Miércoles 17 de Septiembre de 2025
La fusión entre Anheuser-Busch InBev y SABMiller, acordada hace una década por 110.000 millones de dólares, sigue generando debate en el sector de las bebidas. El acuerdo, impulsado por la firma brasileña 3G Capital y liderado entonces por Carlos Brito, buscaba crear el mayor grupo cervecero del mundo. La operación se apoyó en una estrategia de adquisiciones rápidas y recortes de costes mediante presupuestos base cero, un método que obliga a justificar cada gasto desde el principio cada año.
En los primeros años tras la fusión, la compañía logró los ahorros prometidos e incluso superó las previsiones iniciales. Sin embargo, estos resultados no compensaron otros problemas surgidos durante el proceso. La depreciación de la libra tras el referéndum del Brexit obligó a aumentar la oferta en libras esterlinas. Además, las fluctuaciones del real brasileño y el peso mexicano complicaron la conversión de beneficios a dólares estadounidenses y dificultaron el pago de la deuda.
La empresa obtenía cerca del 60% de su EBITDA en mercados en desarrollo, lo que llevó a recortar el dividendo para hacer frente a las nuevas condiciones financieras. La llegada de la pandemia y los confinamientos redujeron las ventas y afectaron los resultados económicos. Posteriormente, la inflación añadió más obstáculos.
Actualmente, AB InBev ha perdido cuatro puntos porcentuales de margen EBITDA respecto al momento previo a la fusión y su valor bursátil es inferior al precio pagado por SABMiller. Las expectativas de crecimiento derivadas de la combinación de redes de distribución y marcas no se han cumplido como se esperaba. Un inversor que hubiera destinado 1.000 dólares a AB InBev el día del cierre del acuerdo tendría ahora 660 dólares, incluyendo dividendos reinvertidos. En comparación, esa misma cantidad invertida en Diageo o Carlsberg habría generado rendimientos mucho mayores.
Michel Doukeris asumió la dirección en 2021 tras la salida de Brito y se enfrenta a un grupo con dificultades para crecer. Las ventas han aumentado menos del 2% en los dos últimos años y se prevé que permanezcan estables en 2025. A diferencia de otras multinacionales alimentarias como Kraft Heinz, también respaldada por 3G Capital y que está deshaciendo parte de su estructura, AB InBev tiene menos margen para dividirse o vender activos relevantes.
En 2019, AB InBev vendió su negocio en Asia-Pacífico para reducir deuda, pero no existen otras divisiones con potencial para generar ingresos inmediatos si se vendieran. La empresa carece además de una diversificación amplia fuera del sector cervecero, lo que limita sus opciones estratégicas.
Entre las alternativas que maneja Doukeris figura reforzar su presencia en mercados con mayor crecimiento como Sudáfrica o centrarse aún más en sus grandes marcas internacionales. También estudia invertir en el segmento sin alcohol, que gana popularidad entre los consumidores, ya sea desarrollando productos propios o adquiriendo empresas especializadas como Athletic Brewing.
El grupo también ha tenido que gestionar situaciones complejas relacionadas con sus marcas principales, como el boicot sufrido por Budweiser tras una campaña publicitaria con una influencer transgénero en Estados Unidos.
La experiencia de AB InBev muestra los riesgos asociados a las grandes fusiones en el sector alimentario y de bebidas. Los cambios en los hábitos de consumo, la inflación y las fluctuaciones monetarias han puesto a prueba la viabilidad de este tipo de operaciones. Otras compañías del sector observan estos resultados para tomar decisiones sobre futuras adquisiciones o fusiones.