Las cosechas de mi vida

José Peñín

Lunes 01 de Marzo de 2021

Compártelo

Leído › 7944 veces

En los años Setenta sentía cierta envidia por el culto a las cosechas que se gastaban los franceses. Mientras que el término tenía aquí un significado agrícola, allí la "millesimé" era decisiva para el debate y para sellar los precios según la calidad de la añada.

Entonces era normal ver en los escaparates bordeleses botellas de grandes chateaux a precios sorprendentemente baratos sin darme cuenta que pertenecían a cosechas anodinas porque las mejores se habían vendido. Era normal que vinos más viejos de cosechas discretas fueran más asequibles en precio que las siguientes si sus calidades eran superiores. Mandaba la autoridad de las añadas.

Mis primeros aprendizajes con el vino tenían entonces un aroma bordelés que me exhortaba a buscar el mismo retrato en las etiquetas españolas. Es cierto que la cultura de las añadas no ha funcionado cómo en Francia o incluso Italia. Nuestras botellas lucían su atuendo con grafías de pergamino y algunos con grotesca imitación francesa. En algunas etiquetas la bodega aparecía "al modo chateau" en medio de un viñedo inexistente.  Ninguna ponía la cosecha en la etiqueta para que esta sirviera para todos los años y en esa misma línea en las estampillas riojanas abundaban los términos "reserva especial", "2º, 3º, 4º y 5º año y, para colmo, las de los vinos de Jerez tampoco ayudaban para revelar el año de nacimiento del vino. Los extranjeros nos tildaban de escaso rigor con las cosechas.

Escéptico de las añadas

Soy un tanto escéptico de la tabla de añadas y me referiré a la Rioja que, de alguna forma, impuso un cierto orden en formalizar un ranking.  Aunque tampoco había que fiarse mucho porque era normal que las añadas buenas cedieran parte de su calidad a las cosechas anteriores y posteriores, un tiempo en que la mezcla de vinos y añadas se imponía por doquier.

Las cosechas en la etiqueta tuvieron carta de naturaleza a comienzos de los Ochenta cuando el Consejo Regulador impone más rigor, incluso años más tarde se reseñaba en la contraetiqueta oficial. Todavía con los vinos españoles hay que beber varias veces las cosechas de las que se dice que son excepcionales para sacar una conclusión definitiva. Incluso hoy muchos bebedores que se creen entendidos son incapaces de opinar mal de una cosecha excelente reflejada en la citada tabla, aunque, sin que tenga algún defecto, en alguna botella por causas del corcho haya desaparecido el valor que se le atribuye.

La evaluación de la añada solo se puede medir desde el momento en que el vino sale al mercado. Una cosa es lo que el Consejo Regulador califique la añada a partir de muestras sacadas de las barricas y depósitos, y otra el comportamiento del vino después de pasar por barrica, filtrados, clarificados y embotellados. Y eso sin contar con las prácticas mezcladoras para evitar sustos en el mercado como fue la del 75 que pasó desapercibida porque tuvo que alimentar a las añadas vecinas. Un ejemplo similar ocurrió con la famosa 1982 que reseño en mi artículo “La cosecha ya no es de Dios”.

En los 20 últimos años afortunadamente las diferencias de calidad son mínimas gracias a la selección vitícola de parcelas y mesas de selección que amortiguaban la cosecha mala o regular, prácticas que hace 40 años no existían.  Ha habido cosechas buenas que han envejecido muy bien y otras no, como también ha habido cosechas pasables que, con el tiempo, se han crecido. Las que nos parecieron hace 40 años grandes años podían pasar como uno más entre los 20 últimos ya que resplandecían entre las demás que eran vulgares y algunas retocadas.

Las que más sobresalieron

Por todos es conocido la excepcionalidad de la cosecha 1964 que creo que se respetó sin mezclarse con las mediocridades del 63, 65, 66 y 67.

Fue el gran año del que me hablaban en mis primeras aventuras vinícolas. Muchas bodegas la guardaron para sacarla más adelante. Recuerdo que el tinto era más intenso en color de lo normal a pesar de los innumerables trasiegos que se estilaba entonces.

La que más recuerdo es la de Marqués de Riscal. Cuando en 1975 me puse a vender vino para mis socios del club de venta por correspondencia, me estrené con la entonces desconocida e inconfundible cosecha 1970 de Marqués de Cáceres y Muga de la misma añada con un éxito arrollador entre mis clientes.

Otra gran cosecha que me sorprendió fue Vega Sicilia 1970 magnum que salió al mercado nada menos que 30 años más tarde.

Valbuena "5" del 2010 fue una añada de calidad pasmosa.

La última que recuerdo con admiración fue Castillo Ygay 2001.

Desde entonces los saltos cualitativos han sido menores debido a una calidad media de las cosechas muy superior a la que la historia de los últimos 50 años nos ha brindado.

José Peñín
Posiblemente el periodista y escritor de vinos más prolífico en habla hispana.
¿Te gustó el artículo? Compártelo

Leído › 7944 veces