Sacro, una sinfonía de sabores: elegancia y armonía en cada bocado

Al cruzar el umbral de este restaurante distinguido, cada detalle parece concebido para trasladar al comensal a una experiencia de sofisticación y calidez. La elegancia del espacio envuelve en una atmósfera íntima y relajada, un rincón de serenidad en el que se disfruta sin prisas, dejando que cada bocado despliegue sus matices. Como especialista en ceremonial y protocolo, valoro profundamente la sutil armonía entre el ambiente, el servicio y la cocina, y este espacio, dirigido por Gabriel Del Regno, uno de los socios de Sacro, representa una verdadera joya en el arte culinario.

Mi velada comenzó con una selección de entradas magistrales. Una empanada de carbón activado fue el primer paso en esta travesía de sabores, con un relleno de hongos, harissa y olivas disecadas que armonizaban en un juego de texturas y sabores ahumados y ligeramente picantes. Le siguieron unos langostinos bañados en una salsa de brandy y vino blanco, un inicio digno de aplauso, en el que la frescura del marisco se elevaba con las notas profundas y perfumadas del brandy.

El viaje continuó con un plato de palta masala, acompañado de un yogur de curry, pan de papa y hierbas. La combinación de especias exóticas y el frescor de la palta ofrecían un equilibrio perfecto entre cremosidad y frescura. La brandada de pesca con pan brioche se sumó como una parada en el recorrido, presentando una textura suave y untuosa que era realzada por la delicada miga del brioche.

Llegó entonces el turno del plato principal, la pesca del día, chernia en este caso, servida con una papa cremosa y pilpil de hinojos, culminado con una salsa grenoblesa que aportaba un toque de acidez y carácter. Los espárragos, presentados con un pesto de pistaccios y puré de coliflor asado, añadieron un componente vegetal y vibrante que completaba la armonía del plato. Cada elemento parecía orquestado con precisión para generar una melodía de sabores, una mezcla entre lo sutil y lo intenso que destaca la maestría del chef, Gerónimo Larrory, en su arte culinario.

Para acompañar esta experiencia, la carta de vinos se desplegaba en una selección generosa y bien curada, capaz de maridar tanto opciones veganas como de mar. Mi elección, un lemon pisco que combinaba fermento de peras, almíbar de lavanda y muña andina, y un fresco de frutillas con frambuesa y agua de roiboos, se sentían ligeros y refrescantes, como una brisa floral que limpiaba el paladar y realzaba los matices de cada plato.

Finalmente, el momento dulce no dejó de sorprender: un lemon merengue con crema de limón, frambuesas y flores de manzanilla que aportaban una delicada nota floral, y una tartita de chocolate, con caramelo salado y un helado de maní que equilibraba el dulzor, cerraron la noche con un toque de perfección.

El restaurante, merecedor de su mención en la prestigiosa guía Michelin, ofrece un patio trasero con la misma intimidad y encanto del salón principal, ideal para quienes buscan disfrutar del aire libre en un ambiente igualmente refinado. En un mundo donde la velocidad suele imponerse, este espacio galardonado nos invita a detenernos y disfrutar cada instante con todos los sentidos, aquello que hace de la vida un verdadero lujo.