Un mundo sin fin y Las crónicas de Froissart, dos bestsellers con vino

En "Un mundo sin fin", continuación del millonario bestseller  "Los pilares de la tierra", el voraz  Ken Follet ejemplifica  la...

Escrito porLuis Congil

Domingo 26 de Abril de 2020

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En "Un mundo sin fin", continuación del millonario bestseller  "Los pilares de la tierra", el voraz  Ken Follet ejemplifica  la supuesta iluminación de la oscuridad románica gracias a  la redentora luz  gótica con un curioso conflicto: el vino contra el ungüento, como métodos antagónicos  de curación. La concepción "moderna" del cirujano-barbero Matthew, que persigue la sepsis,  frente a la hipocrática "de los cuatro humores" de Fray Joseph  sirven para introducir el vino como elemento central de la novela  de pandemias que les recomendamos  esta semana desde la lareira del Museo do Viño de Galicia. Y de postre, la curiosa relación (que se le escapó a Ken Follet) con el vino de la actual DO Ribeiro, de manos de otro bestseller  de la época, "Las crónicas de Froissart", escrito justamente en el siglo XIV para divertir a los protagonistas de la novela del siglo XX.

Con más de 300 personajes y la peste de 1348 (fecha en que llega a la imaginaria ciudad de Kingsbridge) como telón de fondo, "Un mundo sin fin" hace del vino un elemento crucial en su argumento.  El protagonismo que le otorga  Follet  no es tanto por el universal consumo que se hacía de él en la Edad Media, sino porque lo presenta como metáfora de "la nueva medicina" que busca en él su poder antiséptico, frente a las viejas y contraproducentes prácticas que, por ejemplo, buscaban cicatrizar las heridas con estiércol.

Así, entre controvertidas escenas sobre la conveniencia de las sangrías como medio universal de "equilibrar los humores" y  si es lícita o no la vocación médica de las mujeres (caso de Mattie Wise y Caris Wooller, que acaban teniendo problemas por "brujería") una escena introduce al vino como protagonista. El cirujano-barbero Matthew Barber se enfrenta al hermano Joshep, médico del convento, por  cómo tratar un corte profundo de una espada.

"Debemos dejar la herida abierta y aplicar un ungüento para que supure", dice el hermano Joseph, "así se equilibrarán los humores y la herida sanará de dentro afuera".  Lo que hay que hacer es "limpiar la herida con vino caliente, coserla y vendarla", replica el barbero Matthew. El fraile había estudiado con los religiosos de Oxford. El barbero, en un libro de Avicena, y en la sangre y la miseria de los campos de batalla.

La polémica tendría serias consecuencias, sobre todo en la adaptación televisiva, donde la sanadora Mattie Wise acaba siendo acusada de brujería.  Sobre la mesa, la confrontación sobre dos visiones  de una medicina en evolución en  "Un mundo sin fin", donde el vino también tiene otros usos sanitarios, como por ejemplo el de analgésico que le da Caris Wooller "mezclando vino caliente con amapola", un precursor de los modernos opiáceos paliativos.

Como curiosidad para estos tiempos del Covid-19, al lector actual  le puede resultar bastante curioso el debate sobre la conveniencia de cubrirse o no la cara, práctica que  en la novela los religiosos reprochan como "una cosa de Satanás", frente a las "modernas" técnicas de sanación del siglo XIV, que ya la señalan en la obra de Follet  como una sólida medida de  prevención de contagios.

Eduardo III , su hijo y el vino de Ribadavia:  un "bestseller" del siglo XIV

Eduardo III, el rey Plantagenet protagonista de la familia reinante en "Un mundo sin fin", consume vino, y del bueno, como no podría ser de otra forma, en las ocasiones pertinentes. En la versión televisiva incluso se atreven a señalar al Borgoña, que pide a voces en una de las escenas. Sin embargo, ni la novela ni la tv nos anticipan una preciosa historia real que tendría lugar varias décadas después entre su hijo  Juan de Gante, duque de Láncaster, y el vino del Ribeiro.

Juan de Gante fue el cuarto hijo varón de Eduardo III, y como marido desde 1371 de Constanza de Castilla -hija de Pedro I "El cruel" según unos, o "El justo", según otros- quiso optar a la corona de Castilla tras la derrota de Juan I de Castilla en Aljubarrota, como opción del bando legitimista.

Desembarcó en A Coruña el 25 de julio de 1386, y cruzando Galicia de norte a sur, estableció su corte en Ourense. Desde allí, atacó Ribadavia, donde las tropas inglesas saquearon la villa, pese a la tenaz resistencia de sus habitantes y especialmente de la comunidad judía.  Los ingleses se llevaron una cantidad ingente de oro, pero también del "oro blanco" del vino de Ribadavia, que expandió el gusto inglés por los caldos del Ribeiro y contribuyó a su posterior expansión por Inglaterra y a que se dispararan las exportaciones en los siglos posteriores.

Estas historias, relatadas en otro "bestseller" de la época,  "Las crónicas de Froissart", han llevado a la profesora  de la UNED e historiadora del vino Ana María Rivera Medina a afirmar que dicha incursión "repercutirá en el comercio de los vinos de la villa. El vino ya era apreciado en el mercado inglés, pero es en este período cuando se ofrecen más posibilidades para su exportación".

Jean de Froissard comenzó a escribir su crónica para Felipa de Henao, la mujer de Eduardo III, aunque la continuó hasta mucho después.  Esta historia de su relación con Galicia está magistralmente planteada  en la exposición "Galicia, un relato en el mundo" de la Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela.

Ahí es nada. La peste y la guerra, como siempre, generando importantes movimientos comerciales y amplias marejadas en el mundo del vino. Y dos bestsellers ambientados en la misma época para descubrírnoslo durante este confinamiento:  "Un mundo sin fin" –desde nuestros tiempos-  y la "Crónica de Froissard", desde el suyo propio.

Salud y vino, con libros.

Un artículo de Luis Congil
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