Viernes 29 de Enero de 2010
Gran controversia la que estas pequeñas partículas suscitan entre los consumidores. Por una parte nos encontramos con el aficionado y poco conocedor de la elaboración del vino que, en un alto porcentaje, suele atribuir esta materia a vinos de poca calidad o una mala conservación. Y por otro lado, tenemos al apasionado, ese individuo que no disfruta únicamente de la cata, sino que complementa su afición documentándose, por lo que entiende el origen de esos sólidos y sabe que puede llegar a ser un indicativo de pureza y honestidad en el vino.
Normalmente, este tipo de precipitados suelen ser el resultado de un proceso biológico o físico-químico que hace que algunos compuestos se insolubilicen y se depositen en el fondo de la botella. Rara vez este proceso actúa en detrimento de la calidad del vino, en cualquier caso, nunca será perjudicial para la salud del consumidor.
La gran mayoría de las veces que nos encontramos “posos” en un vino suele ser en el tinto, pues en los blancos el rechazo por parte del público es mayor, por lo que los enólogos deben de extraer estos compuestos en la bodega, antes de embotellar el vino y así evitar esta reacción producto de la desinformación. Esa especie de cristalitos casi transparentes (tartárico y sus sales) no son una adición, si no que forman parte del propio líquido.
En los tintos este concepto se va entendiendo más, aunque estos cristalitos que hemos mencionado acostumbran a ir acompañados de materia colorante, creando de esta manera una especie de arena fina de color violáceo. Así que es mejor desestimar esos arcaicos pensamientos populares y, si estamos disfrutando de un buen vino, no dejemos de hacerlo porque la última copa contenga sedimentos.