Inmaculada Peña
Lunes 20 de Octubre de 2025
En la región del Marco de Jerez, hace poco más de veinte años, el concepto de viticultura ecológica era prácticamente desconocido. Su adopción ha sido desde entonces un proceso lento y progresivo, condicionado a duras penas por la larga dependencia de la viticultura convencional en la zona, así como del uso intensivo de productos químicos y herbicidas.
Hoy podemos decir que la situación está cambiando, gracias en gran medida por la creciente demanda de productos ecológicos, tanto en mercados locales como internacionales, lo que está impulsando tanto a viticultores como a las bodegas a experimentar con métodos de cultivos más sostenibles.
Recordemos que la viticultura ecológica no inventa nada nuevo, sólo trata de recuperar prácticas tradicionales, como el manejo del viñedo mediante cobre y azufre para el control de hongos y la eliminación de herbicidas sintéticos.
Y aunque supone un desafío técnico —especialmente en zonas húmedas o con alta incidencia de plagas—, la experiencia demuestra que es posible alcanzar un equilibrio natural en el viñedo, donde los insectos auxiliares y la diversidad biológica contribuyen de forma natural al control de las plagas. Este equilibrio no solo beneficia al entorno, sino que repercute directamente en la calidad y diferenciación de los vinos, que tras años de crianza presentan características únicas.
Para ello, esa transición hacia una viticultura más respetuosa con el entorno cuenta con un importante aliado: la investigación aplicada al campo. En este sentido, el centro andaluz de investigación vitivinícola de la Universidad de Cádiz desempeña un papel esencial, por ser un referente internacional en su ámbito, manteniendo un amplio reservorio vegetal y desarrollando proyectos de experimentación con variedades locales, como Palomino o Pedro Ximénez, además de estudios sobre cambio climático y su impacto en la vid.
También impulsa la colaboración con bodegas y viticultores para crear vinos experimentales y fomentar la innovación en las técnicas de cultivo y crianza. Gracias a su trabajo, se garantiza la conservación de variedades autóctonas y se fortalece el futuro de la viticultura andaluza. Es, en definitiva, este tipo de acciones funcionan como un actor discreto pero imprescindible para la sostenibilidad del sector.
Tal y como comentamos anteriormente, el modelo de viticultura ecológica está inspirado en el equilibrio agrícola tradicional que existía en las antiguas explotaciones familiares. Estas fincas combinaban viñedos con frutales y otros cultivos autóctonos, generando una biodiversidad que hoy se considera un valor ambiental.
Aunque bien es cierto que, en este sentido, la escala importa ya que las explotaciones de tamaño medio, de unas pocas hectáreas, resultan más fáciles de manejar de forma sostenible y permiten combinar la producción comercial con la elaboración artesanal y el consumo local. En este enfoque, la satisfacción y el sentido de comunidad cobran un papel central: el vino se concibe como un producto para compartir y disfrutar, no solo como un bien económico.
En conclusión, la viticultura ecológica en el Marco de Jerez representa hoy un puente entre tradición y sostenibilidad, combinando conocimientos ancestrales con investigación moderna para enfrentar los retos actuales del cultivo. Su adopción no solo favorece la biodiversidad y el equilibrio natural de los viñedos, sino que también aporta un valor añadido a los vinos, diferenciándolos por su calidad y carácter único. Este modelo demuestra que es posible conciliar productividad, respeto al medio ambiente y sentido comunitario, asegurando un futuro más sostenible y enriquecedor para viticultores, bodegas y consumidores por igual.
La viticultura ecológica no es una moda, sino una vuelta consciente al origen, un modo de trabajar la tierra con sensibilidad, conocimiento y compromiso. El desafío está en mantener ese rumbo, formar a las nuevas generaciones y consolidar un modelo agrícola que sea, a la vez, productivo y sostenible.