Camino de Santiago, el origen

El fenómeno del Camino fue tan complejo y de tal magnitud en su época, que lo de menos importaba era si los restos del Apóstol estaban allí, lo que importaba es que las gentes de la Europa medieval así lo creyeron

Miguel García Sánchez

Lunes 18 de Abril de 2011

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El fenómeno del Camino de Santiago fue tan complejo y de tal magnitud en su época, que lo que menos importaba era si los restos del Apóstol estaban allí, lo que importaba es que las gentes de la Europa medieval así lo creyeron

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En este monasterio se llegaron a contar unas rentas anuales por la venta de vino de 3.000 ducados y entre monjes y romeros llegaron a ingerir hasta 150 litros al día.

Nadie mejor que el turista para bien alcanzar y mejor comprender el mágico y milagroso fenómeno compostelano. ¿Qué es un turista si no un peregrino, un romero, trajinante de ideas, coleccionista de reliquias? Que atraviesa ríos y montañas, de monasterio en hostería; Que supera inclemencias, demoras y penalidades varias en busca de reposo y definitiva reparación de las ansias de su espíritu y de las necesidades de su cuerpo. Y el afán de viajar por viajar, que es conocer; que es vivir otra vida.

Turista y peregrino son viajeros en busca de similares objetivos: la consumación de un milagro. Reposo y reconocimiento a todos los ajetreos y avatares del largo caminar por la vida cotidiana: ganar el Jubileo.

El principio del milagro se inició en la fragua de los más remoto de los tiempos, allá por la Prehistoria. Por aquellos entonces -más de 3.000 años antes de nuestra Era- los sosegados valles del Sar y del Sarela servían de hogar, refugio y cuartel a tribus indígenas.

Las abundantes "mamoas" (dólmenes funerarios) así lo atestiguan. Y así lo reafirman, muchos siglos después, ya en la Edad del Hierro, la existencia de castros en las proximidades y hasta en el propio recinto de esta eterna ciudad.

Aquellas primeras tribus indígenas conocieron una cierta civilización con las inmigraciones celtas. Nacería así el "Druismo", primera manifestación 'mágico-religiosa' que perduraría y, tal vez, perdurará por los siglos de los siglos, al menos en el inconsciente colectivo de los pueblos gallegos.

Así hasta que bien pronto llegara el conquistador romano, probablemente en busca de las golosinas metalúrgicas de estas tierras: oro, plata y estaño sobre todo.

Ya en el siglo I las legiones imperiales habían clavado banderas y enclavado campamentos en estos confines del "Finis Terrae". Por estos alrededores transcurrían las vías III y IV del Itinerario de Antonino para comunicar Astorga con Braga y Brigantium con Iria Flavia.

En los últimos siglos del Imperio se levantaba, justo bajo la Catedral, una "Civitas", según prueban severas y recientes excavaciones arqueológicas. Algo más tarde, pero siempre pronto para la Historia, nacería Compostela, anhelo y punto de redentor encuentro para la medieval cristiandad y la de las generaciones venideras.

Sería en la primera década del s.IX , cuando el Obispo Teodomiro de Iria Flavia (hoy Padrón), alertado por un ermitaño llamado Pelayo, inspeccionaría el sepulcro del "Arca Marmórica". Y por los varios vestigios encontrados, decide que se trata de la tumba del Apóstol Santiago el Mayor, hijo del Zebedeo.

En estos preámbulos, la Historia se hace leyenda y tradición; se enriquece: se hace milagro.

Los relatos medievales no dejan lugar a dudas: Aunque muy bien no se sabe cuándo, es seguro que el Apóstol llegó a estas tierras aprovechando el viaje de alguna nave de comerciantes fenicios. Predicó y predicó el Santo en Ourense, en Tuy, en Braga, en Lugo, en Astorga... Así hasta que, siete años después, decidió volver a Jerusalén, donde caería en manos de escribas y fariseos.

Fue condenado a muerte y rigurosamente degollado. Pero sus discípulos, al abrigo de la noche, rescataron su cuerpo. Para darle debida y cristiana sepultura en lugar lejano y seguro, embarcaron hacia Iria.

Llegados 'felizmente' a su destino, los discípulos -extranjeros en tierras enemigas- se vieron en grandes dificultades para encontrar un lugar escondido y adecuado para dar sepultura al maestro.

Hubieron de negociar con una poderosa y rica viuda, de nombre Lupa, propietaria de grandes extensiones de terreno por estos contornos. Tras muchas idas y venidas los discípulos fueron presos por la autoridad romana, pero enseguida liberados gracias a una oportuna intervención de Lupa.

Al fin, la indecisa y temerosa Lupa accedió a facilitar un lugar para el sepulcro: el sitio elegido sería en el Monte Ilicino, a escasas leguas de su fortaleza, el Castro Lupario, cuyas ruinas aún se conservan. Era entonces campamento druida, defendido por una feroz serpiente y prudentemente respetado por el temeroso invasor romano.

