José Peñín
Viernes 01 de Marzo de 2024
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En los últimos tiempos, tanto en foros como en blogs, se está cuestionando la fiabilidad de las guías con argumentos basados en el desacuerdo con las puntuaciones y, lo que es más incoherente, se pone en duda el modelo. Desde la perspectiva del consumidor, se entiende que es requisito una mínima profesionalidad por parte de quienes catan miles de vinos para una guía, suficiente como referencia, pero no para seguirla a pies juntillas, simplemente, como orientación. Si contempla el escaparate de una tienda de vinos y no conoce las marcas, lo lógico será que, antes de elegir una botella, se incline a comprar aquella que luzca la pegatina de puntos de una guía o de la medalla obtenida en un concurso de vinos, en lugar de otra sin estos aditamentos.
El no hacer caso a los prescriptores no se da en otros países, como Francia, Inglaterra, EE. UU, Italia o Alemania, donde el número de marcas que se comercializan es mucho mayor, lo que hace necesario contar con esta fuente de información.
Puede ocurrir que se pruebe una marca y no esté de acuerdo con la puntuación. En este caso, se debe al factor emocional y de consumo aislado, en contraposición al diagnóstico profesional de un catador, quien ha probado bastantes más veces ese vino y sus diferentes cosechas. Una guía no es un carnet de socio de un equipo de futbol, ni obliga a aceptar todos los diagnósticos.
Yo soy bastante cinéfilo y, si quiero ver una película, antes echo un vistazo a la crítica. Otro tanto hago cuando se trata de acudir a un restaurante que no conozco. Puede ocurrir que no esté de acuerdo con su valoración, pero la diferencia, en buena lógica, será mínima. Si ese enómano encuentra excesivos los 95 puntos de un vino, estoy completamente seguro de que su valoración no bajará más allá de tres puntos con respecto a la evaluación citada en una guía. A fin de cuentas, ambas valoraciones determinan que el vino es muy bueno.
Otra cosa es que se pueda cuestionar la cualificación del autor o equipo, pero no su independencia. Lo que ya no es asumible es que, en España, se ponga en entredicho la independencia de las guías y mucho menos su cualificación, cuestionando las puntuaciones bajo el pretexto de que aspectos publicitarios y amiguismos puedan ser los que las determinen lo que sería pan para hoy y hambre para mañana. En ocasiones, (lo he repetido en múltiples ocasiones), he podido dudar del método de trabajo o coherencia de otras guías, pero nunca de su independencia. No obstante, las diferencias de puntos entre todas ellas son pequeñas como para dudar sobre la adquisición de un vino.
Se dice que, debido a la presencia de Internet y redes sociales, las guías tienen menos impacto que antes en el consumidor de calle, cuando en realidad, jamás lo han tenido. Las guías nunca actúan directamente sobre el consumidor estándar, cuya afición al vino no llega todavía al punto de despertar el interés por comprarlas. No es normal que un consumidor de calle cargue con un "ladrillo" de más de un kilo, que es lo que pesan las guías más potentes.
Las guías solo las compran una élite de aficionados, prescriptores, bodegas y, sobre todo, los profesionales de hostelería y alimentación que, a su vez, influyen sobre el nicho más numeroso de consumidores, Pero también para que las redes sociales y foros puedan organizar sus catas (más o menos endogámicamente), es necesario contar con unas fuentes informativas externas sobre marcas y valoraciones. Pues bien, aquí se ve una realidad palpable: los que desdeñan las guías son los mismos que las llevan en la guantera del coche, pero jamás dirán que las usan. Asimismo, son innumerables las cartas de vinos que muchos sumilleres elaboran desde estas fuentes ¿Quién es capaz de hacer una referencia a una guía, del mismo modo que quién revela su "chuleta" en un examen? Aquí las fuentes no se revelan porque es reconocer que uno no tiene criterio propio lo cual es un juicio absurdo, pues no tiene que ver la información documentada con los criterios personales. El criterio de un aficionado o profesional será más certero cuanta más información recabe. Ciñéndome a la Guía Peñín, he podido observar con frecuencia aficionados extranjeros visitando la tienda de vinos Lavinia con la Guía Peñin bajo el brazo. En una ocasión, Robert Parker me comentó que la GP suponía una fuente informativa del vino español imprescindible en su trabajo, al tiempo que la británica Jancis Robinson señaló que era la guía de vinos de un solo país más completa que había visto.
Los críticos a estas publicaciones señalan que las valoraciones se ciñen a los gustos personales del catador. Craso error. En ningún caso se trata de imponer un criterio personal que tenga que ver con lo anímico o emocional y, por tanto, con puntuaciones erráticas y poco consistentes. En el caso de la guía que lleva mi apellido, se aplican toda una serie de reglas objetivas, nunca subjetivas. Las posibilidades de errar disminuyen en la medida de que se vayan creando compartimentos estancos de estilos y características ajustados a una determinada puntuación, apoyados en la evolución histórica de la marca, archivados en la base de datos, y catando por géneros de vinos. No podemos negar que, si hay algo que caracteriza a los españoles, es que tendemos a pensar que todo lo que viene de fuera sea mejor y más importante. No solemos valorar lo nuestro, no porque seamos más exigentes que las opiniones foráneas, sino porque cuando entran en juego nombres o protagonistas, aparecen la envidia, el escepticismo, el chismorreo..., en definitiva, esos pecados que nos adornan. Sólo somos capaces de exaltar al compatriota una vez fallecido, pues deja de ser un rival, o al muy famoso que aparece en los grandes medios, porque el silencio hacia ese personaje evidenciaría los celos de la rivalidad.
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