal de las primeras etiquetas, especialmente en Francia, eran las reproducciones de castillos y palacios, así como las de las medallas y premios concedidos a la bodega. Si bien, después de la última guerra mundial, se inicia una importante evolución en el concepto de etiquetar, al intervenir cada vez más organismos controladores protectores de derechos de imagen que regulan la comercialización de los vinos. Se intenta normalizar, o al menos orientar lo que las etiquetas deben expresar principalmente: nombre del vino, elaborador, procedencia, grado alcohólico, contenido, zona o denominación de origen, etc.
No obstante, las etiquetas de los distintos países se siguen diferenciando por unas características generales que se consideran propias del gusto del país. Las francesas mantienen la tónica de elegancia en los colores y tipografía de las letras, así como motivos de impresión (chateaux, palacios, paisajes, etc.). Italia, una línea de coloración suave y letras claras. Alemania se reconoce por sus floreados dibujos, colores fuertes y letras de caracteres rústicos. España, con excepciones, no acierta a definir un estilo más general que toros, toreros y bailarinas en los vinos jerezanos, y en otros lugares se utiliza el color con poca armonía y gusto.
Actualmente existe un gran interés por parte de las bodegas en distinguir al máximo su imagen y su presentación, lo que se traduce en un esfuerzo por ser originales en diseño y concepción. Se entiende que ese aspecto de la botella, sencillo o lujoso, divertido o sobrio, traslada de inmediato al que la contempla a una primera valoración del contenido, y si la etiqueta pretende vestir la botella, cuanto mejor vestida más lucirá para conseguir distinguirse de los otros y tener una personalidad propia. Se venderán mejor.
Este "vestido" deberá ser acorde con el producto y el consumidor al que va dirigido. Diseños sencillos para vinos normales, elegantes para vinos medios y lujosos, sin exagerar, para vinos que se consideran excelentes, sin olvidar que la tradición pesa enormemente sobre algunas bodegas que prefieren conservar sus viejos estilos, aunque es verdad que su prestigio y fama les permite pensar que poco tendrán que decir de nuevo a sus fieles clientes.
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