Allí recibiría sepultura el cuerpo del Santo Apóstol, al tiempo que la serpiente moriría de forma fulminante. Durante años y años los vecinos de Iria Flavia veneraron la tumba del Apóstol, cayendo temporalmente en el olvido hasta que el citado y venerable Teodomiro rescatara el sepulcro, en el siglo IX.

Enterado de los hechos -ya la leyenda se funde y se confunde con la Historia- el Rey Alfonso II, llamado el Casto, acude con su Corte en pleno a la tumba del Apóstol. Santiago es proclamado patrono oficial del reino.

La noticia se extiende y llega a Francia. Enseguida de llegar los primeros europeos peregrinos para adorar los restos del Apóstol, ansiosos, además por conocer, las sugestivas tierras del vecino y legendario imperio árabe. Tanto y tanto aumentaría el número de peregrinos, -de todos los confines llegaban- que el Rey Alfonso III hubo de disponer la construcción de una gran basílica en los últimos años del s. IX. Pero el celoso e infiel Almanzor arrasó el templo y la ciudad un siglo más tarde.

Como la Historia suele hacer de necesidad virtud, el descalabro del moro se tornó en la oportuna necesidad de reconstruir templo y ciudad. Con el firme respaldo del Rey Alfonso VI, el Obispo Diego Peláez inicia la construcción de la actual basílica en el año 1075. Y así quedó definitivamente configurada Santiago, una de las ciudades más bellas de este país, como hasta el viajero más incrédulo puede comprobar.

Pero, desde sus primeros momentos, la también llamada Ruta de la Perdonanza resultó ser mucho más que una ardiente devoción. Hasta los historiadores más conspicuos advierten de la transcendencia que puede llegar a tener un hecho inexistente o, al menos, discutible y discutido, como el del enterramiento del Apóstol en estas tierras.

La primera 'Red Social' de la historia

El fenómeno del Camino fue tan complejo y de tal envergadura que lo de menos es que sean realmente los restos del Patrón los que aquí se encontraron y aquí se conservan. Lo que importa es que las gentes de la Europa medieval así lo creyeron. Sería, en todo caso, una magistral lección de ingeniería de la comunicación, una cátedra de sociología aplicada.

Sesudos historiadores ponen de relieve la sospechosa casualidad de que el descubrimiento del sepulcro viniera a coincidir con la llegada al reino astur-leonés de numerosos mozárabes huidos de los dominios musulmanes, necesitados de mostrar a los cristianos sus radicales diferencias, en lo religioso y en lo político, con el Emirato de Córdoba.

Los monarcas astur-leoneses supieron ver la excelente oportunidad que el fenómeno del Camino brindaba para levantar el estandarte reconquistador a la vez que reunificar los territorios cristianos un tanto libertarios y un mucho levantiscos.

Los recodos de la Ruta propician una transformación sin precedentes en la sociedad de aquellos tiempos. Se unifican ejércitos. Se repuebla. Se urbaniza. Se legisla. Se comercia. Se investiga. Se cambia: Se progresa.

Lujuria, sexo y vino

Pero también a los bordes del Camino, a la sombra de monasterios, santuarios, albergues y hospitales, crece la semilla del milagro y la milagrería, y la hierba de la picaresca.

Cuentan las crónicas que Sahagún llegó a convertirse en un jugoso negocio de vino y sexo: hábiles tahúres y mujeres disolutas brindaban al peregrino sus servicios de naipes y lujuria.

En este monasterio se llegaron a contar unas rentas anuales por la venta de vino de 3.000 ducados y entre monjes y romeros llegaron a ingerir hasta 150 litros al día.

El mismísimo Aymerico Picaud, autor de la famosa Guía del Peregrino incluída en el Códice Calixtino, cumplió su peregrinar en compañía de una "amiga flamenca". Al parecer eran más que frecuentes los "albergues" del Camino acondicionados para el servicio de la prostitución.

La delincuencia y la estafa

El robo, el "pillaje" y los timadores eran cosa de a diario. A tal punto llegaron las cosas que fue preciso poner freno a tanto desmán.

A veces por la vía del "milagro". Como cuando el Conde Miguel, primo de Bernardo del Carpio, fue sorprendido en violación: Enterado el Apóstol hizo que el violador se quedara "con la cara torcida y la lengua colgando. Y moriría a los siete días..."

Otras veces se legisla. Para acotar la especulación, por ejemplo: "Ni dentro ni fuera de la ciudad, se consientan los revendedores, ni los que tratan en las ferias; y no se compre pescado, ni carne ni marisco, para ganar volviendo a vender, sino tan sólo para comer...".

En ocasiones se practican los "Juicios de Dios". Sánchez Albornoz recuerda que para caso de robo se acude a la "caldaria": El ladrón debía sacar tres piedras pequeñas de un caldero de agua hirviendo. Después, su brazo era vendado, para descubrirlo tres días después en presencia del pueblo. Sí había muestra de quemaduras era prueba inequívoca de culpabilidad...

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