Catar vinos añejos

Vinos que resisten el paso del tiempo

José Peñín

Viernes 27 de Diciembre de 2024

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El pasado 25 de noviembre los vinos viejos tuvieron su pasarela propia en el Salón de Vinos del Tiempo. Es decir, aquellos vinos de cualquier color que han resistido el paso de un periodo mínimo de 20 años en los tintos, 10 años en los blancos y los generosos envejecidos al menos 20 años. Una idea original del periodista Federico Oldenburg, quien día a día, como todos los críticos, tiene que lidiar con vinos más jóvenes que recibe en su mesa de trabajo, buscando con este proyecto romper con esa rutina.

Los vinos añejos, en general, están casi todos fuera del catálogo de las bodegas guardados en sus respectivas trastiendas. En esta ocasión, las bodegas nos dieron a probar estas reliquias, más por una cuestión de prestigio que comercial. No es corriente en Europa organizar un salón de tan solo vinos viejos que, normalmente, entran en el universo de las subastas. En España, hemos sido los campeones de los grandes reservas y soleras, convirtiendo la cultura de lo añejo en una categoría.

¿Los vinos mejoran con el tiempo?

Hace 3 años y en estas mismas páginas escribí: ¿Los vinos mejoran con los años? Entonces señalé que los vinos no mejoran, sino cambian. He tenido la oportunidad de zambullirme en mi bodega particular, en donde yacen algunos vinos para el arrastre y otros a los que se les notan los años con evocaciones de cuero viejo, desván, frutos secos y tabaco. Algunos pocos reposan muy enteros sin haber perdido algunos recuerdos de juventud fundidos con los reductivos nacidos de la evolución en botella. Estos últimos son los que he apreciado en la cata del pasado Salón. En mis cuadernos de los últimos 30 años, tengo apuntados algunos vinos catados en su juventud que he vuelto a catar en el citado evento. Los de 20 años de vejez todavía mantienen algunos rasgos primarios de entonces y sus matices de especias se han transformado en los terciarios de reducción a base de recuerdos de tabaco, cedro y cuero.

Tengo que aclarar que el "tiempo" que suelo detallar en mis catas es, generalmente, de veinte años para arriba. Si no se tiene un conocimiento de esa marca desde el principio al fin, es fácil caer en la indulgencia cuando uno descorcha un vino de una fecha señalada del pasado. Abrir una botella de muchas décadas impone y, a veces, emociona si no se recuerda cómo estuvo en sus primeros años. Me baso en el conocimiento de detallar las dos experiencias de cata: en su momento de puesta en el mercado y veinte años más tarde, algo que no está al alcance de todos. Si todos comparáramos estos dos momentos de un vino, posiblemente me darían la razón.

Los vinos de otros tiempos

Recorriendo los pasillos entre las mesas bodegueras, la firma Campo Elíseo nos dio a probar verdejos con más de 20 años, como la cosecha 2005 que, sin perder la frescura de un blanco, se percibía el paso de los años con los matices de reducción-almendrado, pero sin abandonar ese sobrio carácter castellano. La verdejo tiene músculo para envejecer. En cuanto a sus tintos de Toro, aparecían muy vivos, como el Campo Eliseo 2004, conservando su origen frutal y rasgos de especias con una entereza inimaginable en un vino de esta D.O. Hay que llegar a la cosecha 2001 para percibir los matices de reducción en botella dentro de la fortaleza de un tinto de esta antigua zona española. La cosecha 1995 de Condado de Haza, la "otra" bodega de Pesquera, me pareció muy entera, apenas se notan los años. Los mismo que Alenza 1999 Reserva, aunque con alguna nota terciaria de tabaco y cuero con un halagüeño futuro. La bodega Faustino se ha especializado en su larga trayectoria en vender y exportar más que nadie los Gran Reserva y Reserva por todos los confines. Su secreto es el rigor de los largos envejecimientos en barrica materializado en la cosecha 1995, como Gran Faustino. El largo tiempo en botella le ha concedido una suavidad tánica y ligereza de cuerpo envidiable. Todavía se venden algunos ejemplares alrededor de 400 euros. La mesa de Martínez Lacuesta me dio a probar su Gran Reserva 1998, muy vivo y los rasgos especiados de la crianza muy fundido con el vino. También probé el Campeador 2004, que me recordaba a los Ardanza de otros tiempos.

En su día, los vinos de Montecillo no me atraían lo más mínimo desde que lo compró Osborne. Entonces me parecía que querían borrar el espíritu familiar de sus históricos propietarios. Sin embargo, no me imaginaba que la cosecha 1981, que probé en el Salón, añada ya elaborada por la casa jerezana, me sorprendiera por la finura sostenida, eso sí, al límite de su evolución. La cosecha 2001 de Montecillo Gran Reserva Especial me pareció de una viveza y elegancia fruto, claro está, de una de las mejores cosechas últimas. Los blancos de Conde de los Andes no los conocía hasta que los probé en el citado encuentro, con una magnífica evolución en botella. De Mas La Plana 2006 de Torres poco más que decir ante el soberbio envejecimiento del cabernet sauvignon.

De los que estaba seguro de su gran vejez fueron los tintos de la Bodega Rioja Alta, con su Viña Arana de la gran cosecha 2001, amplio de matices y muy expresivo, el clásico estilo de los históricos. De Riscal tenía la curiosidad de volver a probar la mítica cosecha 1964 que, cuando lo probé la última vez hace 12 años, tenía la impresión de que el vino estaba al límite. En cambio, el que caté en el Salón me pareció más entero.

Los vinos generosos jerezanos, como los de Osborne y González Byass, que los tengo más controlados en mi bodega personal, siempre son una explosión en la boca de viejas soleras con esos rasgos acetales y acéticos controlados que persisten en los sentidos, dejándolos para el final de la cata. Al salir del recinto de la calle Hortaleza sus vinos me dejaban en el paladar la huella persistente de sus viejas soleras.

José Peñín
Posiblemente el periodista y escritor de vinos más prolífico en habla hispana.
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