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Desde siempre, los vinos se han servido para acompañar las comidas, se considera que al estimular el apetito y desinhibir, contribuyen al placer y bienestar de los comensales y, por las características propias, enriquecen la "paleta" de sabores.
El orden de los vinos
El famoso autor del primer tratado de gastronomía Jean Anthelme Brillat Savarin (1755-1826) decía que el buen orden de la degustación de vinos va “de los más alegres a los más perfumados”, en general el servicio de vinos obedece las siguientes reglas: los más jóvenes antes que los añejos, los ligeros antes que los más potentes o alcoholizados, los frescos antes que los templados (a temperatura ambiente) y los secos antes que los dulces. De todos modos esta regla se puede romper de forma juiciosa, en especial al comienzo o final de cada comida. Por ejemplo, un vino de Madeira se suele servir para postres, pero si está frío puede ser ideal como aperitivo (para los aperitivos suele valer casi cualquier bebida, cerveza, vinos, finos, cava, champagne, ginebra,... la regla es que se sirva fría).
Es importante saber que cada país y región tiene sus propias costumbres y normas, lo que para un lugar puede ser ley incuestionable en otro sitio puede ser inapropiado. Sin embargo, los usos evolucionan con el tiempo y lo que hoy parece natural puede dejar de serlo mañana. La única regla común en el orden de servicio de los vinos es que no hay regla, sino una lógica física que atiende a las reacciones de nuestro paladar y nuestro olfato ante los estímulos de los vinos.
El maridaje de los vinos y los alimentos
El maridaje quiere decir unión, la alianza que se establece entre un vino y un determinado alimento en el que ambas partes salen ganando produciendo una gama de sensaciones que van de la más simple a las verdaderamente inolvidables.
No es materia fácil maridar dos elementos con tantos matices y tan variantes como los vinos y los alimentos, para ello debemos seguir algunos principios que nos podrán ayudar.
Antes de comer (aperitivos) se suelen tomar vinos fríos o vinos con carácter y en pequeñas cantidades para que el paladar se concentre en los platos que llegarán a continuación, un cava, un champagne (no milesimado) o un blanco ligero son ideales. Por el contrario si vamos a tomar un vino sin más, a secas, lo mejor es uno no muy dulce y de carácter neutro.
La ocasión puede influir mucho en el vino, en verano nos dejamos tentar por vinos blancos frescos y afrutados, mientras que en invierno se prefiere el calor de un tinto robusto o un blanco con carácter. Para comidas al aire libre, terrazas y en especial para ensaladas se suele usar vinos rosados como el Cigales o rosado de Navarra.
Con un vino tinto casi todo está permitido, suelen tomarse con carnes asadas o a la parrilla, con vinos rosados se suele optar por comidas mas bien mediterráneas y ligeras, y con un vino blanco nos orientamos a pescados, mariscos y aves. Estos tres “matrimonios ideales” son fruto de la historia y las costumbres y están basados en tres principios fundamentales:
¿Que se elige antes el vino o el alimento?
En la mayor parte de países occidentales, donde se dispone de una amplia gama de vinos, generalmente se elige los platos del menú antes de seleccionar los vinos.
Sin embargo, cuando no hay más que uno o dos comensales y una botella de vino resulta suficiente, o apetece un vino blanco fresco, en verano, o un reconfortante vino tinto en invierno, habrá que privilegiar el vino al alimento y componer en consecuencia el menú.
ALGUNOS MARIDAJES RECOMENDADOS
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