El bautismo de los barcos

La botadura de un barco es un acontecimiento de la mayor importancia que se celebra con gran ceremonia. Gracias al...

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Viernes 20 de Agosto de 2021

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La botadura de un barco es un acontecimiento de la mayor importancia que se celebra con gran ceremonia. Gracias al Museo Marítimo Nacional, en Greenwich, y al oficial encar­gado del museo ahora establecido en Portsmouth, en el bu­que HMS Victory de Nelson, hoy podemos seguir el rastro de algunas de estas tradiciones.

El vino que se vierte en la botadura de un barco de gue­rra deberá ser siempre tinto. Los vikingos hacían escapar a sus barcos pasando por encima de los cuerpos de sus prisio­neros. La tradición dictaba que un barco de guerra debía oler a sangre a la menor oportunidad. En Tahití, Fiji y Tonga, la tradición se mantuvo hasta el siglo XIX, y hay que recordar que, en 1794, el bey de Túnez botó sus cruceros con un es­clavo amarrado a la proa de cada uno de ellos. Algunos días se consideraban más favorables que otros para la botadura, en concreto los miércoles, frente a los viernes, que no era un día afortunado.

En el Mediterráneo se acostumbraba a verter una copa de vino en el mar para aplacar al dios Poseidón, y la copa, de un metal precioso, se lanzaba al mar tras ofrendarla. Esta cere­monia dependía, naturalmente, de la riqueza del propietario del barco, pero parece que la costumbre perduró hasta finales del siglo XVII. En algunos lugares, un barco puede tener «abue­lo» y «abuela». Y en la costa francesa existe otra costumbre: un pesquero nuevo deberá tener cinco orificios o muescas marti­lleadas diagonalmente en el mástil, rellenas con pan bendito, y un puñado de monedas de plata y oro ocultas en el travesaño del mástil, antes de alzar éste, para atraer la buena suerte.

A lo largo de la historia, la botadura de un navío a ese ele­mento desconocido e impredecible que es el mar se ha asocia­do siempre a prácticas que se suponía traían buena suerte, como, por ejemplo, introducir el barco en el mar cuando luce el sol. Julián Street escribe (en Table Topics, 1959) que en la época Tudor se consideraba de buena suerte derramar algo de vino en la cubierta de un barco nuevo, y se brindaba por la salud del rey con una copa de oro que luego se arrojaba al mar. Esta práctica generó problemas en una ocasión, cuando uno de los constructores de un barco intentó recuperar la copa del agua con una red enfureciendo a otros que habían pensado ir tras ella buceando. La propiciación del mar todavía se sigue realizando en Chipre, en concreto en una ceremonia que se desarrolla en varios puertos durante la Pascua, según el ca­lendario griego. En esta ceremonia se lanza al mar una cruz y los entusiastas se tiran a bucear para recuperarla, aunque no es seguro que se les permita quedarse con ella si la recogen.

La costumbre de que una mujer realice la botadura de un barco parece provenir de las épocas en que se asociaba a la doncella con la nueva nave, y hasta con posibles sacrifi­cios. Pero el riesgo que existía en la introducción del barco en el agua era obvio, y durante el siglo XIX, en Francia, se en­cargó a los convictos cortar los últimos travesaños que man­tenían los barcos fuera del agua, y los que no morían cuan­do el barco se deslizaba en el mar, quedaban libres.

Julián Street escribe que la primera vez que se empleó vino para «bautizar» un barco fue en 1610, en Woolwich; el barco era el HMS Princess Royal. Existen anécdotas interminables sobre lo que sucede cuando la botella de champán no está bien sujeta a la almohadilla de la botadura. Antes la botella se lanzaba directamente contra el barco y en una ocasión esta golpeó a un espectador en la cabeza con tanta contundencia que tuvo que reclamar daños y perjuicios, se­gún el Ridleys Wine Spectator.

Las botellas de champán siempre han presentado pro­blemas. Una vez, un barco empezó a deslizarse por la plata­forma antes de que la señora encargada de la botadura hu­biera arrojado la botella; la señora la lanzó con toda sus fuerzas, pero la botella rebotó contra el barco, que se aleja­ba; el jefe del astillero la enganchó en el aire, volvió a lan­zarla otra vez... ¡y le pasó rozando! Las autoridades tuvieron que saltar a una lancha y perseguir al barco, y desde allí lo consiguieron. (Desde entonces, las cosas han cambiado mu­cho; ahora las botellas de champán suelen pesar mucho y se rompen en el primer impacto contra el barco.)

Una vez que un ministro de la Marina japonesa estaba bo­tando un barco, la botella viró en redondo y quedó engancha­da de la cinta; antes de que el navío llegara al agua, un sampán corrió por su lado, cortó la cinta y ¡se largó con la botella!

Hay muchos informes sobre cómo se botaban los barcos en Norteamérica. Al principio, podía hacerse con una mezcla de vino y agua del río donde se bautizaba el barco. Para la bo­tadura del Constitution, en Boston, se trajo agua para bautizar el barco, pero el intento falló dos veces y la botadura solo salió bien con una botella de vino de Madeira. Parece que unas ve­ces se usaba también ron e incluso whisky escocés, como en el caso del navío estadounidense Shamrock, bautizado en 1863.

También se han bautizado barcos con bebidas no alco­hólicas, pero parece que esta modalidad no ha hecho sino an­ticipar la desgracia para el barco. En 1853, el constructor del clíper The Great Republic, Donal McKay, ideó una manera de publicitar su barco entre los movimientos antialcohólicos di­fundiendo que botaría el barco con agua de Cochituate, traí­da desde Boston a ese fin, aunque en realidad tenía la inten­ción de botarlo con champán. Pero la noche anterior a la botadura, unos aprendices de los astilleros localizaron el champán que se había preparado y se lo bebieron. El constructor no lo reemplazó y botó el barco con el agua. Poco después de cargarlo, el clíper se prendió fuego e incendió también a los barcos cercanos. La moraleja fue que todo es­taba relacionado, pues el constructor no debía haber sido tan tacaño de no reemplazar el champán robado.

Conviene señalar, por último, que la botadura de un bar­co siempre se ha revestido de solemnidad; la voz de la reina María, por ejemplo, la esposa de Jorge V, se oyó una sola vez por micrófono: cuando bautizaba el gran Cunarder.

Un artículo de Wine Researcher
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